Desde la distancia, nuestra ikastola se ve demasiado grande y nuestra tierra en cambio, pequeña. Pequeña porque recordamos una Ribera accesible, amable, de dimensiones más humanas que estas grandes urbes que hoy nos toca habitar y en las que a todo el mundo, Tudela les parece algo exótico.
Grande en cambio la ikastola, porque nosotras siempre la recordaremos tan pequeña como la conocimos el primer día. Nos gusta recordarla así; es nuestra ikastola, porque nuestros padres y madres la hicieron con sus propias manos, y esto nos hacía sentir especiales.
Hoy, después de purgar nuestros pecados de vanidad en aulas universitarias donde nadie se conoce, ya no nos sentimos tan especiales. En este mundo globalizado, son muchos los centros educativos plurilingües, creados y gestionados por familias. Por lo general, las ikastolas llaman menos la atención de nuestras amigas y amigos argentinos, ingleses o austriacos, que los espárragos o los encierros. Lo que no acaban de creerse es la beligerante actitud del Gobierno de Navarra frente al euskera en general y al euskera en la Ribera en particular. Hoy que es posible aprender euskera en universidades de Chile, Polonia o Japón, nadie puede creerse que sea imposible hacerlo en la sede de la UPNA en Tudela. ¿Fronteras a un idioma en su propia tierra natal? El futuro no va por ahí.
Enseñándonos a amar la pluralidad cultural de nuestra tierra, la ikastola nos ha ofrecido el mejor de los pasaportes. Aprendimos a acercarnos a cuantas lenguas y culturas se cruzan en nuestro camino y a tratarlas con respeto. Nos enseñaron que cada lengua encierra una visión del mundo y que todas son imprescindibles para componer esa hermosa melodía que llamamos humanidad. Por eso las ikastolas son imprescindibles.
De este mundo que cada día se hace más pequeño, nos ha llamado mucho la atención la globalización de la injusticia social y las profundas heridas que deja a su paso. El mundo no es como nos lo habían contado en la ikastola, pero debería serlo. Nos educaron para una igualdad que no vemos en ningún sitio, pero también nos enseñásteis que hay que mirar de frente las uñas sucias de la miseria. Y eso a veces, duele.
Claro que si algo nos habéis enseñado es a saltar injusticias y fronteras. Primero las impuestas por la Ley del Vascuence, pero también las de género, clase o nación. Hemos descubierto así, muchas experiencias de solidaridad que nos recuerdan a nuestra ikastola. Hemos descubierto una generación, la nuestra, compuesta mayoritariamente por mujeres plurilingües, que no han nacido en grandes urbes deshumanizadas, y que no especula con el dinero y la vida de sus iguales. Una generación que levanta ikastolas en las selvas amenazadas, en los desiertos postindustriales, en las favelas colonizadas, frente a las guerras del petróleo. Y es por eso que el mundo tiene futuro.
Después de 25 años hemos aprendido que soñar es además de posible, necesario y sabemos que el futuro es vuestro, de las ikastolas (hablen en el idioma que hablen), de la solidaridad y el compromiso social. Creednos: el mundo, está lleno de ikastolas.
Garazi Balmaceda, Itoitz Rodrigo y Naroa Lizar, ex alumnas de Argia Ikastola (en Diario de Noticias)
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