Felipe VI pone cara de Felipe IV cuando le interesa. El monarca, habitualmente, no se parece en nada a aquel rey pasmado que interpretó magistralmente Gabino Diego en la película de Imanol Uribe. Nuestro Felipe no tiene cara de lelo y, a diferencia de su padre, tampoco parece compartir el amor desmedido por el sexo que condicionaba la vida del cinematográfico soberano de la Casa de Austria.
Desde que accedió al trono en 2014 la imagen que ha proyectado ha sido justamente la contraria. En su primer año de reinado no dudó en dar un golpe de efecto, retirándole el Ducado de Palma a la Infanta Cristina. Siempre pendiente de las encuestas, Felipe VI sabía que la reputación de la monarquía se estaba yendo por el sumidero gracias a las actividades delictivas de su cuñado y a las cacerías de todo tipo que su progenitor protagonizaba en Botswana, Alemania o Suiza. Sacrificar a su mismísima hermana, sin duda, le pareció la mejor idea para ganar algunos puntos y que así el CIS, algún día, pudiera volver a preguntar a los españoles la opinión que tienen de él y de la institución que representa.
Este afán se vio rápidamente frustrado por la aparición del sospechoso compi yogui de la reina y por los escándalos que seguían salpicando a su papi. El monarca tenía que volver a dar un puñetazo en la mesa y lo dio en Cataluña. Tras el referéndum del 1 de octubre le vimos serio, decidido, firme y hasta arrogante. No era un rey pasmado el que se dirigió el pasado 3 de octubre a todos los españoles con el objetivo de contentar, solamente, a una parte de ellos. Felipe VI se vistió de Isabel la Católica para despreciar el diálogo y reivindicar el papel de la Inquisición PPopular en su lucha contra la herejía independentista.
En estos ya casi cuatro años de reinado, Felipe solo ha dejado de ser león para convertirse en cordero cuando la sombra de Franco se dejaba ver por los pasillos de palacio. Un año antes de pronunciar su durísimo discurso sobre Cataluña, el rey sí había hablado de manos tendidas y de brazos abiertos. Manos tendidas y brazos abiertos para saludar y dar cariño a los asesinos de la dictadura y a quienes reivindican su sangrienta obra. “Son tiempos para profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas", dijo el monarca con cara de Gabino, provocando la indignación de las víctimas del franquismo.
Ahora volvemos a verle no ya pasmado, sino escondido detrás del Gobierno. El espíritu del dictador vuelve a pasearse por la Zarzuela porque toca renovar o no el Ducado de Franco. Muerta la hija del tirano, el título ha sido reclamado por la nieta, Carmen Martínez-Bordiú. Felipe VI tenía la ocasión de reivindicarse como el rey de todos los españoles. Solo tenía que aplicar la misma determinación que utilizó con su hermana y con el listo de su marido para revocarles su título de Duques de Palma.
Sin embargo Felipe VI considera más honorable a quién asesinó a cientos de miles de españoles que a un odioso, pero simple corrupto. Sabía que su decisión iba a levantar ampollas y por ello le ha pedido al Ejecutivo que se trague ese sapo a pesar de que la responsabilidad es, casi al cien por cien , suya. Obediente y a la vez entusiasta , Rafael Catalá asumió el pasado martes, en nombre del Gobierno, la intención de renovar el Ducado de Franco porque es un título “simplemente honorífico”. Honor para una mujer cuyo único mérito es llevar la sangre de un criminal y disfrutar del patrimonio que saqueó su abuelito. Honor a Franco que nos mantiene como país en el rincón ignominioso de una Europa en la que sería inimaginable un Marqués de Hitler o un Conde de Mussolini. Honor que si finalmente, como parece, se mantiene será porque la Corona así lo desea.
Nuestro monarca podía habernos dado alguna razón para que olvidáramos que su bisabuelo, Alfonso XIII, financió el golpe de Estado de 1936 que sumió a esta nación en la guerra, la represión, el totalitarismo y la Edad Media. Nuestro soberano podía habernos dado un motivo para relativizar el deseo de su abuelo, Don Juan, de unirse, vestido con indumentaria falangista-carlista, a las tropas franquistas que luchaban para acabar con la democracia en España.
Nuestro Felipe podía haber dado un paso para que minimizáramos el hecho de que su padre fue nombrado a dedo por el dictador y que Don Juan Carlos se lo agradeció, entre otras maneras, creando el Ducado para honrar su nombre y el de su familia. Era solo un gesto para desvincular su trono de la dictadura y, en lugar de hacerlo, Felipe VI ha vuelto a elegir el papel de rey pasmado.
Carlos Hernández, en eldiario.es
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