jueves, 30 de agosto de 2018

BUSCAR PERSONAL DESESPERADAMENTE; ROMPECABEZAS TURÍSTICO EN HUNGRÍA

Destino vacacional ya popular en la época del Bloque del Este, este gran lago de Europa central (cerca de 600 km2) atrae cada verano a cientos de miles de turistas que llegan para disfrutar de sus playas, sus discotecas, sus restaurantes y los buenos vinos de producción local.

Pero debido a este éxito, los profesionales del sector deben resolver la cuadratura del círculo: ¿dónde encontrar el personal necesario en un país con una tasa de paro históricamente baja (3,6%) y cuyo primer ministro, Viktor Orban, rechaza cualquier tipo de inmigración, lo que dificulta la contratación de trabajadores temporales extranjeros?

«Resulta imposible encontrar un jardinero, un camarero o un jefe de cocina», se queja Balazs Banlaki, el propietario del Kali-Kapocs, restaurante ubicado en las pintorescas colinas de Mindszentkalla, que bordean el norte del lago. En este establecimiento de tamaño medio, abierto solo en verano y que normalmente necesita una decena de empleados para funcionar, el jefe tiene que hacer de todo. «Cada nueva temporada pasamos una mano de pintura pero, incluso para este tipo de trabajo, soy yo quien coge la brocha», comenta Banlaki a AFP.

Con un salario medio que no supera los 530 euros al mes y medio millón de personas que han partido a trabajar en el oeste de Europa en diez años, a Hungría le faltan brazos. Y la situación no tiene visos de mejorar. La tasa de fecundidad es una de las más bajas de la OCDE (1,34 niños por mujer) y, cuando la población ya ha caído por debajo de la barrera simbólica de los diez millones de habitantes, según la Oficina Central de Estadísticas (KSH), un millón de personas desean abandonar el país, la mitad de ellos menores de 30 años de edad.

Por ahora, el Gobierno permanece sordo ante los llamamientos de los agentes económicos que le presionan para que abra las fronteras a la mano de obra extranjera.

Banlaki sigue traumatizado por lo que le pasó en la temporada de 2017, cuando tuvo que renunciar a ofrecer una carta de comidas, ya que no tenía cocinero. «Sobrevivimos solo con las bebidas, el café y los sándwiches», dice suspirando. Después de hacer un esfuerzo adicional en los salarios, este año está contento de haber conseguido contratar a media de docena de trabajadores.

«Pero incluso cuando encuentro a alguien, hay muchas posibilidades de que él o ella se marche rápidamente. Entre festivales, cumpleaños, vacaciones con los colegas... los jóvenes no se quedan aquí. Yo no me atrevo a criticarles en el trabajo por temor a que se marchen», confiesa el restaurador.

Lógicamente, los turistas sufren las consecuencias de la falta de contrataciones. «Nosotros pasamos varias semanas en el lago todos los años y he comprobado que bastantes büfé (chiringuitos de comida rápida) están cerrados este año –cuenta Petra Lisztes, de 39 años, una madre que ha venido acompañada de sus dos hijos–. Y en los restaurantes, cada vez sucede más...».

En Siófok, en la orilla opuesta del lago, más concurrida por sus playas interminables y sus discotecas gigantes, el Siófok Plazs (playa en magiar), un complejo de alta gama capaz de acoger a 10.000 personas, conoce las mismas dificultades que el pequeño Kali-Kapocs. «Ponemos publicidad en todas partes y de forma permanente, y puedo afirmar que la falta de mano de obra cualificada es un problema constante», explica Erzsebet Mazula, su gerente.

Gracias al carácter resueltamente moderno del lugar, que incluye varios restaurantes, una sala de gimnasia al aire libre, bares de playa y un escenario por donde pasan los mejores DJ y cantantes húngaros, ella suele conseguir atraer a estudiantes para trabajar: «Es cierto que no conocen el oficio, pero hemos decidido darles una formación antes de la apertura de la temporada. Es más importante sonreír y ser amable que saber cómo se prepara un complicado cóctel». «Sin embargo, incluso con este sistema, podéis comprobar que no hay bastantes camareros para atender a los clientes», comenta la gerente.

Protocolos simplificados
Este fenómeno no se limita al lago Balatón, ni mucho menos, en este país que resulta barato y donde el número de turistas ha aumentado el 7% este año, según cifras oficiales, después de haber alcanzado el record de pernoctaciones en 2017, con 29,5 millones.

En Budapest, para paliar la falta de mano de obra, algunos hoteles han comenzando a proponer protocolos simplificados en recepción, inspirados en los sistemas de facturación en línea de las compañías aéreas. Pero la penuria se mantiene para puestos en los que es necesario una auténtica competencia profesional, como cocineros o gerentes.

Para remediarlo, el Gobierno intenta convencer a personas jubiladas para que regresen al mercado laboral ofreciéndoles la exención de toda carga social y una tasa impositiva del 15%. Una iniciativa que todavía no ha tenido el resultado esperado.

El año pasado, el Gobierno adoptó, a regañadientes, un decreto que autorizaba a los ciudadanos de las vecinas Ucrania y Serbia a trabajar en Hungría tres meses como máximo. Pero esta medida es papel mojado, ya que aprender el idioma magiar en un plazo tan breve es un reto muy complicado.

Céza Molnar (publicado en GARA)

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