sábado, 20 de abril de 2019

DESASTRE RIVERA

Ernesto Giménez Caballero, un fascista de verdad, sostuvo en Manuel Azaña. Profecías españolas (Ediciones Turner) que en política, para triunfar, hay que aparentar ser lo contrario de lo que es. "No por inmoralidad, sino porque las masas lo son a su vez así: de doble fondo; piensan una cosa queriendo la contraria. Esa es la gran tragicomedia de la política". Este axioma explica por qué Albert Rivera cree que el electorado indultará sus giros de cadera, edulcorados gracias a las canonjías mediáticas del naranjismo.

La moción de censura sacó del carril a Cs. Entonces auxiliaba a un PP exangüe y soñaba con desplazar al PSOE. Ahora firmaría un gobierno con una ultraderecha que huele a olla podrida y a sacristía vieja. La degradación de las expectativas riveristas es proporcional a su pésima digestión del sanchismo. Se entiende que censure con duros epítetos la distensión con los independentistas; no la obsesión personalista que le lleva a presentar a Sánchez como un peligro público o cualquier otra sandez de este calibre. El programa socialista repudia la autodeterminación, mantiene la reforma laboral y entierra el impuesto a la banca. Garicano es más compatible con Calviño que con Lacalle. Sin embargo, queriendo taponar la fuga de votos a su derecha, Rivera insiste en limitar sus opciones a ser vicepresidente de un Ejecutivo echado al monte de la aznaridad. Grave error. El cordón sanitario a un partido fundador de la democracia del 78 puede liquidar su liderazgo. Quizá eso justifica la operación de mover a Arrimadas de la Ciutadella a las Cortes.

El espacio de Cs tras el salto nacional giraba alrededor de los valores constitucionales, los derechos de ciudadanía y el europeísmo. Todo eso saltó por los aires con el tripartito andaluz y la bacanal nacionalista de Colón. Esta foto minó la posición de centralidad naranja e instaló a su presidente en la bronca, síntoma de desesperación. A partir de ahí, cuesta abajo: pucherazos en primarias de saldo, aceptación de la foralidad (¿en qué quedó aquello de los libres e iguales?) y un goteo de fichajes en plan coche escoba del bipartidismo, tránsfugas incluidos. El giro a la derecha ha quedado sellado en su doctrina económica: no sólo ampara pingües rebajas fiscales para las rentas altas, sino que descarta prohibir a los bancos abrir oficinas en paraísos fiscales, elimina las propuestas destinadas a acabar con las Sicav y se olvida de regular las puertas giratorias. ¿Regeneración? Quia.

El drama de Rivera no estriba en la incomprensión cainita del liberalismo, sino en su renuncia a ocupar el centro y asumir su papel histórico. Puedes tener tres millones de votos o quedarte en la mitad. Lo que no puedes es alardear de moderado y acabar trajinando leyes con los iluminados que aún berrean el falso mito de la Reconquista.

Raúl Conde, en El Mundo

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