Lo que estamos viendo hoy es que la Constitución es más pequeña que la realidad del país. No cabemos en ella. El pacto se ha roto. La sociedad se desborda por los márgenes. Y hay que ponerse nuevos márgenes. Entre todos. La pregunta es hasta dónde tiene que llegar el trauma para que alcancemos el consenso. Para que unos y otros se bajen de sus trampas dialécticas y decidan empezar a construir el futuro.
El consenso del 78 fue útil. No fue una Constitución fallida ni una transición falsa. Fue el mayor logro de encuentro que ha alcanzado nunca este país. Fue, en aquel momento, la mejor Constitución posible. Pero es necesario revisarla.
El hecho no es que a los catalanes se les haya manipulado desde las instituciones o no. Hay una realidad superior a todas esas explicaciones parciales a lo que está sucediendo en Cataluña. Y esa realidad es que la mayor parte del pueblo catalán quiere votar. Podemos verlo o podemos poner la Constitución como un muro que impida vernos las caras, escucharnos las ideas, ser, en definitiva, sensibles.
Pensar que lo que está dividiendo a Cataluña desde hace años no va a dividir en la misma medida al resto de España es no comprender España. Es falso que el Gobierno catalán defienda la democracia con este referéndum. Pero también es falso afirmar que existen cauces legales para que puedan celebrarlo. No existen esos cauces, son encerronas, son barajas marcadas. Atrincherarse en una legalidad que no se adapta a la realidad social del país es una mentira de la misma envergadura que llamar democracia a este referéndum.
Estamos asistiendo a la mayor irresponsabilidad de la historia de la España democrática. Lo que está sucediendo no es espontáneo. Es un cálculo reaccionario cargado de vileza. Y hay que hablar de los portadores de esa vileza.
A mí no se me olvida quién es Mariano Rajoy. Mariano Rajoy es el mismo que entre los años 2004 y 2008 alimentó la teoría de la conspiración sobre el 11M. El mismo que llevó el Estatut al Constitucional, aunque sabía cuáles serían las consecuencias. El mismo que sacó a los obispos a la calle. El mismo que acusó a Zapatero en el Congreso de haber traicionado a los muertos. E hizo todo eso porque no hay reparos ni límites en su electoralismo. No hay sentido de Estado. No hay responsabilidad.
Tampoco se me olvida que CiU ha sido el partido más corrupto de la historia de este país en dura competencia con el PP. Ni que el Gobierno de Mas fue el primero en aplicar unos recortes sociales en los que creía. En los que cree. Y tampoco olvido que la CiU independentista surgió como una hábil operación política para cambiar el foco del debate.
Esos son los responsables y de ellos no va a partir la solución a esta emboscada, pero tendrán que formar parte de esa solución. Esa solución es un pacto nuevo. La solución es una legalidad que permita que los catalanes voten. La solución es el mayor salto de modernidad política y ambición intelectual de los últimos cuarenta años. La solución es traer la ley a este tiempo y esperar, si es que no es tarde, que eso sea lo suficientemente atractivo como para que este proyecto continúe.
Para alcanzar el pacto del 78 hicieron falta una guerra civil y cuarenta años de dictadura. No estamos en ese escenario. Pero vuelvo a hacer la misma pregunta que al comienzo de este artículo: ¿De qué envergadura tiene que ser el trauma para que regrese la voluntad de acuerdo? ¿O es que el cálculo que nos ha traído hasta aquí pretende, precisamente, que no haya nunca más acuerdo?
En ese caso, habrá ruptura. Pero no se romperá la sociedad catalana. Se romperá la sociedad española. Entera. De arriba a abajo.
Javier Gómez Santander, en infolibre.es
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