No hay precedentes. No se olvidará muy fácilmente. Aún no ha terminado la guerra total desatada en el PSOE y el partido y su credibilidad están ya heridos, muy gravemente. Hará falta perspectiva, algo de tiempo y una sonda de gran tamaño para medir la profundidad del agujero que ha dejado en el PSOE, en su militancia, en sus votantes y en toda la izquierda española el cañonazo de los críticos del partido contra el secretario general agonizante.
Pedro Sánchez no es completamente inocente en todo lo que está ocurriendo. Tiene especial mérito conciliar un rechazo tan visceral como transversal entre dirigentes del partido tan distantes como Madina y Susana, como Chacón y Rubalcaba, como Felipe y Zapatero. Es cierto también que, de considerarlos injustos, Sánchez debería haberse rebelado mucho antes contra los criterios que impuso el comité federal para las negociaciones durante la investidura. Es falso que el ‘no’ a Rajoy sea el único motivo del incendio. Y es igualmente criticable la estrategia negociadora que llevó a cabo en la pasada legislatura, empezando a pactar con Ciudadanos cuando su único aliado imprescindible era Podemos.
Puede también que Sánchez sea ambicioso, que busque controlar el partido, que piense en su supervivencia personal, que haya tomado decisiones equivocadas o arbitrarias, que escuche más a los que le dan la razón que a los que se la quitan, que se apoye en las bases para resistir a sus rivales internos o en otros dirigentes para restar poder a sus críticos... Que sea entonces exactamente igual que la mayoría de los líderes políticos que conozco del PSOE o de todas las demás fuerzas políticas.
Nada de todo esto justifica que el primer secretario general de la historia del PSOE elegido directamente por los militantes caiga con un golpe de mano de 17 dimisiones. Es desproporcionado. Es indefendible. Es propio de otro siglo. Es una estrategia cortoplacista y suicida. Es no entender a tus votantes ni el país en el que vives ni la situación política a la que te enfrentas ni las causas del deterioro del PSOE en estos últimos años.
El PSOE, como todo partido, tiene el derecho y la obligación de cambiar de líder si considera que el que hay no les vale. Pero no de este modo: con un golpe interno donde hace falta mirar con lupa los estatutos y contar al fallecido Pedro Zerolo como dimisionario para ver si hay ejecutiva o no, si hay gestora o no, si los de Ferraz son aún la dirección del PSOE o unos okupas a los que hay que desahuciar con la ayuda de la policía y un cerrajero.
Si realmente los críticos están tan seguros del respaldo masivo del partido en contra de su secretario general, ¿por qué no matar a Sánchez sin recurrir a este método? ¿Por qué no esperar al menos hasta el comité federal del sábado y que allí se pronuncie en votación una representación más amplia?
Si realmente Pedro Sánchez es un líder tan nefasto, tan desastroso, tan lamentable como ahora lo retratan quienes antes le apoyaron, ¿por qué no quieren confrontarlo en unas primarias?
Asesinato en el comité central es una famosa novela negra de Manuel Vázquez Montalban –transformada después en una película de Vicente Aranda– en la que el secretario general del Partido Comunista de España es acuchillado durante un apagón, rodeado por sus compañeros, durante una reunión de la dirección del partido. ¿Las grandes diferencias con la trama escrita por Montalbán? Que aquí la sangre es metafórica, pero el asesinato político ha sido a la vista de todos, a plena luz. Que no hay ningún misterio en conocer quiénes están detrás de este golpe palaciego, ni tampoco a quienes beneficia.
Ignacio Escolar, en eldiario.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario