domingo, 5 de enero de 2020

EL GENOCIDA OLVIDADO


Nadie repudiará al comandante Adrian Dietrich von Trotha este año, cuando se cumple el centenario de su muerte. Alemania quiere olvidarse de aquel soldado que tan sólo rendía cuentas al kaiser. Curiosamente, Namibia, la antigua colonia donde ejerció su omnímodo poder, celebrará al mismo tiempo su trigésimo aniversario como Estado independiente. Pero no sería justo que cayeran en el olvido sus crímenes y el legado de discriminación y limpieza étnica que dejó. La relevancia histórica de este siniestro personaje es comparable a la de Adolf Hitler, que aplicó similar estrategia con la comunidad judía de Europa, o de Josef Stalin, también empeñado en desplazar y acabar con pueblos enteros.
Ahora bien, aquel oficial de carrera llegó antes. Tras provocar una masacre de grandes proporciones en 1904 en lo que entonces se conocía como África del Sudoeste Alemana, emitió una orden para exterminar a la tribu de los hereros, una de las comunidades originarias del territorio austral, y sentó el precedente de otros genocidios planificados que han salpicado la historia del siglo XX. Su iniciativa, sin embargo, ha quedado prácticamente olvidada, sepultada en el desierto del sudoeste de África.
La reputación del asesino hoy ignorado se hallaba en auge cuando arribó a Windhoek, la capital de la mayor colonia alemana en el continente negro. Había participado en la represión de la insurrección de los boxers en China y su capacidad militar era requerida porque la colonia germana de África Sudoccidental se encontraba en llamas. Los ataques indígenas a las granjas, tiendas y vías férreas y telegráficas habían provocado un conflicto abierto entre amos y sometidos. Von Trotha desembarcó en el país como virrey de facto, acompañado por 14.000 efectivos militares y con el firme propósito de acabar con el problema de raíz.
Aplastar la revuelta
Los colonos luchaban contra tribus empeñadas en no dejarse expoliar. La Conferencia de Berlín en 1884, donde las potencias europeas se repartieron todo África, reconoció la soberanía alemana sobre algunos despojos del continente al régimen prusiano. Éste, aunque llegaba tarde y sin la posibilidad de emular a los imperios erigidos por Inglaterra y Francia, se afanó por crear una Administración colonial y, sobre todo, germanizar el lugar aunque se hallara a 12.000 kilómetros de distancia de la capital imperial. Primero llegaron los misioneros; luego, mineros y campesinos pobres que se hicieron con tierras y ganados de las diversas tribus locales. La oposición nativa era reprimida con ejecuciones, castigos corporales y trabajos forzados.
El pulso militar llegó a un punto sin retorno. El comandante Von Trotha plantó batalla a los rebeldes en la meseta de Waterberg, al noreste de la colonia, el 11 de agosto de 1904. Allí se habían concentrado entre 25.000 y 50.000 indígenas esperando el inicio de unas conversaciones que condujeran a una resolución pacífica del conflicto. Pero Von Trotha tenía otros planes. Cercó el lugar permitiendo tan sólo una salida a través del desierto de Kalahari y atacó a los asediados con su cuerpo militar, 30 piezas de artillería y 14 ametralladoras. La mayoría de los supervivientes de la batalla perecieron de hambre y sed en la huida. Tan sólo un millar de indígenas, incluido su jefe Samuel Maharero, consiguieron alcanzar la Bechuanalandia inglesa, la actual Botswana, y encontrar refugio.
Pero la matanza no fue suficiente y los namaqua, otra comunidad local, también se rebelaron y fueron aplastados. En octubre del mismo año, Von Trotha emitió una orden de exterminio que estipulaba el fusilamiento de todos los hombres herero y la expulsión de mujeres y niños a los arenales, de los que no podrían volver sin el riesgo de ser tiroteados. Se les prohibía regresar a sus tierras y, para disuadirles definitivamente, los pozos de los poblados fueron envenenados.
