UPN dio ayer un golpe de efecto. Decidió unirse a un Partido Popular que en Nafarroa parecía en las últimas. Volverán a ir juntos, como hacían hasta 2008, en las forales, las generales y las municipales. Javier Esparza rompe definitivamente con el legado de Miguel Sanz, confiando en que eso no le impida luego llegar a acuerdos.
La medida se antoja arriesgada, pero qué duda cabe de que UPN se lo juega todo en el primer semestre de este año. Javier Esparza ha decidido dar un volantazo al rumbo que el expresidente Miguel Sanz marcó para su partido cuando sentó las bases del régimen en torno a un quesito. El giro ha sido de 180 grados. UPN pone rumbo a 2008 con un apoyo del 72% de los que pudieron votar en el Consejo Político y, sobre todo, por sorpresa.
UPN y PP van a darse la mano en las generales, las autonómicas y las municipales. El partido de Esparza lanza de este modo un flotador a un PP desnortado al que las encuestas empezaban a dejar fuera de la cámara incluso antes de que Vox emergiera como un pretendiente serio. El contenido del acuerdo con el PP, según detalló el líder de UPN, suena a filfa. «El PP seguirá apoyando el régimen foral, el Convenio económico. Y, si hay una modificación constitucional, se compromete a impulsar y a votar por eliminar la Transitoria Cuarta», explicó. Además de ello, también habría garantía para que UPN tuviese cierta autonomía en el Congreso y actuar con «voz propia» en Madrid.
Esto, por sí mismo, no justifica que se dé de lado al quesito. De forma muy resumida, lo que propugna esta teoría es facilitar al máximo el entendimiento entre UPN y PSN. Los votos abertzales suponen un 30% del total de Nafarroa y el otro 70% es el sector españolista. En consecuencia, si UPN quiere gobernar en solitario necesita sacar el 70% del voto españolista. Como esto resulta muy complicado, los regionalistas necesitan asociarse con el PSN. Y cuanto más fuerte y cómodo esté el PSN, su socio estratégico, mejor. Pues, de otro modo, puede surgir la tentación de pactar con el sector abertzale. Este, en líneas generales, es el legado de Sanz.
Siguiendo esta argumentación, UPN rompió su alianza con el PP en 2008, ya que el PSN mostraba gran incomodidad. Esto, en la práctica, supuso partir un partido en dos. Pero todo salió bien para Sanz y Unión del Pueblo Navarro se quedó con la mayor parte del pastel. Santiago Cervera hizo lo que pudo montando un PP de la nada, pero tras la caída en desgracia, la formación fue degenerando su discurso hasta empatar a Vox. En escaños, bajó de cuatro a dos y ahora contaba poquísimas expectativas de pillar asiento.
Esparza remarcó ayer que quieren lanzar «un mensaje de unidad, de que salimos a ganar y de que tenemos un reto enorme por delante». Esta idea sí puede sostener una fusión de siglas para las forales y municipales. La derecha –escarmentada después de que Ciudadanos se quedara fuera por los pelos y perder el control del Parlamento en 2015– parece haber asumido que no puede permitirse que los votos del PP no cuenten en el reparto de escaños. Y sobre todo, a UPN le permite mantener la imagen de ser la fuerza hegemónica de la derecha y apelar así al voto útil.
Ana Beltrán, la histriónica líder del PP, llevaba tiempo lanzando mensajes desesperados en busca de un bloque unitario que le permitiera eludir una muerte cierta. Queda por ver ahora qué cuota le dejará UPN en los ayuntamientos y el Parlamento. Para las elecciones españolas no tienen problemas: un senador para el PP y punto.
No es la primera vez que recuperar la vieja alianza vuelve al debate público. En el plano municipal, se abrió cierta polémica en torno a Enrique Maya y lo sucedido en Iruñea. En la capital, el PP se quedó sin concejales y UPN perdió la Alcaldía por la mínima. Maya fue atacado por su falta de precaución, pero el exalcalde sacó las cuentas y se vio que no. De haber ido juntos UPN y PP, el reparto de no hubiera cambiado.
Falta el juego de las sillas
Esparza dejó claro que, en principio, ya está. Su acuerdo con el PP le permite reducir la atomización de la derecha de cuatro formaciones a tres. Con Vox y con Ciudadanos, el presidente de UPN avanzó que competirá «en buena lid» en las elecciones. Reconoció, además, que la decisión anunciada ayer «no es fácil de adoptar en un momento como este». Trató, asimismo, de quitar hierro a ese 28% de disidencia que afloró en un partido donde asomaban los cuchillos hace no tanto tiempo.
Porque, desde luego, en las filas de UPN se ha instalado cierto nerviosismo. En las pasadas elecciones, la formación esquivó entregar puestos de salida en el Parlamento a varios de sus hombres de peso. Por ejemplo, a Íñigo Alli le dejó fuera bajo la promesa de que continuaría como consejero de Bienestar Social. Y hubo otros muchos que se contentaron con el cuento de la lechera. En esta ocasión no va a ser tan fácil tranquilizar a todos, sobre todo si los puestos totalmente seguros escasean y hay que dar entrada a polizones de otros partidos. Alli, de repente, ha dejado la política.
Aun con todos los bandazos de la política de los últimos años, las normas básicas del quesito siguen intactas. UPN necesita el 70% del voto no nacionalista para ir en solitario. No lo va a tener. Así que, o está muy tranquilo con el PSN o lo da casi todo por perdido.
Aritz Intxusta, en GARA
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