Como explica el último número de La Marea, la izquierda está en peligro de abstención. En España más que ganar la derecha, pierde la izquierda por incomparecencia. De eso depende el resultado del 28 de abril. De si los partidos progresistas motivan y movilizan a su electorado, porque el conservador está movilizado llueva, nieve o haga Gürtel. Contra los comunistas, las feminazis, los inmigrantes, los indepes y los enemigos de España, en general, o sea, de su idea de España en particular. La derecha vota en bloque. Comulga. Primero en misa y luego en la urna. En una reciben la hostia. En la otra, la dan.
Once millones votaron al PP y Ciudadanos en 2015, los mismos que volvieron a hacerlo en 2016, los mismos que este 2019 escogerán uno de los tres colores de lo mismo que tienen para elegir, Bic, Bic, Bicbicbic. La izquierda, sin embargo, se dejó más de un millón de votos por el camino entre unas y otras generales. En las andaluzas se les quedó en casa otro porrón, aunque al día siguiente algunos de ellos salieron a la calle a protestar airadamente contra las elecciones a las que no habían ido. La izquierda que no vota porque es supercoherente pero luego se permite la incoherencia de lamentarse. Así nos va.
Quedó claro en Andalucía, se confirmó en Colón y ya lo anuncian para las generales: PP, Ciudadanos y Vox son el mismo partido en los tres estados de la materia, sólido, líquido y gaseoso. Todos para uno, uno para todos. Da igual al que votes, el voto se queda en casa. La división de la derecha no la ha roto, al contrario, ha evitado su descomposición porque recoge la sangría que pierde el PP y se la devuelve en forma de pacto. Son conservadores hasta para inventar métodos de conservar votantes.
En cambio, la izquierda no se separa, se rompe. Cuando se divide, no multiplica y cuando se suma, se resta. Convierte cualquier debate en discusión. De sus diferencias hace un drama. Y de sus desencuentros, tragedia que acaba en divorcio, purga y expulsión. Normal que el votante desilusione. Pero la ilusión está muy bien para la magia y la Navidad, en política real hace falta más pragmatismo que ingenuidad. Los partidos progresistas deberían rebajar su nivel de melodrama. Sus votantes, su nivel de exigencia y extrema sensibilidad.
Eso no significa renunciar a tus principios sino evitar que tus principios cierren la puerta a quienes pueden aplicarlos, frente a quienes quieren aplastarlos. Mejor votarles para luego fiscalizarles, que dejar que ganen los otros y que te fiscalicen ellos a ti. No existe el partido a tu medida ni los líderes intachables, pero sin abandonar los movimientos de base, la mejor manera de apoyarlos, es ir a votar a los partidos más afines a la igualdad y justicia social, pese a todas sus taras y defectos.
Que son muchos. Pedro Sánchez no ha derogado ni la Ley Mordaza ni la reforma laboral y ha dado la espalda a la tragedia humana del Mediterráneo. Podemos se ha convertido en un partido personalista y ensimismado con numerosas heridas abiertas. Las confluencias no fluyen. Con todo, siempre será mejor que los tres hooligans de la derecha que compiten con histerismo y mentiras a ver quién tiene el 155 más grande.
Si el electorado progresista va a votar, hay posibilidad de formar un gobierno de las izquierdas con apoyos nacionalistas que apruebe los presupuestos sociales que hemos perdido y afronte con diálogo el problema catalán. Si se queda en casa, tendremos un gobierno trifálico de extremo centro, derecha extrema y extrema derecha españolísima que volverá a la bronca en Cataluña e impondrá el neoliberalismo en lo económico y el neofranquismo en lo moral. Ustedes verán.
Javier Gallego, en eldiario.es
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