El gobernador civil Theodor Leutwin, contrario a la violencia extrema, se quejó en Berlín y los extranjeros blancos que trabajaban en la colonia difundieron la noticia de aquel horror, de los crímenes y la esclavitud que padecían las etnias indígenas. Pero el oficial replicaba que ante los indígenas no cabía aplicar los Tratados de Ginebra porque se trataba de seres subhumanos. Ante la atmósfera internacional de condena, un año después fue relevado de sus funciones y regresó a Europa, donde fue condecorado por su eficiente operación pacificadora.
La desaparición del represor no mejoró la vida de los indígenas. Como en otras colonias, se les redujo drásticamente su capacidad de movimiento. A partir de los siete años, todos los individuos debían llevar una placa identificativa, a la manera del ganado.
Tras la Primera Guerra Mundial y la derrota alemana, las tropas sudafricanas invadieron África del Sudoeste. Las tropas alemanas resistieron la ofensiva durante un año, en buena medida gracias a los reclutas negros, que se enrolaron huyendo del hambre, coaccionados o entregados por reyezuelos locales que querían congraciarse con las autoridades.
La derrota supuso el fin de la presencia política alemana en el continente, aunque los expatriados permanecieron al frente de sus negocios y propiedades. En 1920 falleció Von Trotha y, por esas mismas fechas, la Sociedad de Naciones reconoció el protectorado sudafricano sobre el territorio. Pero con el cambio de amos la humillación no cejó. El primer ministro sudafricano Daniel Malan impuso las bases del 'apartheid', la discriminación normativizada, vigente hasta la conversión de Namibia en un Estado independiente.
Disculpas sin resarcimiento
Desempolvar el espanto llevó su tiempo. La ONU publicó en 1985 el informe Whitaker, que ya apuntaba al holocausto herero como el primer genocidio de un siglo abundante en gravísimas violaciones de los derechos humanos. El Gobierno namibio solicitó formalmente disculpas a la Cancillería alemana en 2004, pero no fue hasta 2019 cuandoDaniel Gunther, presidente de la Cámara Alta, y Gerd Muller, ministro de Cooperación, han reconocido expresamente la comisión de aquellos actos de la barbarie.
La asunción de los crímenes de von Trotha no ha conducido, sin embargo, a ninguna fórmula de resarcimiento. Además, las conversaciones entre los respectivos gobiernos tampoco han contado con la presencia de descendientes de las víctimas. Hace dos años, un colectivo de hereros y namaqua presentó una demanda por genocidio contra Alemania en un tribunal de distrito de Nueva York aduciendo que parte de los beneficios económicos de aquel abuso fueron derivados a Estados Unidos. Una juez rechazó la solicitud el pasado mes de marzo, aunque el proceso aún no ha acabado. Por su parte, el Gobierno federal de Angela Merkel aduce que Namibia ha recibido el mayor contingente de ayudas al desarrollo desembolsadas por Berlín. Tal vez esa generosidad está relacionada más con la persistencia de un enclave social y cultural germano en África que en una auténtica mala conciencia.
Ciudades como Swakopmund mantienen ese encanto centroeuropeo en el trópico, con pintorescas casas de tejado a dos aguas y torres puntiagudas, una pequeña población donde el pastor luterano saluda personalmente al final de los oficios a su rubicunda congregación y los jóvenes acuden a la playa en bicicleta. A escasos kilómetros del centro, en un terreno árido y desnudo, se levanta el asentamiento informal de RDC, poblado por indígenas de la mayoría negra del país, que viven en chozas fabricadas con maderas, plásticos y restos de automóviles y con escaso acceso a servicios de agua potable, saneamientos y salud. Unos y otros desconocen que esa situación supone el legado de Adrian von Trotha, el hombre que quiso cambiar, manu militari, la fisonomía humana de un rincón de África.
Gerardo Elorriaga, en El Diario Vasco



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