La imagen que resume los resultados de la jornada electoral del domingo fue un selfi de un votante en el colegio Profesor Mauricio Brum de Sao José de Mereti, en el interior de Rio de Janeiro: su mano sostiene un revólver encima de una urna con el que señala el número del candidato a votar. La cifra se refería a quien fue el claro vencedor del día, el excapitán del Ejército, Jair Messias Bolsonaro (PSL), que con un 46,2% de los votos pasó directo al segundo turno. El candidato del Partido de los Trabajadores (PT), Fernando Haddad, obtuvo el 28,9% y será quien intente frenar la victoria del militar ultraderechista el próximo 28 de octubre.
El voto del odio fue el claro vencedor. Casi la mitad de los electores -49 millones de brasileños- depositaron su confianza en el candidato que ha hecho de la apología de la violencia su propia marca. El ultraderechista y sus promesas de mano dura, su apuesta por armar a la población, militarizar la educación y recuperar el orden y el progreso que está escrito en bandera verdeamarela junto con su eslogan Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos, le colocaron a las puertas de vencer en la primera vuelta, y hoy es el claro favorito para la segunda.
Los resultados han sido acordes con las previsiones de las encuestas que daban esta última semana un crecimiento desmedido del ultraderechista. Bolsonaro ha sabido colocarse como el candidato de la anticorrupción, del antiestablishment, frente a los políticos tradicionales envueltos en todo tipo de crímenes de cuello blanco. Los resultados también han vuelto a demostrar la fractura antagónica de un país dividido entre los antipetistas, por un lado; y el resto de la sociedad, una amalgama de la izquierda y de centro-derecha, por el otro.
El exmilitar ha hecho del antipetismo su principal baza electoral, y así ha conquistado a esa mitad del electorado que asocia todos los males del país -crisis económica e institucional, y corrupción- al Partido de los Trabajadores. Pero ahora tiene que intentar seducir a ese centro derecha que desconfía del autoritarismo del capitán. Si miramos hacia atrás, la historia electoral brasileña indica que el candidato del PSL tiene el viento a favor. En los últimos treinta años quien llegaba mejor colocado al segundo turno era el que vencía las elecciones.
No sólo la Historia está de su parte. El ultraderechista ha conseguido el apoyo de sectores claves de la sociedad. Por un lado los evangélicos comandados por la Iglesia Universal de Emir Macedo -la que suma mayor número de fieles-, quien indicó al exmilitar como el elegido para gobernar Brasil. El mercado financiero es su otro gran aliado. El responsable de tal apoyo es Paulo Guedes, un conocido inversor y el futuro ministro de Economía y Hacienda en el caso de que el gobierno Bolsonaro se concrete. Una política económica ultraliberal que apuesta por las privatizaciones masivas, la reducción del estado, y una reforma impositiva regresiva, ha bastado para que la Bolsa y las grandes multinacionales se hayan abrazado al ultraderechista.
Todavía ningún partido le ha declarado su apoyo explícito en el segundo turno, pero Bolsonaro ya cuenta con los votos de las bancadas parlamentarias más numerosas y reaccionarias del Congreso: la de la Bala (formada por policías y militares), la del agronegocio, y una vez más la evangélica.
Fernando Haddad tiene apenas tres semanas para dar la vuelta a este escenario. La candidatura del representante del Partido de los Trabajadores también creció como la espuma gracias al apoyo del expresidente Lula y el eslogan “Lula es Haddad, Haddad es Lula”. Pero a estas alturas la figura del que fuera el mandatario más querido de Brasil -preso por corrupción pasiva y lavado de dinero- es más tóxica que beneficiosa.
El candidato petista tiene asegurados los votos fieles a la sigla, pero para conseguir atraer a ese centro-derecha que desprecia al PT y que también teme ser gobernado por un militar nostálgico de la dictadura, Haddad tiene que alejarse de su propio partido. Sus adversario de centro-izquierda -Ciro Gomes (PDT), Guilherme Boulos (PSOL), y Marina Silva (REDE)- le confirmaron la misma noche del domingo su apoyo en el segundo turno. Pero sumando los votos de todo el centro-izquierda las cuentas siguen sin cerrar. Por eso Haddad tiene que mirar hacia esa derecha democrática que hoy se sitúa como el gran interrogante del segundo turno.
El manejo de los tiempos publicitarios en radio y televisión, y los debates cara a cara serán otras de las claves en esta recta final electoral. En principio, Fernando Haddad aquí partiría con ventaja, ya que el talón de Aquiles de Bolsonaro es su oratoria, especialmente cuando tiene que dar a conocer su programa, o mostrar sus conocimientos acerca de las problemáticas del país. Pero sus votantes son muy fieles, y según diversos analistas, su estilo populista y bruto le convierte en un “candidato auténtico”, frente al candidato intelectual en el que se encajaría a Haddad.
Las primeras declaraciones de los vencedores fueron elocuentes con el estilo de cada uno. Bolsonaro, que había amenazado días antes con que no aceptaría ningún resultado que no le diera a él como ganador, y había puesto en duda el sistema de urna electrónica brasileño, volvió a cuestionar el sistema electoral: “Si no hubiera habido problemas en algunas urnas, habría ganado en el primer turno, tenemos que exigir soluciones en el Tribunal Superior Electoral”, dijo en un vídeo grabado desde su casa y que se emitió a través de Facebook.
Fernando Haddad apareció visiblemente cansado en la rueda de prensa que ofreció en la sede del partido en Sao Paulo. Su discurso fue de reconciliación, y con sutileza le mandó un recado a su oponente: “Nosotros llegaremos desarmados al segundo turno, porque la única arma que tenemos es el argumento”. Así el candidato del PT se presentó como la opción para “defender la democracia y unir al país” frente a un adversario que pregona las bondades del periodo dictatorial, que hace amenazas -a veces veladas y otras explícitas- acerca de una posible intervención militar si él no fuera el ganador de los comicios.
El candidato del PT también se postuló como aquel que defiende los Derechos Humanos y a las minorías, frente a un Bolsonaro que abandera el discurso contrario y que tiene entre sus principales enemigos al colectivo LGTB, a los indígenas, a los negros y a las mujeres.
Tanto Haddad como Bolsonaro son conscientes de que el próximo 28 de octubre los brasileños no votarán a favor de uno o de otro. Sino en contra. Es lo que analistas como el politólogo Marcos Nobre ha llamado “elecciones de la venganza”, en las que el voto va dirigido a que no salga el adversario odiado. No hay que olvidar que los dos vencedores de este domingo no son sólo apenas los que consiguieron el mayor número de papeletas, también son quienes ostentan los mayores índices de rechazo. La victoria de uno, es la pesadilla de la otra mitad del país.
Agnese Marra, para Público
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