miércoles, 18 de diciembre de 2019

LA SOCIEDAD QUE NO VE EL DELITO DE VIOLACIÓN

Estos días, hemos visto una manifestación en contra de una sentencia de violación y, de nuevo, medios de comunicación con tertulianos y tertulianas que lo respaldaban. Estos días hemos vuelto a comprobar que el feminismo no lo inunda todo.

Porque si parte de una sociedad no ve un delito en la violación, es que es una sociedad violenta. Si una sociedad no ve una violación, es porque ha pornificado, romantizado y banalizado las agresiones. Si una sociedad no ve una violación, termina por ser cómplice de las violaciones. Una manifestación que ha reflejado, una vez más, hasta qué punto la cultura de la violación impregna todo, porque justo consiste en eso: negar cuando ocurre, crear la duda, culpar a ella y negar las sentencias.

Decía Susan Brownmiller en Against our will que “un mundo sin violadores sería un mundo en el cual las mujeres se moverían libremente, sin temor a los hombres. El hecho de que algunos hombres violen, significa una amenaza suficiente como para mantener a las mujeres en un permanente estado de intimidación (…). Los violadores han realizado bien su tarea, tan bien que la verdadera significación de su acto ha pasado inadvertida durante mucho tiempo”. Y es así.

Intuyo y empatizo con la familia, entorno o amigos que tengan que admitir que tu hermano, tu novio, tu conocido, tu vecino… es un agresor sexual. Es muy duro porque durante mucho tiempo nos han presentado a los violadores como personajes marginales alejados de la sociedad, pero no. Son personas normales sin educación afectiva-sexual y, por ello, han crecido con la idea de que una mujer es un objeto al que se puede someter por poder. Un verdadero hombre no es el que trata a una mujer como una muñeca hinchable. Un verdadero hombre es el que trata a una mujer como una persona durante el sexo.

Y ya no hablamos de uno solo, sino de varios hombres que rivalizan y se apoyan entre sí para intimidar y penetrar por todos los espacios disponibles del cuerpo, sin contar con la voluntad ni el consentimiento de la mujer. Cuando eres educado, quizás por tu familia, por la cultura o medios de comunicación de que eso puede hacerse, de que es normal, de que es tolerable, nunca reconocerás que eres un agresor. Y tu entorno también lo negará. Pero, encima, aún más grave cuando hablamos de una víctima menor. 

Y no pienso poner ni un minuto la lupa sobre ella como no se puede hacer nunca con ninguna víctima. ¿Acaso las víctimas de un ataque terrorista tienen culpa por pensar diferente al terrorista? ¿Acaso las víctimas de un accidente de tráfico tienen culpa de estar en el momento X en el sitio donde se producirá el suceso? ¿Por qué siempre se cuestiona a las víctimas de violencia machista de ser responsables de unas agresiones que ellas no cometen? Volvemos al principio: porque la sociedad normaliza las agresiones sexuales, porque mira de lado, porque ha aprendido que esa violencia forma parte de nuestras vidas. Y, al hacerlo, la minimiza hasta hacerla desaparecer. Por eso no se considera como un delito lo que sí es. Luego, se sorprenden por las penas impuestas y consideran esto una caza de brujas, cuando durante todo este tiempo lo insoportable es que las violaciones fueran consideradas “jolgorios” o relaciones sexuales consentidas en sentencias. Cuando lo insoportable no es la pena sino la agresión y trauma para la víctima. Y cuando lo insoportable es la caza que esos hombres, que se hacen llamar manadas, ejecutan fines de semanas tras otro, considerando que violar es un acto de ocio durante las fiestas o la noche.

Hoy me preguntaban qué ha cambiado para que se den manifestaciones como las de esta semana e insisto. Se están apropiando del discurso. Los machistas, legitimados políticamente por la ultraderecha, están ocupando espacio con su discurso negacionista. No les subestimemos ni dejemos de señalarlos, porque están avanzando. De lo contrario, volverán a convencer a los tibios, volverán a amenazar nuestros derechos y la violación será de nuevo algo que guardar en silencio antes de que los insultos terminen por crucificarnos.

Ana Bernal-Triviño, en Público


No hay comentarios: