viernes, 16 de febrero de 2018

LOS DESPISTADOS Y EL SOCIALISTA

Buscar las gafas mientras las llevamos puestas. No saber dónde ha dejado uno las llaves y correr desesperado de un lado a otro de la casa. Dejarse el coche abierto. Olvidar tirar del freno de mano y ver cómo tu coche se desplaza mientras sales de él. Tirar un recipiente en la bolsa de reciclaje que no es. Saludar a alguien efusivamente por la calle desde la otra acera y observar como, a medida que te acercas, no es la persona que creías. Confundir la pasta de dientes con la crema hidratante. Olvidarte del código de tu tarjeta de crédito, o del pin. Poner gasolina al diésel. Meter un calcetín rojo en la lavadora de ropa blanca. Perder la cuenta de los cacitos de cereal en el biberón de las tres de la madrugada o no saber en qué te has gastado ese billete de cinco euros que jurarías que llevabas ayer en el bolsillo cuando llegaste a casa… 
Eso son despistes. 
Gürtel, Bárcenas, Palma Arena, Nóos, Cooperación, Imelsa, Fundación, Malaya, Orquesta, Taula, Canal de Isabel II, Púnica, Palau, Eres… y así hasta contar casi doscientas tramas desde que comenzó esto que llaman “democracia” (de las cuales, 126 han sido gracias al PP y al PSOE) son casos de corrupción. Y la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia ha cifrado en 90.000 millones de euros al año lo que toda esta juerga nos ha costado a los españoles. 
47.500 millones, o sea, la mitad de lo que nos roban, supone el 4,5% de nuestro Producto Interior Bruto. Y según el informe de la CNMC, corresponde a los sobrecostes administrativos, posibilitados gracias a las deficiencias en el control de las contrataciones públicas. De los otros 40.000 millones no se tiene mucha más información. 
Para que usted y yo nos hagamos una idea: al año nos cuesta unos 500 euros por cabeza el cachondeo. Si usted tiene una familia de cuatro miembros, eche cuentas: dos mil euretes se le caen del pantalón para ir a pagar el confeti de la fiesta de los hijos de Ana Mato, o la coca y los “volquetes de putas” de algún señor aforado. 
Pero no se trata solamente de lo que nos roban así, contante y sonante. Sino de lo que dejamos de percibir a causa de destinar esos 90.000 millones de euros anuales al trinque. Hablamos de que han recortado brutalmente las partidas que debían destinarse a garantizar el bienestar de las personas dependientes, del mantenimiento del sistema sanitario (cerrando plantas de hospitales públicos, prescindiendo de profesionales públicos para sustituirlos por subcontratas de empresas privadas, que a su vez, han llenado los bolsillos de personas vinculadas directamente con el gobierno popular), del sistema educativo, de las infraestructuras, de la inversión en investigación y desarrollo, de las ayudas a las familias sin recursos.
Aeropuertos sin aviones, estaciones de tren en las que no sube ni baja nadie, tranvías sin sentido, rotondas y esculturas de costes millonarios. Costes multimillonarios de dinero público, presupuestos hinchados que han sido el suculento pastel de los de siempre, a costa de todos los demás. Robos que, si se analizan detenidamente, han generado muertes: las de los pacientes en lista de espera que nunca llegaron a quirófano, las de quienes no han podido sobreponerse al abismo ante la pérdida de sus trabajos y sus viviendas… Y mientras tanto, han ido blindándose en sus aforamientos; salvándose el culo con sus indultos; escapando de la justicia con esas prescripciones que a través de hacer la ley y la trampa se habían organizado. 
Felipe González considera que no nos encontramos en España ante una situación de corrupción estructural. Señala y califica lo que estamos viviendo como una consecuencia de “despistes generalizados”. Además, añade, que a este paso, nadie va a querer ponerse al frente de un partido, por las consecuencias que esto pueda suponerle. 
Yo escribo esto y me quedo bloqueada. Porque de los casi doscientos casos de corrupción que hay registrados desde que vivimos esta llamada “democracia”, la mitad han sido cometidos por el PSOE o por el PP, o ambos inclusive. Y que este señor considere que el robo a la ciudadanía de miles de millones de euros al año pueda considerarse despiste me parece más ofensivo que el hecho de insultarnos directamente a todos. 
Me esfuerzo en tratar de llegar a comprender cómo se puede llegar a decir semejante cosa. Cómo se puede tener la desfachatez de escupir de esta manera y reírse de todos nosotros: de tantísimas personas que llegan a final de mes (o no) con enorme esfuerzo. Que sufren cada día por la pésima sanidad que nos están dejando, por una educación pública en condiciones pésimas, con un profesorado maltratado; familias que hacen malabares para poner un plato de comida en su mesa. Porque tenemos 13 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión social. Dicho en porcentajes, hablamos de un  28%. De esos 13 millones, uno y medio están al borde de la pobreza severa. Uno de cada tres niños está en riesgo de exclusión social y 4,5 millones de pensionistas ya se encuentran en él. Hay más: un tercio de las personas que se encuentran en riesgo de pobreza, trabajan. 
Será por despiste, pero resulta que, según los expertos, no se cumplen los pactos con Europa. En tema de déficit, aparentemente sí. Pero en lo social, la respuesta es un rotundo “no”. 
Según señalaba Save the Children, “el gasto en protección social tiene un fuerte impacto en las condiciones de vida de niños y niñas. España solamente invierte un 1,3% de su PIB. Nuestro sistema de protección social a la infancia es insuficiente y débil”. 
Dígame, señor Gonzalez, si es por despiste que el 4,5% de nuestro PIB se despilfarre en sobrecostes, y el equivalente al otro 4,5% no sepamos en qué orgía ni a qué narcos ha ido a parar. Dígame, señor González, si los datos que le planteo no le resultan la prueba evidente de que los que nos saquean en realidad son corruptos y no despistados. 
Quizás sea un problema con el uso del lenguaje y del absoluto desconocimiento del significado. Eso sí que es generalizado. Fíjese, hay quien todavía dice de usted que es socialista. Yo es a esos a quienes llamo despistados. 

Bea Talegón (elnacional.cat)

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