Decía el viejo Platón, tras pensarlo mucho hace veinticinco siglos, que este mundo no existe. Que lo que creemos que es la realidad no es más que una sombra, un desecho, una añagaza de lo verdaderamente real. Y digo yo, tras ver el debate del lunes por la noche, que quizás la democracia que pensamos que tenemos no es otra cosa que un reflejo, un resquicio, un espejuelo de la verdadera democracia. Una copia del ideal descafeinada cada vez más, y más, y más....hasta convertir la cosa en casi irreconocible.
En el primer "round" el líder del PSOE renegó de tres principios que, hasta el momento, su partido venía defendiendo habitualmente. Se ha de señalar aquí -porque de todas las copias de la copia de la copia del ideal, ya de por sí descafeinado, de democracia vigente hoy en día, sobra decir que la copia que nos llega a nosotros es la última, la más baja y pobre en la escala de realidad democrática, y que por tanto ya se nos ha olvidado hasta lo elemental- que el "round" en cuestión duró cinco minutos y que el PSOE es un partido con más de un siglo de historia y unos 200.000 militantes.
Supongo que los asesores le habrían explicado que esa es la única manera de alcanzar "el poder". Yo le preguntaría para qué demonios quiere alcanzar "el poder" si no va a "poder" hacer aquello en lo que se supone que cree, sino todo lo más lo que los asesores le han dicho que haga. Una pregunta muy pertinente para alguien, como yo, chapado a la antigua y con la cabeza llena de ideas peligrosas -como que los políticos deben albergar algún ideal, que deben ansiar el poder solo porque es el medio para hacer realidad ese ideal- pero evidentemente absurda para gente tan inteligente, avispada y sobre todo tremendamente preparada como los asesores. Para ellos, los ideales los dictan las corrientes de opinión y los pertinentes sondeos, y para ellos "el poder" no es un medio sino un fin en sí mismo.
No son, por lo demás, bagatelas menores los tres principios de los que renegó el candidato. El primero remite nada menos que a su idea de España. Pedro Sánchez -y en general el PSOE, bajo el manto terminológico del federalismo- había abrazado la tesis según la cual España es una nación de naciones. Una tesis más que razonable porque, como la religión, la nación de la que se siente cada uno no es algo que se pueda ni imponer por decreto ni establecer de manera "científica y objetiva" o algo así. Ni nada -ni siquiera una Constitución- ni nadie- ni siquiera el señor Abascal, por mucho yelmo y mucho caballo que le eche a la cosa- pueden modificar la decisión de pertenencia nacional de los españoles, que será la que tengan a bien albergar en el uso de libertad de pensamiento. Y es esa misma decisión -espontánea y plural, anodadamente plural- la que desmiente que España sea una sola nación. Uno de las grandes aciertos de la Constitución de 1978 fue entender esa evidencia, pero entre el resurgir del nacionalismo catalán -que, como todo nacionalismo, no entiende bien la diversidad- y el subsiguiente del nacionalismo español -que tiene detrás una historia que asusta al miedo- la cosa, la verdad, pinta mal. Si ahora el PSOE, por electoralismo barato, se baja del barco de la sensatez de la transición -"libertad, amnistía y estatuto de autonomía", recuerden- nos esperan tiempos aciagos. Lo estamos viendo.
El segundo principio apuñalado alude a la misma idea de Gobierno democrático. La explícita burla al principio de mayoría que supone esa necedad -estrictamente española, por lo demás- de "la lista más votada" hasta ahora yo se la había escuchado solo al PP. Y, sobra decir, se la había escuchado al Partido Popular, si y solo si el PP quedaba o aspiraba a quedar el primero, porque si no -Andalucía- entonces el PP la olvidaba sin más. Lo que me faltaba por ver era escuchársela al mismísimo Pedro Sánchez, esgrimiéndola, además, como una especie de "trágala" lanzado a los otros cuatro contendientes. Si este es el espíritu de la campaña electoral -en la que un leve atisbo de materia gris mínimamente prudencial aconseja tender puentes- que Dios nos coja confesados tras las urnas. Lo del "juego de la gallina" que ya nos ha despeñado una vez por el despeñadero de la repetición electoral, va a ser una broma de parvulario al lado de eso.
La tercera puñalada fue, por lo demás, atestada en el corazón del mismo principio de coherencia, cuando Pedro Sánchez se soltó con que ahora quiere volver a penalizar la celebración de un referéndum ilegal, algo que el propio PSOE se encargó de despenalizar en 2005. Pero ya les digo que en un mundo que no existe, ni la coherencia, ni los ideales, ni la pasión, ni todo lo que en definitiva engrandece a la política pasan a ser algo más que una copia de un espejo de una sombra de un reflejo que proyecta sobre una pared imaginaria un asesor que zarandea figuritas y bagatelas en forma de sondeos y estadísticas.
