martes, 1 de enero de 2019

LA MINORÍA SERBIA, ENTRE EL SÍ RESIGNADO O EL NO NOSTÁLGICO

En el norte de Mitrovica, casi 20 años después de la guerra de Kosovo, Milos Milidragovic reconoce que el principal cambio en su ciudad ha sido el poblacional: los serbios de mayores recursos y casi todos los albaneses abandonaron Mitrovica y, para ocupar su lugar, llegaron serbios del interior de Kosovo que veían sus vidas peligrar y estudiantes atraídos por la Universidad de Mitrovica. La ciudad, adornada con banderas serbias, luce hoy más moderna, como compitiendo con la vivaz parte albanesa. Sin embargo, basta con adentrarse en ella para darse cuenta de que todo sigue igual: calles destartaladas, estructuras paralelas controladas por Belgrado, el dinar serbio como moneda en curso y personas que lamentan vivir en una tierra dañada por un conflicto cuyo símbolo es esta urbe segregada por el río Ibar. Para Milidragovic es hora de poner fin a lo imperturbable: el conflicto derivado del rechazo serbio a reconocer Kosovo. «Quiero que los serbios del norte del río Ibar sean parte de Serbia. Sería pragmático y justo, una medida que nos permitiría reconocer a Kosovo».

Las palabras de Milidragovic responden a la pregunta sobre el posible acuerdo de intercambio de territorios por el que las cuatro regiones al norte del río Ibar, incluido el norte de Mitrovica, pasarían a ser parte de Serbia. A cambio, Belgrado reconocería a Kosovo y entregaría a Pristina el valle de Presevo, de mayoría albanesa. Su visión, apenas 45 kilómetros al sur, no la comparten los serbios. Tampoco la Iglesia ortodoxa. Ni siquiera los jóvenes locales que estudian en Belgrado. En Gracanica, uno de los seis enclaves serbios de Kosovo, no quieren que cambien las fronteras ni tampoco que se reconozca a Kosovo. Prefieren el statu quo o una mayor autonomía conocida como Asociación de Municipalidades Serbias (AMS).

Djordje Kostic, universitario de 21 años, considera que Milidragovic se olvida del pasado histórico de la región y de quienes se mantuvieron en esta tierra, hoy hostil para los serbios: «Pese a nuestras diferencias, no entiendo que piensen así en Mitrovica. No se puede aceptar este acuerdo. Es una posición egoísta y contraria a nuestra patria: Gazimestán está aquí, en el sur, y todo serbio tiene que recordar la batalla de Kosovo. Por eso seguimos viviendo aquí».

El presidente serbio, Aleksandar Vucic, afronta las negociaciones en Bruselas conociendo esta doble realidad. Los estimados 120.000 serbios de Kosovo viven principalmente en 10 municipalidades en las que son mayoría: 4 al norte del río Ibar y seis rodeadas de albaneses en el interior de Kosovo. Desde que concluyó la guerra, la integración de estas comunidades ha sido dispar, condicionada por el poder serbio y sus estructuras paralelas en Educación, Sanidad y Justicia. Estas estructuras paralelas, que no son más que los servicios básicos prestados por Belgrado, han dominado el norte de Kosovo, limando la influencia de Pristina incluso en el sur: pese a vivir en la zona de mayoría albanesa de Mitrovica, los romaníes acuden a colegios serbios del norte porque reciben una ayuda económica. El sistema de salud, gratuito para serbios y de pago para kosovares, es el estandarte de la intromisión serbia en la soberanía de Pristina.

Sin embargo, en las otras 6 municipalidades los serbios no han tenido más opción que integrarse. Por obligación, como recalca Kostic, utilizan documentos kosovares para poder tener una vida normal. Esta integración asimétrica se refleja también en la visión sobre las negociaciones en Bruselas. En Gracanica, la diócesis también se posiciona en contra de la corrección de fronteras. «Es anormal. Cualquier persona en su sano juicio no aceptaría dar su territorio. Ahora Kosovo está dominado por albaneses: es una realidad que aceptamos y tenemos nuestras manos tendidas para convivir», reconoce el obispo del monasterio de Gracanica, Svetislav Trajkovic, quien lanza un dardo a los cristianos europeos: «Estamos decepcionados porque cuando apoyan la corrección de fronteras no son capaces de entender nuestros sentimientos».

