La mayoría de las personas sólo se preocupa por lo que ocurre en su entorno más cercano; hablando en términos de espacio –su ciudad, su país–, pero también de coordenadas temporales, es decir, su presente y futuro inmediato. Así operan no sólo nuestras vidas, marcadas por los seres que amamos –con quienes solemos convivir–, sino también la política, un sistema de organización social fraccionado por territorio y evidentemente cortoplacista, dadas las limitaciones de los ciclos electorales. Contra estas lógicas cotidianas de tan difícil superación, y mucho antes de que el cambio climático llenase portadas de periódicos, 17 científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), a petición de la organización conocida como Club de Roma, publicaron un informe crucial para entender los grandes desafíos globales con más de un siglo de perspectiva. Me refiero a Los límites del crecimiento (1972), estudio sobre la sostenibilidad planetaria liderado por la biofísica Donella Meadows del que se celebra el 50 aniversario.
Vamos a pensar en el «dilema de la humanidad» –anuncian ya desde el prefacio–, que no es otro que un modelo económico, social y moral basado en el crecimiento ilimitado en un planeta de recursos finitos. Aunque el lenguaje utilizado para desarrollar su teoría es aséptico, propio del registro científico divulgativo que eligen, en dicho dilema se juega algo tan crucial como la supervivencia de las especies –incluida la humana–, así como nuestra seguridad material y, me atrevería a decir, concepción del mundo desde, al menos, la Ilustración y la primera Revolución industrial.
La tres hipótesis principales que baraja el informe son contundentes: si el ritmo de crecimiento de entonces persiste, éste encontrará un límite catastrófico en los 100 años subsiguientes; es posible detenerlo y lograr así un equilibrio ecológico y económico que permita satisfacer las necesidades básicas de todos; y, en caso de que se decida adoptar esta solución, habría que hacerlo cuanto antes para impedir el colapso. Medio siglo después de tales advertencias, fundamentadas en el rigor académico, contamos con datos que corroboran cuán acertadas fueron aquellas reflexiones y hasta qué punto este libro de apenas 200 páginas informa de la inacción de nuestras sociedades frente a la magnitud de un problema que adquiere cada vez más gravedad y no plantea expectativas de mejora.
Colapso por agotamiento de recursos
Los límites parte de la dinámica de sistemas como metodología para simular hasta 11 escenarios posibles que dependen de alteraciones en cinco variables: población, producción de alimentos, recursos naturales, producción industrial y contaminación. En el escenario estándar, el colapso se produce por agotamiento de recursos no renovables, lo que a su vez desvía el capital de la inversión industrial y alimenticia, y la tasa de mortalidad aumenta significativamente debido al hambre y la falta de servicios sanitarios. Otros modelos plantean un declive poblacional por la contaminación masiva o la disminución de superficie cultivable, pero casi todos presentan el mismo final decadente, para el que se tiene en cuenta el desarrollo tecnológico. Desmintiendo las críticas que les arrojaron en su momento, los autores abrazan la tecnología como herramienta para el bien social; sin embargo, ésta no es capaz de hacer milagros si el paradigma sigue siendo el crecimiento.
El escenario más optimista se da únicamente en caso de implementar una economía circular caracterizada por la reducción drástica del consumo que, junto a la estabilización demográfica y la inversión en sanidad, educación y agricultura, y una mejor gestión de los residuos, permitiría un equilibrio prolongado en el tiempo. Lo contrario es precisamente la situación actual, y el abismo al que parecemos estar encaminados.
En un momento en que hemos normalizado debatir sobre la sexta extinción y abundan los fenómenos meteorológicos extremos; cuando es normativo hablar de crisis energética y se constatan picos inflacionarios relacionados con la escasez de recursos, entre ellos los combustibles fósiles, genera vértigo leer un informe que fue actualizado por los autores en tres ocasiones llegando a conclusiones similares, con la excepción de la viabilidad del escenario más esperanzador: la tierra ha sobrepasado su capacidad de carga, según afirmaron hace 30 años. En 2014, una investigación independiente ratificaba la exactitud de las primeras estimaciones. El año pasado, la analista Gaya Herrington, directora de sostenibilidad para una de las mayores auditorías del globo, KPMG, saltaba a los medios gracias a un estudio basado en los descubrimientos de Meadows que también vaticinaba el colapso, esta vez con fecha: en los próximos diez años, si continuábamos rigiéndonos por el mismo modelo económico. A diferencia de las anteriores, la investigación de Herrington proviene por primera vez del sector corporativo, de por sí reticente a cualquier cuestionamiento de las dinámicas capitalistas, y, si bien apunta a la tecnología como mecanismo que pueda mitigar una caída en picado (demográfica, industrial), deja claro que el porvenir no es nada halagüeño.
¿Qué hacer desde nuestra condición de ciudadanos de a pie? ¿Cómo pensarnos más allá de la inmediatez familiar, histórica? Su receta: no imaginar que van a volver tiempos mejores; concebir el capital no cómo divisa sino, por ejemplo, como servicio público –sanidad, educación–; invertir en resiliencia antes de que sea, otra vez, demasiado tarde.
Azahara Palomeque, en La Marea
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