Todo ello en un improvisado plató sobre el que se proyecta omnipotente una enorme cámara de televisión que configura una realidad que no es real sino emitida. No sé si ustedes sacaron algo en claro, yo acabé leyendo a Platón.
Jorge Urdánoz Ganuza, Profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Pública de Navarra (en El Diario Vasco))
Supongo que los asesores le habrían explicado que esa es la única manera de alcanzar "el poder". Yo le preguntaría para qué demonios quiere alcanzar "el poder" si no va a "poder" hacer aquello en lo que se supone que cree, sino todo lo más lo que los asesores le han dicho que haga. Una pregunta muy pertinente para alguien, como yo, chapado a la antigua y con la cabeza llena de ideas peligrosas -como que los políticos deben albergar algún ideal, que deben ansiar el poder solo porque es el medio para hacer realidad ese ideal- pero evidentemente absurda para gente tan inteligente, avispada y sobre todo tremendamente preparada como los asesores. Para ellos, los ideales los dictan las corrientes de opinión y los pertinentes sondeos, y para ellos "el poder" no es un medio sino un fin en sí mismo.
No son, por lo demás, bagatelas menores los tres principios de los que renegó el candidato. El primero remite nada menos que a su idea de España. Pedro Sánchez -y en general el PSOE, bajo el manto terminológico del federalismo- había abrazado la tesis según la cual España es una nación de naciones. Una tesis más que razonable porque, como la religión, la nación de la que se siente cada uno no es algo que se pueda ni imponer por decreto ni establecer de manera "científica y objetiva" o algo así. Ni nada -ni siquiera una Constitución- ni nadie- ni siquiera el señor Abascal, por mucho yelmo y mucho caballo que le eche a la cosa- pueden modificar la decisión de pertenencia nacional de los españoles, que será la que tengan a bien albergar en el uso de libertad de pensamiento. Y es esa misma decisión -espontánea y plural, anodadamente plural- la que desmiente que España sea una sola nación. Uno de las grandes aciertos de la Constitución de 1978 fue entender esa evidencia, pero entre el resurgir del nacionalismo catalán -que, como todo nacionalismo, no entiende bien la diversidad- y el subsiguiente del nacionalismo español -que tiene detrás una historia que asusta al miedo- la cosa, la verdad, pinta mal. Si ahora el PSOE, por electoralismo barato, se baja del barco de la sensatez de la transición -"libertad, amnistía y estatuto de autonomía", recuerden- nos esperan tiempos aciagos. Lo estamos viendo.
El segundo principio apuñalado alude a la misma idea de Gobierno democrático. La explícita burla al principio de mayoría que supone esa necedad -estrictamente española, por lo demás- de "la lista más votada" hasta ahora yo se la había escuchado solo al PP. Y, sobra decir, se la había escuchado al Partido Popular, si y solo si el PP quedaba o aspiraba a quedar el primero, porque si no -Andalucía- entonces el PP la olvidaba sin más. Lo que me faltaba por ver era escuchársela al mismísimo Pedro Sánchez, esgrimiéndola, además, como una especie de "trágala" lanzado a los otros cuatro contendientes. Si este es el espíritu de la campaña electoral -en la que un leve atisbo de materia gris mínimamente prudencial aconseja tender puentes- que Dios nos coja confesados tras las urnas. Lo del "juego de la gallina" que ya nos ha despeñado una vez por el despeñadero de la repetición electoral, va a ser una broma de parvulario al lado de eso.
La tercera puñalada fue, por lo demás, atestada en el corazón del mismo principio de coherencia, cuando Pedro Sánchez se soltó con que ahora quiere volver a penalizar la celebración de un referéndum ilegal, algo que el propio PSOE se encargó de despenalizar en 2005. Pero ya les digo que en un mundo que no existe, ni la coherencia, ni los ideales, ni la pasión, ni todo lo que en definitiva engrandece a la política pasan a ser algo más que una copia de un espejo de una sombra de un reflejo que proyecta sobre una pared imaginaria un asesor que zarandea figuritas y bagatelas en forma de sondeos y estadísticas.
Todo ello en un improvisado plató sobre el que se proyecta omnipotente una enorme cámara de televisión que configura una realidad que no es real sino emitida. No sé si ustedes sacaron algo en claro, yo acabé leyendo a Platón.
Jorge Urdánoz Ganuza, Profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Pública de Navarra (en El Diario Vasco))
No hay comentarios:
Publicar un comentario