La Iglesia ortodoxa y sus propiedades son primordiales en la negociación, ya que los principales templos están en el interior de Kosovo. Los políticos serbios han asegurado que protegerán a la Iglesia consiguiendo el mayor grado de autonomía para la diócesis. De esta forma, Vucic podría encontrar el respaldo de uno de los sectores más críticos con el reconocimiento de Kosovo. «Vucic está intentando un acuerdo, pero la Iglesia y la oposición no lo quieren permitir, prefieren un conflicto congelado. Los enclaves serbios en Kosovo ya están integrados, no tienen la opción de volver a Serbia, es una realidad, pero lucharemos por sus derechos e invertiremos en sus municipalidades», asegura, como mal menor, Milidragovic.

Reconocer la realidad
El reconocimiento de Kosovo, pese a que todos saben que no recuperarán su antigua región, aún es una causa espinosa para los serbios: el 76% se opone. «Rechazo cualquier acuerdo que conlleve el reconocimiento de Kosovo. Esto es Kosovo y Metohija», insiste Jovana, de 42 años. «Serbia nunca tiene que dejar de reclamar esta tierra: nuestros templos sagrados están en el sur. No podemos reconocer a Kosovo ni permitir que sea parte de la comunidad internacional», reclama una joven universitaria de 25 años.

A diferencia de los universitarios de Belgrado, ansiosos por conseguir las oportunidades laborales de la UE, la intransigencia a reconocer Kosovo es especialmente pronunciado entre los jóvenes serbios de Kosovo. El rencor, como en los jóvenes albaneses, aún no se ha disipado. «Podemos tener nuestras diferencias, pero como serbios no queremos que Kosovo sea reconocido ¿Cuánta gente ha muerto por esta tierra?», se pregunta Kostic, quien augura un éxodo si llega el reconocimiento: «Los serbios de Gracanica abandonarían la región. Venderían sus casas: primero uno y luego todos. Además, los albaneses ofrecen un buen dinero».

Kostic, que ayuda en el negocio familiar, un ultramarino, subraya una posibilidad que asusta en Bruselas y preocupa en Belgrado: un éxodo que erradique la presencia serbia en Kosovo. Parece una afirmación exagerada porque es previsible que, como compensación si el acuerdo no es la AMS, se incrementen las dádivas de los actores interesados en una solución. Además, Belgrado insiste en que el acuerdo respetará los derechos de los serbios de los seis enclaves. «No me importa dónde pongan las fronteras. Desde hace 20 años hablan de una solución, pero todo sigue igual. No espero nada ni de Serbia ni de Kosovo. Tengo mi trabajo y nunca he pedido nada a nadie. Pero si lo hiciera, no lo obtendría», desconfía Aleksandar Simic, que recaló en Gracanica tras vender sus propiedades de Pristina: «Allí no me sentía seguro tras la guerra, aunque hoy no tenemos problemas».

Vucic, que en su visita al norte de Kosovo admitió que «en el futuro tendremos que llegar a un compromiso con los albaneses», sabe que Serbia no podrá entrar en la UE sin una fórmula que permita la integración internacional de Kosovo. Es la condición básica porque Bruselas no repetirá el error de Chipre, cuya adhesión llegó sin solucionar su disputa con la comunidad turca. Consciente del rechazo social a reconocer a Kosovo, Vucic tendrá que buscar combinaciones que no le resten votos en las urnas. Entonces se podría ver un reconocimiento de facto que permita el ingreso de Kosovo en la ONU y la UE. O tal vez uno explícito que venga acompañado de una autonomía especial para los serbios que garantice la gestión de los centros de culto. O, aunque parece menos probable y pueda necesitar un referéndum, la corrección fronteriza, una medida que goza de apoyo en sectores nacionalistas serbios. Combinaciones que cuentan con el respaldo de la comunidad internacional, aunque haya que romper con los tabúes de la corrección de fronteras en los Balcanes, y que no contentarán a todos los serbios.

En paralelo a las negociaciones, con tensiones políticas que han provocado las dimisiones de los cuatro alcaldes serbios de las ciudades del norte de Kosovo, los ciudadanos siguen afrontando los problemas diarios por la mala gestión y la corrupción generalizada. Problemas que se ocultan bajo el manto de este conflicto. Vasilije Antovic lamenta no poder invitar a un café en su casa porque han cortado el agua. «Ocurre demasiado», añade. Está arreglando su coche, aparcado en una barriada de Mitrovica, y habla de su libertad: «El problema es que no puedo ir con mi coche –señala la placa serbia– al sur de Mitrovica». Agotado por esta situación, por el desempleo, la ausencia de Estado de derecho y el goteo de personas que abandonan su ciudad, ansía una solución. Pese a ello, con los anteriores fracasos como referencia, desconfía: «La gente corriente quiere cooperar y tener una vida normal aunque otros prefieran este conflicto congelado. La decisión final la tomarán los políticos sin importar nuestra opinión, por eso desconfío de una solución real».

Miguel Fernández Ibáñez, en GARA

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