María Martín (Pedro Bernardo (Ávila), 1930), paradigma del sufrimiento de las víctimas del Franquismo, ha fallecido esta madrugada. Nunca pudo recuperar los restos de su madre, Faustina López, asesinada en 1936 y enterrada al pie de una carretera. Tampoco saber si su primera hija había sido robada.
Hace dos meses la llamé otra vez. Su voz, ya completamente rota, me transmitía que estaba muy cansada, mucho más que cuando la conocí, en 2011. Me preguntó por mi familia y le dije que estábamos bien. Me deseó mucha suerte y me dijo que ojalá nos volviéramos a ver. Ayer la volví a llamar. Quería saber si seguía viviendo en la misma casa o vivía con alguno de sus hijos, pues quería enviarle una carta y unas fotografías de una proyección de Vencidxs en Barcelona, donde ella había sido la protagonista, como le conté la última vez. No me atendió las llamadas, pero su hijo me llamó después. Me dijo que ya no tenía voz. Le dije que le dijera que había llamado. Me dijo que sí, que seguramente se acordaría de mí, que seguía teniendo mucha memoria. Esta mañana su hijo me llamó con la esperada noticia: María había dejado de sufrir.
Otra vez el mismo presentimiento cumplido. Aunque a mil quilómetros de distancia, yo sentía muy de cerca a María. Su historia, su persona, su forma de ser, me impactaron profundamente cuando la entrevisté para Vencidxs, en mayo de 2011. Tuve que parar un día la grabación de entrevistas. María Martín, la persona más bondadosa del mundo que jamás he conocido, nos recibió con galletas fritas y una montaña de papeles que había escrito a las autoridades para pedir ayuda por el caso de su madre. María era también el paradigma del sufrimiento de las víctimas del Franquismo.
Víctima por ser arrancada de los brazos de su madre, Faustina, que fue asesinada por no pagar un chantaje de 1000 pesetas a los falangistas. Víctima del saqueo de sus verdugos, recuerda cómo se repartían todas sus posesiones con Faustina de cuerpo presente. Víctima de las palizas que propinaban a su padre, que le hacían llegar a casa con la carne del brazo colgando. Víctima del aceite de ricino y de las guindillas, que le hacían tomar a ella y a su hermana desde los 6 años hasta los 17. También a las mujeres embarazadas, como a aquella que le hicieron tragarse el doble de ración por defenderlas. Mujeres que acababan inconscientes, en la cama, exhaustas de dolor y humillación. Víctima de los encuentros callejeros con algunas gentes de derechas, que amenazaban constantemente con matarla como a su madre. Víctima del presunto robo de una niña, y digo presunto por ser lo periodísticamente correcto, porque me imagino que una madre sabe estas cosas. Víctima de la indiferencia de las autoridades a las que constantemente pidió ayuda sin recibir respuesta, hasta que la construcción de una carretera acabó con la posibilidad de recuperar los restos de Faustina.
Nunca más pude volver a abrazar a María. Ayer llamé a mi compañera Mónica Solanas diciéndole que teníamos que preparar un buen reportaje sobre María, pues tenía un mal presentimiento. Tampoco nos dio tiempo. Pero ya da igual. Hoy sólo me gustaría hacer tragarse esta historia a todos y cada uno de los que nos gobiernan y que jamás han sido capaces de resarcir tanto dolor, porque son personas inmaduras que no saben separar sus intereses personales de las necesidades de quien todo lo perdió. Me gustaría aplastar el ego de quienes utilizaron la memoria de María en beneficio propio y que luego jamás la ayudaron. Me gustaría no creer en la frase de María que hoy escribo para titular este artículo y que tanto ha resonado en mi cabeza desde que la conozco. Me gustaría creer en Dios para pensar que María por fin se ha reencontrado con su madre, a la que no ve desde los 6 años, y que ya ahora descansa en paz.
Aitor Fernández (en losojosdehipatia.com.es)
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