Llegó con Francisco Franco, en un tren desde Estoril. Fue el dictador quien dirigió su educación y quien más tarde le nombró como sucesor, una verdad incómoda que sus muchos hagiógrafos siempre prefieren ignorar. Heredó la jefatura de un Estado totalitario, que transformó en una monarquía democrática, gracias a ese empate técnico del que derivó la Transición. Ni el franquismo tenía el poder suficiente para perpetuar la dictadura ni los demócratas tenían el apoyo suficiente para romper completamente con lo anterior. De esa correlación de fuerzas, de esas tablas en el ajedrez, salió una Constitución democrática con un rey en el 'pack'.
Adolfo Suárez, en una entrevista durante mucho tiempo inédita, lo confesó con claridad. No hubo un referéndum sobre la monarquía o la república porque el rey Juan Carlos lo iba a perder.
Un rey elegido y educado por un dictador. Que traicionó a la dictadura y al búnker franquista. Que garantizó a las élites económicas y a Estados Unidos que no habría ninguna revolución. En cuyo reinado se consolidó un Estado democrático europeo, probablemente las décadas de mayor prosperidad de nuestra ajetreada historia. Que ganó su popularidad en parte por méritos propios, por sus aciertos en los momentos más difíciles de la Transición, y también por el papel de unos medios de comunicación que durante demasiado tiempo taparon sus vergüenzas, miraron hacia otro lado y ocultaron su evidente corrupción. El campechano, tan cercano al pueblo, ha resultado ser un gran fraude. También un gran defraudador.
Juan Carlos de Borbón llegó desde el exilio de Estoril. Se va a un destierro sin honor, acosado por las investigaciones judiciales, con su imagen hundida y la institución monárquica en su peor momento desde que Franco la restauró. El rey hijo sacrifica al padre para salvar la corona. Es una tradición a la que Juan Carlos de Borbón tampoco es ajeno. Él también la protagonizó.
La carta de despedida del viejo rey es una burla a todos los ciudadanos a los que durante casi cuatro décadas representó. Juan Carlos de Borbón no admite culpa alguna ni muestra arrepentimiento por todo lo que conocemos hoy. Dice irse del país "para servir a los españoles". Asegura que esa fortuna que acumuló en paraísos fiscales, aprovechándose de su puesto como jefe del Estado, son "acontecimientos pasados" de su "vida privada". Su abogado afirma que "permanece a disposición de la Fiscalía". Y si es así, no se entiende entonces para qué se va de España. Y qué otra cosa pretende con esa decisión.
La idea de que el rey Juan Carlos abandone el país para exculpar sus pecados es propia de otro tiempo y de otro siglo. Si quiere "servir a España", que devuelva a los españoles la fortuna que amasó, que no declaró ante Hacienda y que obtuvo gracias a su cargo, no a su trabajo personal. Si la Casa Real quiere distanciarse del ex jefe del Estado, que le retire los honores; ese título de ‘rey emérito’ que aún mantiene. Y si Juan Carlos de Borbón pretende ponerse a disposición de la justicia, como dice su abogado, que no se vaya muy lejos, no vaya a ser que el Tribunal Supremo le llame pronto a declarar.
Lo último que sabemos sobre sus negocios con jerarcas saudíes y sus presuntos fraudes fiscales debería bastar para abrir una investigación penal. Lamentablemente, muchos de sus actos serán impunes porque ocurrieron cuando aún mantenía la inviolabilidad que le otorga la Constitución. Pero el delito de blanqueo de capitales no prescribe con facilidad; cada vez que se toca ese dinero, se vuelve a cometer una ilegalidad. Y esa misteriosa venta de un lujoso ático en Londres regalado por Omán se produjo después de su abdicación. Hay 20 millones de euros de esa extraña operación que acabaron en otra estructura off shore diferente a las que conocemos ya.
No habla bien de España que quien fuera jefe del Estado por casi cuatro décadas se descubra hoy como un gran corrupto, indigno de representar a este país. Un jefe del Estado que tiene que abandonar su patria por la puerta de atrás, acosado por las investigaciones judiciales sobre su enorme patrimonio oculto.
El primero de los españoles fue impune por demasiado tiempo, porque muchos miraron hacia otro lado, porque sucesivos gobiernos lo ampararon, porque la prensa no cumplió con su papel.
Los mismos errores que llevaron a la impunidad y al abuso de poder de Juan Carlos de Borbón se están repitiendo hoy con su sucesor. Felipe VI debe muchas explicaciones a la nación, unas preguntas que todo ciudadano –sea monárquico o republicano– debería exigir al rey. ¿Por qué tardó un año en comunicar lo que sabía de las cuentas en paraísos fiscales de su padre, cuando los abogados de Corinna se lo hicieron saber? ¿Por qué aparece en ellas como beneficiario y cuándo se enteró? ¿No tuvo una sola noticia en todos estos años del nivel de vida y del manejo de dinero en efectivo de su padre? ¿Ni de los regalos inaceptables? ¿Ni de los fondos ocultos en el extranjero? ¿Por qué fue un empresario quien le pagó gran parte de la onerosa factura de su luna de miel?
No es de recibo que un diputado raso tenga que presentar una declaración de bienes cuando entra y sale de la institución y no ocurra lo mismo con el jefe del Estado. También es insultante que se nos anuncie que retiran el sueldo al rey emérito y después descubramos que ese dinero se queda para "imprevistos" en la Casa Real y no se devuelve a la caja pública. Es impresentable que paguemos entre todos un Centro de Investigaciones Sociológicas que pregunta en sus encuestas por la valoración de los ministros, o de los líderes de la oposición, pero hace ya cinco años que no pregunta a los españoles qué opinan de su rey.
Con el destierro sin honores de Juan Carlos de Borbón termina una época. No sabemos si la que viene será mejor. Bajo la corona del campechano creció una corte a su imagen y semejanza: empresarios que le apoyaban en sus cacerías y en sus correrías, cómplices de sus negocios. Si el rey era corrupto y su papel era dar ejemplo, ¿cómo no iban a ser corruptos los demás?
Ignacio Escolar, en eldiario.es
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