sábado, 9 de noviembre de 2019

CELESTE McDOUGALL: "TENEMOS QUE FORJAR ALIANZAS CONTRA EL FASCISMO Y EL FUNDAMENTALISMO RELIGIOSO"

Historiadora, profesora de Educación Sexual Integral y parte de la Campaña por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, Celeste MacDougall (Gualeguay, 1978) ha traído a Euskal Herria la experiencia del feminismo y de la masiva marea verde por su reconocimiento.

En Argentina, el aborto está castigado con hasta cuatro años de cárcel. Se estima que se practican unos 500.000 abortos al año, la mayoría de ellos en la clandestinidad, que provocan, según datos de 2017, unas 100 muertes anuales. El aborto, remarca Celeste MacDougall, es la principal causa de muerte de mujeres gestantes.

La marea verde por el aborto legal, seguro y gratuito en Argentina, que en 2018 inundó Buenos Aires y las principales ciudades del país coincidiendo con la votación en la Cámara de Diputados y el Senado del proyecto de ley para su despenalización, se llevaba gestando 14 años. En 2005 nació la Campaña y se empezó a elaborar colectivamente el proyecto de ley que busca «garantizar la vida, la salud y la decisión de todas las personas con capacidad de gestar, incluidas niñas, adolescentes y discapacitadas». Su símbolo, como no podría ser de otra forma en un país donde el pañuelo está ligado a la lucha por los derechos humanos, es un pañuelo verde.

La Cámara de Diputados dio el visto bueno a la iniciativa, pero el Senado la tumbó, un obstáculo en el reconocimiento, por parte de la sociedad en su conjunto, del derecho al aborto como derecho, que tarde o temprano llegará y hará a las mujeres un poco más libres.

Mientras, aboga porque, en esa lucha, el feminismo conforme alianzas con otros movimientos para combatir al fascismo y al fundamentalismo religioso, sus enemigos comunes.

¿Por qué rechazó el Senado en agosto de 2018 el proyecto para legalizar el aborto?
Porque hubo una enorme presión de los sectores conservadores, antiderechos, de la Iglesia católica apostólica y romana, de las iglesias evangelistas, principalmente la pentecostal, y también de sectores empresariales de la salud privada. Y también porque el Poder Ejecutivo no tenía una intención clara de que saliera adelante, como había ocurrido con las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género. Aunque hay un Congreso nacional, que es el que vota, Argentina tiene un régimen profundamente presidencialista. Se dio esa combinación.

Las iglesias ultracatólicas y fundamentalistas están marcando algunas decisiones políticas en América Latina.
El papel de la Iglesia es clave. En nuestro país, la Iglesia católica –porque hay muchas– no está efectivamente separada del Estado y es un factor de presión descomunal, y las evangelistas –especialmente la pentecostal porque otras apoyaron el derecho al aborto– tienen mucho peso y ejercen mucha presión desde las victorias de Donald Trump y Jair Bolsonaro.
El conservadurismo católico es enorme no solo en las zonas rurales. En Buenos Aires, la mitad de la matriculación es en escuelas privadas y la mayor parte de ellas son confesionales, sobre todo católicas. Todas reciben al menos un 90% de subvención. Y si manejas la educación, manejas un resorte fundamental de la conciencia de la sociedad.

¿Tendrá algún efecto en la separación efectiva entre Iglesia y Estado?
Hace años que existen campañas de apostasía y durante este proceso llevamos a cabo una y también tomó mucho impulso la campaña de separación efectiva entre Iglesia y Estado. Queremos salir de los registros de la Iglesia para que esta no pueda utilizar el peso que le otorga el número de bautizados para negociar políticamente con el Estado. La Iglesia siempre ha sido un factor de oposición a todas las leyes por las que las feministas, el movimiento LGTBIQ y quienes defienden los derechos humanos han peleado. Por eso, las luchas por el derecho al aborto y la separación Iglesia-Estado han ido de la mano. Nos gustaría que tuviera ese efecto, pero no sé si lo vamos a lograr.

En mayo se presentó de nuevo el proyecto de ley, pero en año electoral las posibilidades ni siquiera de ser debatido parecen escasas.
Al ser año electoral presidencial el Congreso no está funcionando. Lo sabíamos, pero no es nuestro problema. Apostamos a que el cambio de Ejecutivo y la conformación de una nueva Cámara de Diputados y nuevo Senado impulse el proyecto. Las listas han sido equilibradas entre partidarios y contrarios al aborto y no sé si lo hubieran sido sin las movilizaciones del año pasado.

La propia Cristina Fernández solo recientemente se ha posicionado a favor de la legalización del aborto.
Votó a favor en el Senado, pero estuvo doce años diciendo que estaba en contra. Cuando el kirchnerismo era oficialismo tenía mayoría parlamentaria en el Congreso y podrían haber votado la ley sin ninguna oposición, pero nunca lo hicieron. Las feministas hacemos propios esos cambios: logramos captar y convencer, y ella se sumó.

¿Ha estado el derecho al aborto en la agenda de los partidos en la campaña electoral?
Más que nunca. Antes siempre nos decían que no era un año propicio para el debate porque pronunciarse sobre el derecho al aborto restaba votos. Con los años hemos logrado mayor consenso y que algunos se pronuncien y lo hagan parte de su campaña. Este año, cuando se anunció la fórmula ganadora Fernández-Fernández, lo primero que circuló por redes fue la posición favorable de Alberto Fernández respecto del aborto.

¿Hay diferencias entre el proyecto rechazado y la nueva propuesta? ¿Se ha modificado algo para facilitar su aprobación?
En estos catorce años de historia de la Campaña hemos presentado diferentes proyectos, que siempre elaboramos colectivamente sobre la base de los dictámenes que se van logrando y con nuevas aportaciones recogidas a nivel federal. Nuestro proyecto es una declaración política. No lo hemos modificado para que se apruebe, al revés. Hacemos cambios porque no somos fundamentalistas y vamos modificando nuestras posiciones. De hecho, el primer proyecto presentado como Campaña –antes de 2018– recogía la objeción de conciencia de los trabajadores de la salud, pero tras un debate arduo eliminamos esa cláusula y también modificamos la conceptualización de las malformaciones fetales graves y la referencia a la ley de identidad de género. No para suavizar nuestra posición o conformar a sectores antiderechos, sino para garantizar los derechos humanos de las personas con capacidad de gestar.

¿Cuáles son los puntos básicos del proyecto presentado?
Queremos ampliar los causales y la capacidad de decisión de las personas con capacidad de gestar. El aborto ya es legal en caso de riesgo para la vida o salud de las mujeres gestantes y de violación. Necesitamos una ley en la que no se tenga que dar una razón para abortar sino que planteamos el aborto voluntario hasta la semana 14 por simple decisión de la persona gestante. Además de este, los puntos claves son la garantía de la gratuidad, la accesibilidad, la plena autonomía y capacidad de decisión de niñas, adolescentes y discapacitadas, el no a la objeción de conciencia y el no tener en cuenta la nacionalidad (migrantes y personas en tránsito).

El derecho al aborto en Argentina se rige por una norma de 1921. ¿Qué supuestos recoge?
El artículo 86 del Código Penal de 1921 lo permite cuando hay riesgo de vida o salud, mujer idiota o demente y personas con discapacidad. Hasta 2012 se debía cumplir a la vez ser mujer, violada e idiota o demente y eso nunca sucedía. Ese año conseguimos un fallo ejemplar de la Corte Suprema que dice que no se tiene que judicializar, que no hace falta cumplir todos los requisitos y toma el concepto de salud como cuestión integral, es decir, física y mental. También señala que no se necesita denuncia previa de violación, y eso es fundamental porque no todas las mujeres violadas lo quieren denunciar. Eso permitió que muchos profesionales de la salud garanticen esos abortos y que muchas mujeres no se sometan a prácticas inseguras. De hecho, han bajado las tasas de mortalidad.

La Marea Verde desató una ola de solidaridad que llegó a Europa. ¿Ha generado la eclosión del movimiento feminista una mayor sensibilización social?
Es algo de ida y vuelta. En Argentina, cada año celebramos encuentros nacionales para debatir nuestras demandas y exigencias y eso creó una base de construcción y conciencia feminista para este resurgir. Luego vino el proceso de «Ni una menos» contra los feminicidios y a partir de 2015 se empezaron a suceder movilizaciones y luchas en distintos países, y eso potencia. Además, el recambio generacional ha ayudado a denunciar y hacerlo público en las redes sociales. Y para el feminismo, que de eso sabemos, lo personal es político. Si cuentas lo personal, haces evidente esa violencia, la desnaturalizas; si la traes a la luz es muy raro que eso vuelva atrás. Hay mujeres denunciando, pero acompañadas por otras. Eso ha pasado con el caso de «La Manada»: qué importa si son de Madrid, son mujeres, compañeras. El feminismo siempre fue internacionalista, pero ahora podemos acceder mejor a la información. El 8 de marzo de 2017, cuando se convocó el primer paro mundial, nosotras nos levantamos cinco horas después que ustedes y vimos la inmensa movilización aquí y eso ya te llena de alegría y de fuerza.

¿Qué se ganó con la experiencia de 2018? No se logró la despenalización legal, pero sí social.
Además de eso, yo creo que ganamos algo fundamental, ganamos en organización y conciencia. Alrededor de la defensa del derecho al aborto se conformaron muchos colectivos –actrices, músicas, escritoras, periodistas...–, que no se conforman solo con luchar por una cosa y empiezan a plantear, además, sus propias demandas y exigencias. Es un saldo organizativo que no se puede frenar. La marea no descendió, estamos todavía con marea alta.

¿Qué hubiera pasado de haberse despenalizado el aborto?
Hubiera sido una fiesta. Ahora estaríamos dedicadas a luchar por el cumplimiento efectivo de este derecho, porque nos quedaría mucho camino por recorrer. Pero fundamentalmente hubiera sido una fiesta, porque reivindicamos la alegría y la fiesta como forma de lucha. Luchar por nuestros derechos no es una lucha anclada en la muerte sino en la celebración de la vida y de la libertad.

¿Qué supone para la lucha feminista el auge de la ultraderecha a nivel mundial?
La ultraderecha es una especie de reacción al movimiento feminista en alza. El movimiento feminista disputa poder con el fascismo, claramente. El fascismo tiene diferentes características según los países: en unos sitios tiene más peso la Iglesia católica, el evangelismo... El fundamentalismo religioso es, para mí, un aspecto central dentro de la conformación de los fascismos y creo que estamos en esa tensión. El feminismo tiene que aliarse con los movimientos antirracistas, antifascistas, anticapitalistas y ecologistas, porque luchamos contra el mismo enemigo. El fascismo y el fundamentalismo religioso son los principales enemigos del feminismo y de los pueblos en general. Hay que ver quién gana el pulso y es fundamental cómo el feminismo logra alianzas con otros sectores.

GARA

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