martes, 19 de marzo de 2019

EUSKO BAZTERRA, LA ECLOSIÓN DEL SENTIMIENTO VASCO EN LA IRUÑEA DE POSGUERRA

Las hermanas Martiñe y Pilartxo Iturralde, Xanti Jaunarena y José Mari Pastor Artzai fueron cuatro de aquellos jóvenes que hace medio siglo impulsaron Eusko Bazterra y llevaron un soplo de aire fresco a una ciudad asfixiada por la dictadura y el nacionalcatolicismo. En la actualidad rondan los 70 años de edad, pero no olvidan el ambiente que se vivía hace medio siglo en Iruñea. «Los militares franquistas se paseaban por la Plaza del Castillo con sus espadas colgadas de la cintura, y cientos de curas solían marchar en fila por la Media Luna desde el Seminario hasta la Plaza de Toros», recuerda Xanti Jaunarena.

«Era un ambiente totalmente represivo. El fascismo lo controlaba todo –añade Artzai–, y resultaba imposible hacer actividades culturales que no tuviesen el visto bueno de la Falange. Había algunas sociedades que se movían y hacían algo, pero todo lo que giraba en torno a la cultura vasca estaba perseguido».

A modo de ejemplo, Artzai señala cómo los txistularis tenían que salir corriendo cuando estaban tocando en algún pueblo y llegaba la Guardia Civil, o cómo los franquistas «te apuntaban la matrícula del coche si te oían hablar en euskara».

«La ikurriña estaba totalmente prohibida. Le tenían auténtico odio, y algunos sufrieron cárcel por colocarla –añade–. En el Casco Viejo de Iruñea había una tienda que se llamaba Deportes Marpún, y en una ocasión la Policía les obligó a retirar unos esquís italianos que tenían expuestos en el escaparate porque llevaban los colores blanco, rojo y verde, que son los colores de la bandera de Italia. En otra ocasión, trabajando yo de dibujante en una litografía de Burlata, hice un folleto publicitario para un empresario de Iruñea y se lo censuraron porque tenía los colores de la ikurriña».

Aquel férreo control solo era roto por algunos grupos de montaña que organizaban excursiones a lugares alejados de la vigilancia policial. Se las ingeniaban para llevar en el autobús la ikurriña bien camuflada, enrollada y envuelta en papel de Chorizo Pamplonica por si les paraban en algún control, y la sacaban cuando ya estaban en el monte.

La Real Sociedad de Amigos del País, controlada por el PNV, era una de las pocas que en los años 60 impulsaba actividades relacionadas con la cultura vasca, sobre todo de tipo folklórico. En un piso de la Plaza San José montó la primera ikastola clandestina, que empezó con ocho niños. Cuando dejaron el local, porque se quedó pequeño, se lo cedieron a Eusko Bazterra, una sociedad integrada por jóvenes amantes de la cultura vasca pero con inquietudes y aspiraciones que no solo se limitaban al folklore.

Eusko Bazterra era una especie de juventudes de Amigos del País. Las hermanas Martiñe y Pilartxo Iturralde se integraron desde el primer momento y, junto con otros jóvenes, comenzaron a organizar actividades bajo la cobertura legal de los estatutos de Los Amigos del País, cuya sede estaba en la calle Pozoblanco.

«Nosotros éramos jóvenes inquietos que sentíamos la necesidad de recuperar nuestro idioma, nuestras tradiciones, nuestro folklore y nuestra historia. Apoyábamos todo lo que fuese positivo para la cultura vasca, participamos en los coros de Santa Águeda y en el Olentzero, establecimos contactos con otras sociedades, creamos nuestro propio coro y nuestro otxote, organizamos charlas, clases de euskara, de dantzas y txistu, salidas al monte y excursiones culturales a Nájera, Leire, Uxue, Rada, Gernika y otros lugares para conocer nuestra historia. También hicimos un cancionero vasco que nos lo pedían de todo el país, porque creo que entonces no existía nada parecido», rememora Martiñe.

«Se lo debíamos a los mayores»
También señala que miembros de Eusko Bazterra acudieron a una Javierada a repartir octavillas en las que explicaban la implicación de la familia de Francisco de Xabier en la lucha por la independencia de Nafarroa. «Todos estábamos ansiosos por hacer algo. Se lo debíamos a nuestros mayores, les habían arrebatado todo», explica Martiñe.

Fue precisamente su marido, Gotzon Bergerandi, quien propuso el nombre de Eusko Bazterra, diseñó el escudo de la sociedad y realizó el proyecto de obra para la sede social en el piso de la Plaza de San José.

En 1966 empezaron las obras de la sociedad y solo un año después hicieron carnés para unos 250 socios y socias, con edades entre los 17 y 27 años. «Aquello era un hervidero. Empezamos unas pocas personas pero enseguida se corrió la voz y comenzaron a llegar muchos jóvenes, no solo de Iruñea, sino también de pueblos de Navarra e incluso curas que habían dejado el Seminario. Eusko Bazterra fue un gancho muy fuerte para aquella juventud de la posguerra», resume Pilartxo.

Todas las actividades de esta sociedad se desarrollaban en un ambiente euskaldun, aunque a veces tenían que ceder a las exigencias de las autoridades franquistas. Un ejemplo es el que vivió el propio Artzai con motivo del Olentzero de Iruñea, cuya cabeza diseñó él mismo: «Para salir con el Olentzero nos obligaron a salir también con el belén. Nos dijeron que si no había belén, tampoco había Olentzero. Nosotros no pensábamos sacar el belén, pero tuvimos que pasar por el aro. Esta es solo una muestra de las exigencias que imponía el fascismo en aquella época».

En poco tiempo los miembros de Eusko Bazterra entablaron relaciones con mucha gente que compartía sus mismas inquietudes, y fueron pioneros a la hora de retomar actividades que habían desaparecido después de tres décadas de dictadura franquista. «Fuimos los primeros que trajimos a Iruñea a Xabier Lete y Lourdes Iriondo, dos de los integrantes del movimiento ‘Ez Dok Hamairu’. Actuaron subidos encima de un remolque, en fiestas de San Fermín Txiki. Aquel año organizamos pruebas de herri kirola, apuestas de hacha, sokatira, repartimos vino con un burro… y todo eso rodeados de grises, los policías franquistas».

«¿Activismo político camuflado? Sin ninguna duda»
¿Hacía Eusko Bazterra un activismo político camuflado, tal como recoge la Gran Enciclopedia Navarra? «Sin ninguna duda –responde «Artzai» de forma rápida y rotunda–. La sociedad en sí era legal, la mayoría de las cosas se hacían de forma legal, pero a la hora de organizar algunas actividades te preguntabas a ti mismo si podrían hacerte algo o no. Estábamos siempre cabalgando en el filo de la navaja. No sabías si estabas haciendo una cosa legal o clandestina».

La Policía franquista rondaba de continuo la sede de Eusko Bazterra, no solo por su actividad, sino también porque un vecino solía tocar el txistu. «Era Pascual Aparicio –informa Pilartxo–, que vivía enfrente de la sociedad y salía a la ventana a tocar el txistu cuando nos oía cantar. Una vez se puso a tocar el ‘Eusko Gudariak’ y hubo un revuelo tremendo, pero no pasó nada. Este txistulari pronto se hizo socio de Eusko Bazterra».

La sede social sufrió varios registros policiales, tal como recuerdan estos antiguos socios. «En una ocasión entré a la sociedad y vi a tres inspectores que estaban registrando todo el local, sin permiso judicial, sin testigos y sin nada. Eran tres policías muy conocidos en Iruñea, y cuando yo entré –relata Jaunarena–, se fueron tranquilamente sin dar ninguna explicación».

En otro registro policial, los agentes vieron dentro de una jarra una tela de color rojizo y pensaron que se trataba de la ikurriña. «Cuando la sacaron, vieron que era la bandera española. Nos echaron una gran bronca por tenerla dentro de una jarra sucia y grasienta».

La sede social de Eusko Bazterra estaba cerca del convento de las monjas Carmelitas Descalzas en la calle Salsipuedes, del que estos antiguos socios guardan un recuerdo imborrable: «La madre superiora nos dijo que, si en algún momento surgía algún tipo de dificultad, por el tejado del convento teníamos una vía de escape, y que ella nos ayudaría a desaparecer. Aquella oferta es de las que no se olvidan», comenta «Artzai».

Y Martiñe completa el relato: «La verdad es que estábamos un poco apurados, porque aparecieron algunas octavillas y tuvimos varios registros policiales. Pero las ‘monjicas’ del convento estaban muy contentas con nosotros, porque decían que ellas se acostaban muy pronto y, mientras nosotros cantábamos aquellas canciones tan bonitas, estaban encantadas escuchándonos. También nos decían que tuviésemos cuidado, porque había dos vecinos curas y uno era muy bueno, pero el otro era muy malo».

En aquellos años las detenciones policiales eran habituales, porque el sentimiento vasco estaba brotando de nuevo entre muchos jóvenes y eso les convertía directamente en sospechosos. «Varios miembros de Eusko Bazterra fueron detenidos en un bar de Etxarri Aranatz por cantar en vasco», apunta Xanti Jaunarena.

«Cuando la Policía detenía a alguien –agrega Martiñe–, lo primero que le decían era: ‘Tú serás de Eusko Bazterra, ¿no? Y también serás europeísta, ¿no?’. En aquellos tiempos lo de ser europeísta era un delito de miedo».

De hecho, varios miembros de Eusko Bazterra estaban suscritos a boletines de la Comunidad Económica Europea, tal como se denominaba entonces, pero esos boletines les llegaban a casa en sobres normales para evitar que fuesen detectados. «Si los veía la Policía, te detenían», trae a colación «Artzai». Pero no por eso dejó de seguir suscrito a los boletines.

El Aberri Eguna de 1967, celebrado en Iruñea, también es recordado de forma especial por los miembros de Eusko Bazterra, ya que muchos de ellos acogieron en sus casas a personas llegadas de víspera a la capital navarra para evitar los controles policiales del día siguiente.

Aquel Aberri Eguna de hace ahora 52 años resultó memorable, tanto por la gran afluencia de abertzales como por las ikurriñas que fueron lanzadas desde un tejado de la Plaza del Castillo, mediante cohetes, y descendieron a modo de paracaídas entre los aplausos del gentío y el cabreo de la Policía.

La vida de Eusko Bazterra fue intensa pero corta, ya que apenas superó los dos años de existencia. Las actividades de aquellos jóvenes entusiastas no estaban bien vistas por una parte de la junta directiva de Los Amigos del País, que finalmente decidió quitarles el amparo legal que les habían dado con sus estatutos.

En ese tiempo Eusko Bazterra tuvo tres presidentes: José Igeltz, Fernando Bara y el propio José Mari Pastor, quien recuerda el impacto que supuso la muerte de Jokin Artajo y Alberto Asurmendi mientras preparaban una acción antifranquista en el Valle de Ultzama: «Jokin y Alberto actuaban en la clandestinidad. Ambos eran socios de Eusko Bazterra, y el hecho de encontrarte de repente con dos amigos muertos fue terrible. Aquello fue un mazazo para todos, no solo para los miembros de la sociedad sino para toda Iruñea, y en especial para la gente que se movía en ambientes vascos».

La muerte de Artajo y Asurmendi se produjo el 6 de abril de 1969, por lo que pronto se cumplirá el 50 aniversario. En los últimos años la Delegación del Gobierno español viene denegando el permiso para hacer un pequeño acto de recuerdo, argumentando que Artajo y Asurmendi eran miembros de EGI (Euzko Gaztedi Indarra, también conocido como Juventudes del PNV), una organización política ilegal cuando ocurrieron los hechos.

«También el PSOE era ilegal en aquellos tiempos, al igual que todas las organizaciones políticas que no eran franquistas, pero ahora el PSOE no tiene ningún problema para hacer homenajes», argumenta «Artzai».

En cualquier caso, los antiguos socios de Eusko Bazterra volverán a rememorar las experiencias vividas hace medio siglo en aquella sociedad de Alde Zaharra que encauzó e impulsó el despertar de la conciencia vasca en la generación de la posguerra

Iñaki Vigor, en GARA

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