La aplicación del artículo 155 de la Constitución como respuesta a la demanda del derecho a decidir en Cataluña, sostenida por algo más del 80% de la sociedad catalana, viene a dar carta de naturaleza a la existencia de dos bloques sociales sobre la aceptación o no de la plurinacionalidad del estado español. La España de los nacionales, que niega la identidad nacional de catalanes, vascos y gallegos; y la España de los demócratas, que se reconoce en la total igualdad de derechos y obligaciones de los diversos pueblos que la componen. La primera argumenta la legalidad vigente, a la vez que esgrime con fruición las llaves del candado del 155; la segunda, propone hacer legal hoy lo que a nivel de calle ya es real, por emplear la acertada expresión utilizada por Adolfo Suárez después de la II Restauración de los Borbones, decidida por el general Francisco Franco en 1969.
Esta ofensiva de los nacionales ha hecho saltar por los aires aquel pacto de la transición. Cuando apenas acaba de empezar a caminar, el 155 aleja a los nacionalistas vascos, gallegos y por supuesto catalanes, de la tropa nacional de Rajoy, tanto como la izquierda lo está con la ruptura del pacto social, habida con la reforma del 135 de la Constitución que ha legalizado todos los recortes del Estado del Bienestar. Simultáneamente, unifica a toda la derecha nacional. Es como si en el pacto de la transición solo lo hubiesen rubricado Adolfo Suárez y Manuel Fraga, marginando a Miguel Roca, Xavier Arzallus, Felipe González y Santiago Carrillo. De igual modo que ese cuadro no hubiera facilitado ayer la elaboración de la Constitución de 1978, el cuadro actual la reventará hoy mucho más pronto que tarde. Estamos, pues, ante una muy grave crisis de Estado.
Sin la clara ayuda del Jefe del Estado, sin la instrumentalización de una bandera nacional que la izquierda aceptó a su pesar, el recurso al 155 no sería utilizado hoy para tapar un muy serio problema político que la Moncloa no quiere resolver políticamente. Sin la Corona, sin la oficial bandera nacional privatizada por los nacionales, las tropas de Rajoy no hubiesen podido cruzar el Ebro para someter a las instituciones catalanas. Craso error, porque si el problema catalán se cronifica, y tiene todas las papeletas para cronificarse, sobre todo con el 155, la bandera tricolor republicana reaparecería junto con la demanda social de la elección del Jefe de Estado. Todavía no es así, pero la irritación contenida, ante la involución política dirigida por los nacionales, puede desembocar a muy corto plazo en una situación análoga a la que precedió el pacto de San Sebastián en vísperas de la II República.
En una semana, el Partido Popular va a tener ocasión de comprobar que no es lo mismo redactar el 155 que ejecutarlo sobre la piel de la sociedad catalana. La inmensa mayoría de los catalanes, desde los independentistas a los comunes, pasando por la mitad de los socialistas, van a poner pie en pared para obstruir, dificultar, ralentizar, boicotear y derrotar a los ejecutores. No es indispensable recurrir a la analogía de Antonio Gramsci, para señalar que hoy en Cataluña, al contrario que en España, la sociedad civil es mucho más fuerte que el Estado y quien busque encorsetarla se puede romper los dientes institucionales. Máxime cuando va a contar, cuenta ya, con la solidaridad del resto de los pueblos que componen España y de toda la izquierda consciente de la necesidad histórica de abordar la cuestión nacional como una de las principales tareas democráticas para poder mantener la unidad de una España plural.
No es esa, por supuesto, la visión de un PSOE que ve la paja nacionalista en el ojo ajeno sin ver nunca la viga nacional en el propio. En su historia no es algo nuevo, dado que hasta hace relativamente poco tiempo fue el partido de los otros catalanes o vascos, en Cataluña y Euskadi, pero su supuesto izquierdismo sobre la cuestión nacional, que reduce demagógicamente a un problema social, choca de lleno con el sí es sí a la represión de los nacionales de Rajoy. Pero en cuanto avance el 155, veremos lo que ocurre. Aún no se ha iniciado, y ya más de medio PSC se subleva contra una Susana Díaz que dirige Ferraz por poderes a través de Pedro Sánchez. Sin olvidar, además, que en Euskadi el PSE gobierna junto al lehendakari Iñigo Urkullu, aliado firme del president de la Generalitat. Parece bastante probable que la entrada de los nacionales en Barcelona romperá las costuras de un PSOE ya muy descosido.
La arrogancia del 155 va a convertir a Cataluña en el epicentro de la movilización social de las fuerzas democráticas en el resto de España. Esa crucial batalla de la resistencia catalana contra la entrada de los nacionales, en abierta defensa de sus propias instituciones, encontrará la solidaridad de los demócratas españoles. Si cae Cataluña, caerá España. Si la democracia es barrida más allá del Ebro, no tardará en serlo también más acá. Los nacionales saben mucho mejor que nadie la envergadura de la batalla que acaban de iniciar. No les va a ser nada sencillo conseguir la victoria, como en aquel junio de 2016 cuando lograron frenar una alternativa democrática al gobierno de Rajoy; les va a costar sudor y lágrimas intentar reeditar hoy ese triunfo. Porque si aquella enfrentaba a la derecha con la izquierda, esta enfrenta a los nacionales con los demócratas. Quizás, les interese mañana a los poderosos descabezar las cabecitas locas de la Moncloa que les han llevado a este desastre. Porque una batalla política irrelevante para sus bolsillos, reconocer o no la plurinacionalidad del estado español, puede acabar arriesgando su actual control sobre el estado.
Fernando López Agudín, en publico.es
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