jueves, 15 de diciembre de 2022

HISTORIA DE LAS DERECHAS Y LAS IZQUIERDAS EN ESPAÑA

Antonio Rivera Blanco, catedrático de Historia Contemporánea y director del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda de la Universidad del País Vasco, y Juan Sisinio Pérez Garzón, catedrático emérito de Historia Contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha, acaban de publicar sendas obras sobre la historia de las derechas y las izquierdas en España en los dos últimos siglos. Estos días están presentando sus libros en el País Vasco y Campusa ha estado con ellos para que nos acerquen algunos detalles de sus trabajos que nos permitan comprender la complejidad de nuestra historia más reciente.

¿Cuál es el objetivo de esta obra?

Juan Sisinio Pérez: Tanto Antonio Rivera como yo hemos compartido objetivos y criterios. Hemos pretendido elaborar unos libros que sean útiles socialmente. No existían esas síntesis necesarias que ofrezcan una visión general de la evolución de las ideologías en España a lo largo de dos largos siglos.

Este objetivo se ha desarrollado con tres criterios. Primero, que no podían ser libros de combate, sino de comprensión y explicación racional e inteligible de la “enorme y abigarrada complejidad de la realidad humana”. Por tanto, son libros para el debate y la necesaria revisión de nuestros conocimientos del pasado. En segundo lugar, que los historiadores no somos jueces del pasado ni profetas del futuro. Y como tercer criterio, que había que salir del tópico de unas izquierdas y unas derechas monolíticas. Ambas categorías políticas albergan en su seno un pluralismo de contenidos y valores siempre cambiantes.

Antonio Rivera: Este tipo de análisis de muy larga duración permiten ver la continuidad, evolución y cambios de las grandes culturas políticas, y dejan ver cómo se adaptan o no a los tiempos y cómo, en consecuencia, el discurso original va mutando. El ciudadano tiende a pensar que las ideas son siempre básicamente las mismas, pero no es así. Si las izquierdas han girado en torno a la gran idea de la igualdad y las derechas a la de libertad, luego en el espacio inmediato una y otra tienen aplicaciones diferentes y cambiantes. Y ahí es donde esta mirada de larga proyección nos permite ver toda la riqueza de la política real, de la historia, y no tanto de la formulación doctrinaria de las ideas.

¿España es de derechas o de izquierdas?

JSP: España, como toda realidad social y política, como Francia o Rusia o Andalucía o Euskadi, nunca ha sido homogénea. Ninguna sociedad humana es homogénea, sino plural y siempre alberga clases y grupos antagónicos, conflictos de intereses y de aspiraciones y de ideas y creencias, acuerdos y pactos, etc.

Por eso, hablando del período que nos ocupa, desde 1789 hasta 2022, España es tanto de derechas como de izquierdas, y así se comprueba en su historia. Y ahí hay un rasgo que existe en otros muchos países y que en el caso español hace más compleja esa aparente dicotomía entre derechas e izquierdas: se trata de los grupos soberanistas de Cataluña y Euskadi que, al menos desde principios del siglo XX, han introducido un factor de varianza que ha marcado el rumbo tanto de las derechas como de las izquierdas españolas.

«Habitualmente han sido las derechas las que han gobernado el país»

AR: En todo caso, hay que señalar que habitualmente han sido las derechas las que han gobernado el país, como ocurrió en todos los demás de nuestro entorno. Pensemos que estas se ven desplazadas del poder en el momento más prolongado durante el mandato socialista de Felipe González, entre 1982 y 1996, solo catorce años. Además, el hecho de que el pasado siglo XX se fuera en su mitad en dos dictaduras militares de derechas también connota extraordinariamente la idea que tiene la ciudadanía de ese campo político, en lo bueno y en lo malo, en lo acertado y en el lugar común erróneo.

¿Cómo enmarcaría la polarización actual de la política dentro de la historia de ambos idearios? ¿Ha habido momentos más tensos que los actuales?

JSP: ¡Los hubo! ¡Más tensos y con mucha sangre de por medio! Vivimos tensiones propias de un régimen democrático, bastante asentado y aceptado, bastante engrasado, con sus lógicos conflictos y exabruptos más o menos agrios y desafortunados.

O sea, una balsa de aceite comparado con la lucha entre absolutistas y liberales, que produjo una pequeña guerra civil en 1822, y, posteriormente, una cruenta y larga guerra civil de 1833 a 1840 (luego empezaron a llamarla incorrectamente ‘guerra carlista’), más la llamada segunda o tercera guerra carlista de 1872 a 1876… ¿Y qué decir de la guerra civil de 1936 a 1939 y la posterior dictadura?

AR: Algunos autores hablan del siglo XIX español como de una guerra civil continua y larvada, con explosiones de manifestación bélica abierta.

¿Cómo ha influido la violencia política a lo largo de los años en ambas ideologías?

