El concepto España plurinacional se está situando en el centro del debate político español. Hace unos meses, sólo Podemos y el Partido Nacionalista Vasco utilizaban esa expresión en público. El PSC la mantenía en su ideario, con sordina. Los soberanistas del PDECat y de Esquerra Republicana ya la habían abandonado, en beneficio del programa independentista. El PSOE de la gestora nadaba en la piscina de la “España diversa”, con Susana Díaz invocando cada tres días el artículo dos de la Constitución, para dejar clara su inquebrantable adhesión a la “indisoluble unidad de España”. La España plurinacional se ha colocado en el centro del tablero después de la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del Partido Socialista. En su anterior vida, Sánchez jamás había utilizado ese concepto.
“La España plurinacional es el marco del futuro. Sobre ese concepto se tejerán los nuevos consensos. La plurinacionalidad es aceptada sin dramatismos por la gran mayoría de los españoles nacidos después de la muerte de Franco, educados en democracia y psicológicamente muy alejados del drama de la Guerra Civil. Plurinacionalidad no es ruptura, es nuevo consenso, es consenso europeo”, sostiene Jaime Miquel, uno de los analistas electorales hoy más escuchados en Madrid, autor de un ensayo titulado La perestroika de Felipe VI.
El oficialismo madrileño está que se sube por las paredes. El socialismo de Chamartín cree que asimilando el marco conceptual de Podemos, Sánchez acabará conduciendo el PSOE al desastre. El grupo dirigente de Sevilla teme que esta vez el socialismo andaluz no pueda accionar el poder de veto que sí ejerció en 1980, imponiendo el café para todos , con la consiguiente igualación de nacionalidades y regiones. Mariano Rajoy, sardónico, le pide a Sánchez que le explique en qué consiste la plurinacionalidad.
En las actas del debate constitucional aparecen muchas alusiones a la España plurinacional. Es muy interesante repasar los diarios de sesiones de la primavera-verano de 1978, cuando se sometió a discusión plenaria el trabajo de la ponencia constitucional.
A propuesta de Jordi Solé Tura (PSUC) y Miquel Roca Junyent (CDC), la ponencia había incluido el término nacionalidades en el artículo dos de la Constitución. Solé Tura se había inspirado en el libro Las nacionalidades españolas, del socialista segoviano Anselmo Carretero, a su vez influido en el exilio mexicano por Pere Bosch i Gimpera, intelectual del catalanismo republicano.
“España sólo puede ser una unión cordial y libre”, había dicho Bosch i Gimpera en una conferencia en la Universidad de Valencia en 1937, que hoy también conviene releer. Solé Tura trabajaba con estos materiales y Roca, con el pleno apoyo de Jordi Pujol, veía en el término nacionalidad un primer reconocimiento de la nación catalana.
La alianza CDC-PSUC incomodaba a los socialistas, pero el PSOE aceptó las nacionalidades. Los jóvenes dirigentes socialistas de finales de los años setenta leían a Carretero. Nacionalidades y regiones. Por primera vez en el historia de España, la constitución iba a distinguir dos componentes distintos de la planta territorial. La Constitución republicana de 1931 sólo admitía regiones con derecho a la autonomía.
El debate fue muy vivo. El ponente socialista Gregorio Peces-Barba habló sin complejos de España como nación de naciones y equiparó nacionalidad con nación, invocando el ejemplo de Escocia y Gales en el Reino Unido. “España –dijo el ponente socialista– puede comprender en su seno otras naciones o nacionalidades” (Diario de Sesiones del 4 de julio de 1978). Peces-Barba citó un ensayo sobre las nacionalidades de Lord Acton, e hizo mención expresa del austro-marxista Otto Bauer, teórico de la cuestión nacional. Había nivel.
Enrique Tierno Galván, del Partido Socialista Popular y futuro alcalde de Madrid con el PSOE, se declaraba español integral, pero defendió la inclusión del término nacionalidades como forma de honrar el compromiso contraído por las fuerzas antifranquistas con catalanes, vascos y gallegos.
Manuel Fraga, que en un debate anterior (9 de mayo de 1978) había afirmado en tono irónico que la gustaba la expresión “nación de naciones”, veía un serio peligro en el reconocimiento constitucional de las nacionalidades. “O la palabra nacionalidades es importante o no lo es. Si no lo es, no la pongamos, como no se puso en la Constitución de 1931. Si es importante, no lo neguemos (se estaba refiriendo a UCD) y afirmemos que tiene consecuencias muy graves para la Nación española”. Federico Silva Muñoz, exministro de Franco y fundador de Alianza Popular, fue tajante: “O aceptamos la unidad nacional, o establecemos una pluralidad que necesariamente abocará a la secesión”. José Pedró Pérez Llorca, ponente de UCD, recordó que la soberanía es indivisible. “El hecho de que la soberanía sea única no contradice la existencia y el reconocimiento de los derechos históricos que tengan los pueblos de España”.
UCD estaba sometida a una tremenda presión del estamento militar. Solé Tura y Roca se negaron a retirar su propuesta. El partido de Adolfo Suárez acabó aceptando el término nacionalidades, con un barroco redactado del artículo dos: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”. España, dos veces indisoluble. Esa fue la exigencia de los militares.
Las nacionalidades quedaron congeladas en el vocabulario político español después del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Felipe González muy pocas veces pronunció esa palabra en su dilatada fase de Gobierno. Casi cuarenta años después, sin militares golpistas y sin ETA, con una crisis monumental en Catalunya y con el diario The New York Times pidiendo al Gobierno de Rajoy que espabile de una vez, regresa la España plurinacional.
Enric Juliana, en La Vanguardia
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