Los sindicatos, al igual que los partidos políticos, son necesarios, esenciales en nuestra sociedad democrática. Aunque ya se ha dicho hasta la saciedad, se han burocratizado, se han convertido en organizaciones de despacho que olvidan bajar a pelear en el barro, a visualizar los entresijos laborales a los que se ven enfrentados los trabajadores y, menos aún, los que han dejado de serlo. Cierto que determinadas reformas les han afectado negativamente, pero eso no es obstáculo para llevar a cabo su labor que es estar al lado del trabajador. Hay unos pocos que lo hacen.
Últimamente, se prodigan poco en movilizaciones. Puntuales sí, dentro de grandes empresas. Hay quienes llegan a recibir comunicados sobre logros y pretensiones, que suelen estar alejadas de la dura realidad laboral de la mayoría. Los sindicatos se han convertido en negociadores de despacho; se sienten a gusto en la Administración y en grandes empresas que siguen las normas laborales, pero poco o nada hacen en relación con las empresas en las que los representantes sindicales son los afines al jefe; en los sectores no unificados, por ejemplo, transportistas, hostelería… y hasta en la propia administración pecan de ignorancia porque no se molestan en informarse.
Esa es la burocratización, no se informan, conocen la teoría, pero no la practica. Como en política, como en la propia Administración, las decisiones se toman en los despachos y cuando llegan donde tienen que llegar son ineficaces o, incluso, provocan más problemas de los que intentaron solventar.
Hoy en día muchos trabajadores tienen que enfrentarse a problemas laborales como retrasos en el pago de sus nóminas u horarios ampliados, por poner los más sangrantes, en los que, muchas veces, son ellos los que tienen que arriesgarse. Aquellos afiliados que ven incumplidos sus derechos acuden a su sindicato y, en muchas ocasiones, lo único que obtienen es la ratificación de que están en su derecho de reclamar. Luego van a su empresa y reclaman y ahí se queda el asunto, porque la empresa no hace nada y el sindicato ya ha hecho todo lo que su grado de burocratización implica. Así que sólo unos pocos se atreven a plantar cara, aún a riesgo de represalias. Los demás agachan la cabeza.
Conozco casos de rebeldía que no han llegado a nada y conozco casos, uno en Navarra, donde un afiliado a Comisiones Obreras durante más de 10 años tuvo un problema y la respuesta del sindicato ha sido nula. En dicho caso, el trabajador había prestado servicio en la Administración Foral como interino en varios departamentos durante más de 10 años, con gran satisfacción por parte de sus jefes. En su último puesto, su plaza fue ocupada, pero nunca más le llamaron, porque fue eliminado o eludido de las listas. Ocurrió hacia el 2013, durante la época de UPN. Con el cuatripartito volvieron a llamarle; habían pasado cuatro años, una depresión y una enfermedad derivada de la misma. En el segundo puesto donde estuvo trabajando fue despedido de malas formas por supuestas causas sobrevenidas, curiosamente por una Directora de Salud Mental. No sólo fue despedido, sino que éstas se encargó de que le eliminasen de la listas.
Tras acudir a su sindicato, la respuesta del mismo ha sido nula. No contestan.
Por tanto, no debe extrañarles a los sindicatos que los trabajadores opinen que están para recabar los votos dentro de los sectores de empresas instauradas, bien calificadas. Porque los problemas más sangrantes y complicados parece que les superan.
Marta Elía (Cabanillas), en su blog
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