lunes, 4 de noviembre de 2013

LA VIDA DE ADÈLE

 (“La vie d’Adèle-chapitre 1 & 2”, Francia, 2013)

Dirección: Abdellatif Kechiche. Guión: Abdellatif Kechiche y Ghalya Lacroix, basado en la novela gráfica “Le bleu est une couleur chaude” de Julie Maroh.
Intérpretes: Adèle Exarchopoulos, Léa Seydoux, Jérémie LaHeurte, Salim Kechouche

Una joven estudiante descubre, tras tener una relación fugaz con un chico, que en realidad se siente atraída por las mujeres. Conoce a otra muchacha algo mayor que ella e inicia una relación que la llevará a recorrer todo el arco iris de sentimientos que el amor provoca.


La vida de Adèle sigue el esquema clásico de cualquier historia de amor que hayamos visto ya mil veces: chica conoce –en este caso- chica, chica se enamora, chica sufre los conflictos del amor… y ya no cuento más. La historia es muy simple, su argumento nada novedoso. Entonces ¿Por qué la crítica mundial la ha colmado con todo tipo de parabienes y por qué ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes?

Porque es una obra luminosa, deslumbrante, de inconmensurable belleza, de dolorosa profundidad; una película que toca, que hiere, que envuelve al espectador, que lo arrastra hacia su propio interior; que conmueve (en el mejor sentido de la palabra), que te implica, que habla sobre ti aunque no seas ni una chica, ni joven, ni lesbiana. Porque posee la esencia de las grandes películas: su atemporalidad y su impersonalidad; sirve para que cualquiera de los espectadores se sienta representado sean cuales sean sus circunstancias vitales; porque, como las obras de arte que tienen sentido, habla sobre nosotros, nos rodea, nos entiende, nos estudia, nos explica, nos responde.

Planos cercanos

El gran maestro del cine japonés Yasujiro Ozu (de quien hablaremos próximamente en El Sillón Informativo aprovechando que algunas de sus mejores películas han sido reeditadas en DVD y en Blu-Ray, restauradas y espléndidas), ponía siempre la cámara a 60 centímetros del suelo y desde allí, sin moverla y sin necesitar ni un solo primer plano, nos desvelaba el interior del corazón de sus personajes. Kechiche hace justo lo contrario: narra su historia con un uso casi convulsivo de primeros planos. El resultado es inquietantemente inverso; aunque tenemos acceso a estas mujeres con todo el detalle y se nos permite conocerlas en su total intimidad existe, como una barrera invisible, una coraza que no nos deja entrar, al estilo del “NO TRESPASSING” del célebre comienzo de “Ciudadano Kane” (Citizen Kane, Orson Welles, 1941)

Y aunque intuimos o sospechamos (o recordamos según nuestra propia experiencia) cómo deben de ser sus sentimientos, qué dolorosa su soledad, el director no nos deja pasar más allá: lo que vemos es todo lo que nos va a dar, lo demás habremos de buscarlo en nosotros mismos. Es lo que en el cine se llama respetar la inteligencia del espectador.

Tres horas de soledad

La vida de Adèle tiene un metraje de 180 minutos, tres horas de elaborada y contenida narración. Estamos mal acostumbrados a montajes acelerados, repletos de planos extra-cortos, casi subliminales. Algún espectador puede resentirse con la quietud que Adèle ofrece. Pero en cuanto sincronice el ritmo que esperaba con el que se le ofrece, también sucumbirá al hechizo de esta hipnótica obra. Sus tres horas no pesan, al contrario, al final quieres que la historia continúe y sales del cine preguntándote qué será a partir de entonces de la protagonista.

Actrices inmensas

Además de la Palma de Oro antes mencionada “La vida de Adèle” también ganó el premio de interpretación para sus dos actrices principales; no podía ser de otra manera. La casi debutante Exarchopoulos no necesita ni palabras para representar los mil estados de ánimo por los que pasa su personaje y hace mucho tiempo que no se veía una gama tan amplia de estados emocionales expuestos con tanta sensación de verdad. La más conocida Seydoux se enfrenta con aplomo a un personaje que corre el riesgo de resultar antipático; su Emma es más poderosa que Adèle y por consiguiente más cruel. La actriz no se deja llevar por su fortaleza y lo interpreta con mil matices y con dulzura.

No lo piensen más, no se resistan; vayan al cine más próximo a ver La vida de Adèle. Es la sensación de la temporada, una experiencia intensa, cálida, apasionante. Lo más estimulante del año.

Luis Monzón, en El Sillón Informativo

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