No es fácil escribir sobre lo ocurrido este fin de semana en Portugal. He seguido las actualizaciones de la edición digital de La Voz, a lo largo del domingo, y producen terror tanto por las circunstancias de las muertes, o por la extraordinaria dimensión del incendio, como porque lo ocurrido nos plantea la incapacidad para hacer frente a episodios como este. No hay pirómanos que detener, los medios han actuado con la diligencia esperable y, sin embargo, las consecuencias han sido dramáticas. Cualquiera que vea las imágenes del incendio observará que, al margen de la climatología, se ha producido en un área de plantaciones de eucalipto, sin aparente ordenación, con los pueblos y las carreteras envueltos en plantaciones; aquí sabemos bien lo que es eso. Estos episodios serán cada vez más frecuentes, tal vez no con un coste humano tan desolador, pero se repetirán y lo veremos este verano en Galicia si las temperaturas siguen así.
Cada vez son más comunes los episodios climáticos extremos, las olas de calor o los grandes temporales; Galicia ha sido un buen ejemplo este fin de semana, donde buena parte del interior de Lugo y Ourense se frieron con temperaturas de cuarenta grados. Hemos visto, no hace muchos años, ciclogénesis sucesivas e inundaciones con efectos graves y pérdida de vidas humanas, pero, más allá del impacto inicial, seguimos pensando que nada tiene que ver con nosotros.
Es necesaria una estrategia global para luchar contra el cambio climático, pero es necesario, también, un enfoque nuevo para abordar las amenazas ambientales que nuestros errores han generado. No es una cuestión de ecologistas ni de científicos, no se va a solucionar con drones ni con grandes instrumentos; se trata, simplemente, de entender que de la misma manera que nos enfrentamos a la lucha contra algunas enfermedades, o contra algunas plagas, nos planteemos cómo prevenir las nuevas amenazas. Hay que revisar la política de plantaciones forestales y plantearse la necesidad de la diversificación de la cubierta forestal; hay que cambiar la ley, o hacerla cumplir, sobre las obligaciones de los propietarios de terrenos abandonados y articular un sistema que valore los potenciales riesgos del fuego en función de viviendas y vías de comunicación, más allá de las aproximaciones convencionales. El jefe de la policía judicial lusa ha declarado que «no hay mano criminal en el incendio», pero se equivoca, sí la hay. La inexistente política de ordenación territorial, la política forestal, nuestra posición ante el cambio climático, etcétera, son la verdadera mano criminal. No hacen falta pirómanos para poner de manifiesto que las agresiones al medio ambiente siempre pasan factura, aunque no sepamos a qué plazo.
No es fácil escribir sobre lo ocurrido este fin de semana en Portugal, no solo por el sufrimiento que ha generado, sino porque, lamentablemente, volverá a ocurrir.
Javier Guitián, en La Voz de Galicia
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