JSP: La violencia política ha influido tanto en las derechas como en las izquierdas, desde la revolución liberal o la reacción absolutista hasta que en 1936 tanto la sublevación militar y las fuerzas políticas de la derecha como las milicias republicanas usaron la violencia para implantar y defender sus respectivos idearios. La dictadura franquista, pura violencia política, prosiguió hasta 1977, pero las izquierdas, tras la iniciativa de reconciliación del PCE-PSUC de 1956, progresivamente prescindieron del recurso a la violencia para efectuar el cambio político deseado, salvo ETA.

En definitiva, que llevamos menos de un siglo viviendo con el consenso de que solo es legítima una política que en ningún momento use o justifique la violencia como arma política.

¿Estamos viviendo un periodo de “tranquilidad” desde el punto de vista histórico?

JSP: Palabra ambigua, si va entrecomillada: cuando vivíamos bajo la dictadura de Franco se decía que “tranquilidad” venía de tranca: o sea, que vivíamos en calma por miedo a la tranca o los palos y garrotazos que nos podían caer encima si se protestaba… En cambio, tranquilidad sin comillas significa sosiego y estado de paz y armonía. En ese sentido, las democracias tenemos un enorme sosiego, sin duda, si miramos a las dictaduras y sistemas autocráticos como el de Putin. Pero no armonía, porque en toda sociedad lo habitual es el disenso, esto es, la desavenencia, la diferencia, la discusión, la disconformidad.

«Vivimos en una democracia que nos da sosiego y tranquilidad»

Sin entrar ahora en disquisiciones politológicas más amplias, afirmaría que sí, que vivimos en una democracia que nos da sosiego y tranquilidad porque podemos resolver las desavenencias con acuerdos y cambios pacíficos electorales. ¡¡Nada menos!!

Hay una idea de que la derecha siempre ha sido más homogénea que la izquierda, ¿es cierta?

AR: Las derechas se unen y dividen exactamente igual que las izquierdas. Es más, reproducen dentro de ellas el mismo esquema: hay una izquierda y una derecha más templadas y dispuestas a llegar a puntos intermedios, que suelen ser los que marcan la cultura política de un país, lo que reconocemos como lo que permanece (una constitución, un ordenamiento territorial, un modelo de distribución de la riqueza, unas relaciones internacionales); y luego hay una izquierda y una derecha más radicalizadas, extremistas a veces, beligerante con el contrario (al que toman por enemigo), que presionan a sus sectores cercanos para que adopten políticas más de parte, menos conciliadoras. Eso lo vemos ahora mismo en la política actual, pero ha existido siempre. En las derechas serían el espacio que ha dividido a los liberal-conservadores, de Cánovas a Rajoy, y a los tradicionalistas o teológico-políticos, de Donoso Cortes y Franco hasta Vox en la actualidad.

¿Llegaremos a ver un partido de centro que se mantenga en el tiempo?

JSP: Las fuerzas o grupos de centro aparecen en ambos libros y han cumplido tareas necesarias, aunque no hayan sido fuerzas políticas mayoritarias. Sabemos que el electorado de centro se lo han disputado tanto el PSOE como el PP desde la década de 1980, aunque ese electorado no haya cuajado en un grupo político estable.

AR: El problema es que los partidos de centro, aun teniendo una base liberal, no han hecho de ello su bandera y han sido un poco oportunistas, han surgido a la contra de determinada situación política. En ese sentido, no se han dado el tiempo necesario para asentarse como ‘tercer partido’, como ha pasado en Alemania o, incluso, en Inglaterra. Aquí, en cuanto reciben un mal resultado electoral, se disuelven y desaparecen, porque no tienen consistencia ideológica. Además, su espacio y funcionalidad se lo ha hecho propio el nacionalismo periférico catalán y vasco, y ahora amenaza incluso que lo haga una constelación de vindicantes territoriales tratando de captar recursos del gobierno central, en la mejor tradición caciquil española. Los grandes partidos, a izquierda y a derecha, echan mano de ellos para construir mayorías parlamentarias y, por eso, el ‘tercer partido’ nacional es desplazado por esos y no se mantiene en el tiempo como posibilidad.

En todo caso, pienso que el país sería más normal si existiera ese ‘tercer partido’, pero para ello hay que hacer una historia distinta. El hecho de que sean los nacionalismos los que ocupan ese espacio es fruto de nuestra particular historia de 1977 para aquí. Si hubiera una estructura distinta, por ejemplo, federal, es posible que cambiaran profundamente las cosas y que las reglas de juego se acomodaran a otro esquema, propiciando la existencia de ese partido tercero o de centro. Hasta entonces, el mecanismo de relación directa bilateral entre regiones y el gobierno central imposibilita eso, porque ese partido tercero no puede competir con los nacionalistas a la hora de hacerse con favores colectivos para distribuir en los territorios.

Mirando al futuro, ¿volverá a haber acuerdos entre ambas ideologías o aumentará la polarización?

JSP: Como historiador, pienso que conocer el pasado no permite barruntar mejor las posibles previsiones de futuro. Y como ciudadano dedicado a la historia, soy optimista: persistirán polarizaciones más o menos intensas, es lo habitual, y podrán articularse acuerdos y pactos donde unos y otros cedan, según las circunstancias nacionales e internacionales obliguen.


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