La declaración final de ETA confirma la desaparición inequívoca de esta organización, que supone el desmantelamiento de todas sus estructuras, su extinción como 'agente político' y la eliminación de la figura de militantes de ETA. En consecuencia, a partir de tal declaración nadie podrá representar a ETA ni arrogarse legitimidad alguna para dar marcha atrás, revocar la decisión adoptada o reactivar una estrategia violenta en su nombre. El hecho de que el cascabel al gato se lo haya puesto José Antonio Urrutikoetxea, 'Josu Ternera' es un argumento de autoridad significativo para ese mundo.
Es un día muy importante para la sociedad vasca, para nuestra convivencia en paz y libertad. Con la decisión de ayer se da definitivamente por finalizada la pesadilla que durante décadas hemos padecido, aunque como es obvio quedan las secuelas terribles por tanto dolor producido. No es un día de celebraciones ni para exteriorizar alegrías por respeto precisamente a las víctimas. Pero sí lo es para dejar constancia de que la desaparición de ETA representa el fracaso de la lucha armada. O, como decía estos días Max Brisson, senador republicano que asistirá hoy al encuentro de Cambo, el fin de la violencia representa el triunfo de la democracia.
ETA afirma que la decisión de su disolución «es la secuencia lógica tras la decisión adoptada en 2011 de abandonar definitivamente la lucha armada». La inmensa mayoría de los vascos se preguntan: ¿por qué en 2011 y no treinta años antes? Esta es la pregunta que deberían responder quienes durante estas décadas han practicado la violencia o la han legitimado. ¿Cuáles son las razones que podrían justificar la continuidad de ETA hasta 2011 y cuáles son las que explican la necesidad de cerrar ahora, como se dice, el ciclo histórico?
En el silencio a estas preguntas se oculta la razón que no se quiere reconocer, que no es otra que el fracaso reiterado en la gestión de su propia existencia. ETA ha fracasado en todos sus diseños estratégicos. En la década de los 80 el eje central de su estrategia pasaba por forzar al Estado a una negociación política mediante la violencia arrogándose la representación del pueblo vasco. Los encuentros de Argel fueron despreciados por ETA, que minusvaloró la fuerza del Estado y sobrevaloró la fuerza de su organización en una muestra de soberbia sin límites.
Fracasada la estrategia de negociación directa con el Estado, el nacionalismo vasco, en un ejercicio de ingenuidad y buenismo, puso a disposición de ETA la percha de Lizarra en la que poder colgar la historia de la banda y de su final. Era la negociación en el seno del nacionalismo. La actitud arrogante y totalitaria de ETA le llevó a despreciar nuevamente la oportunidad para cerrar con cierta dignidad su aventura histórica. La tercera oportunidad se le planteó en 2007, bajo un modelo de doble negociación: una con el Estado, paz por presos, por resumirlo; y la otra, referida a las cuestiones políticas, en manos de los partidos reunidos en Loiola. Era la última oportunidad de cerrar el ciclo de la violencia de forma negociada, con lo que ello representa. La soberbia volvió a imponerse en ETA y la posibilidad ofrecida saltó por los aires con el atentado de la T4.
ETA y una izquierda abertzale sumisa y escasamente valiente perdieron todas las oportunidades ofrecidas. Ya no cabían más estrategias para el final de ETA basadas en la negociación. Solo restaba la vía de la unilateralidad, incondicional e irreversible, pactada no con terceros, sino consigo mismos. Es decir, la negociación dentro del conjunto de organizaciones que constituyen el binomio ETA-izquierda abertzale. Afortunadamente tanto unos como otros -más unos que otros- se convencieron de que era la última salida que les restaba porque la otra suponía la clausura de la organización por la intervención policial.
El cambio de estrategia nada tiene que ver con las nuevas circunstancias existentes en 2010, sino que es la consecuencia obligada de los gravísimos errores estratégicos cometidos durante estas casi cuatro décadas. Errores que tienen su razón principal en el militarismo, que se había convertido en ese tiempo en la razón de ser y la causa principal de ETA.
Afortunadamente la pesadilla ha terminado. Es el tiempo de proteger a las víctimas del terrorismo, pero también de las otras violencias. Es el tiempo de trabajar, sin rencor y sin ánimo de venganza, espacios de convivencia, de respeto mutuo, de aceptación de la pluralidad de la sociedad como elemento constitutivo de la misma y fundamento de nuestra libertad.
Xabier Gurrutxaga, en el Diario Vasco
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