La bicicleta es un artilugio imposible. Mecánicamente está compuesto por ruedas, engranajes, palancas/pedales, cadenas y otros componentes nada misteriosos. Pero lo que hace que esta máquina sea diferente y algo loca es su cinética, la necesidad de estar siempre en movimiento. Siempre en marcha. De hecho si no lo está ni siquiera es capaz de mantenerse en pié. Debe estar apoyada en algo o en alguien.
Aprendí a andar en bicicleta a finales de los sesenta. Me enseñó mi tío en una vieja bici azul de piñón fijo. Para los que no las habeis conocido, eran bicicletas que no tenían cambios, ni siquiera punto muerto, o sea que si querías seguir en marcha los pedales siempre tenían que estar en movimiento. Como las actuales bicicletas deportivas en algunas de las modalidades de pista.
Recuerdo los primeros intentos con mi tío sujetándome el sillín. Antes de soltarme me repetía: “No dejes de pedalear que te caerás’. En pocos días y con algún raspazo aún sin curar en las piernas, conseguí mantener el equilibrio y empezé a andar con algo de soltura. Las primeras veces aún oía a mi tío que a mis espaldas seguía gritándome: “Pedalea, no dejes de pedalear o te caerás!”
Me vienen a la cabeza estas historias, ahora que tenemos un gobierno inédito. Inédito, imposible y algo loco. Un gobierno que se parece bastante a la bicicleta con la que empecé a pedalear. Bueno a una bici no, más bien a un tándem. Por eso de que lleva dos pasajeros.
El pasajero de adelante controlará la ruta, es un madrileño alto, guapo, atlético, con pinta de no haber andado en bicicleta desde primaria. Parece más bien estar acostumbrado a viajar en avión privado o en coche oficial. El otro, el de atrás, también es madrileño. Este, a pesar de que parece usar el transporte público y/o la bicicleta habitualmente, no es ni tan elegante, ni tan guapo ni está tan cachas. De hecho él sólo no parece ser capaz de pedalear con la suficiente fuerza como para mover el artilugio. A pesar de todo, están decididos a emprender un viaje juntos. Incluso se han hecho un plan de ruta con los objetivos más importantes de su periplo.
Las primeras veces aún oía a mi tío que a mis espaldas seguía gritándome: “Pedalea, no dejes de pedalear o te caerás!”
Se les ve ilusionados. Parece que han olvidado las desavenencias y peleas de hace pocos meses, cuando el guaperas le dijo al otro que no iría con él ni hasta la esquina y que prefería de compañero de viaje a alguien menos zarrapastroso. Vamos que tenía otros amiguitos más cuquis y con más clase. Al final estos amiguitos resultaron ser unos pijifachas que lo que querían era hacer el viaje en limusina pero sin él y le dejaron tirado. Así que va a tener que hacer el viaje con el zarrapastroso.
Ahora, pelillos a la mar, se han puesto de acuerdo y se lanzan al camino. Saben que los pijifachas les van a hacer bullying. Intentarán pincharles las ruedas, les echarán los perros a su paso para que les muerdan los tobillos, trabajarán para que en las revistas, las redes y las teles nadie hable bien de ellos, que nadie les cobije, que ni siquiera les den agua.
A mí, qué queréis, todo esto me produce mucha ternura y les deseo mucha suerte. No creo que por sí solos vayan a llegar a ningún lado. Ni siquiera pienso que vayan a ser capaces de decidir el destino del viaje. Pero yo les aconsejaría que saliesen del pueblo, de Madrid. Que visitasen otros pueblos y hablasen con sus gentes, que pidiesen consejo y ayuda, que se dejasen ayudar, …
…y, sobre todo, que pedaleen, que no dejen de pedalear.
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