miércoles, 19 de septiembre de 2018

KASEDA DESPIERTA ENTRE CÁMARAS Y PATRULLAS POLICIALES TRAS EL TIROTEO

La villa de Kaseda se encastilla en torno a una pequeña colina a los pies del río Aragón. Es un pueblo medieval de cuestas picas, cuyas calles se van enrevesando conforme se asciende hasta llegar al Ayuntamiento y la iglesia de San Zoilo. Al subir, nos cruzamos con una patrulla de policías forales que no han abandonado el pueblo desde el triple crimen por miedo a que se desate alguna venganza.
La otra nota discordante son las cámaras de televisión persiguiendo a vecinos para buscar retales de la historia. La mayoría les rehuyen o rechazan declarar, salvo una anciana con un bastón que explica que la casa llena de perdigonazos marcados por la policía con plastiquitos amarillos es la suya. No sabe gran cosa. Ya vive en la residencia. Las teles, que toman planos de la calle y de la infravivienda en la que vivían Amparo y Julio, la pareja que al parecer motivó la disputa familiar que acabó a tiros, no necesitan mucho más.
Al fondo de la calle, espera Tere, una accionista de este periódico de 87 años que oyó los tiros. Nos guía hasta su casa porque ha arreglado un encuentro con una testigo que lo vio y escuchó todo. Convenimos en que los nombres sobran y la mujer se relaja. Tere prepara café. A esta vecina también le han abordado las teles por la calle. Les ha dicho que no. Está dolida por una foto en la que se la ve intentando mantener con vida a una de las víctimas tiradas en la calle. En la imagen también sale su marido y otro vecino que hacía lo que podía con el tercer cuerpo. «Yo le gritaba. ¡Háblale! Y él me decía que no tenía sentido, que había muerto, pero yo le decía que siguiera hablando». No entiende que alguien sacara una foto en un momento así.
Los servicios de emergencia tardaron demasiado, quizá 40 minutos. Pero sobre todo tardó la Guardia Civil. Hay un cuartel a 200 metros y todos saben que escucharon los disparos. Les costó llegar media hora. Lo mismo que a los forales.
La familia de los tres muertos era querida en el pueblo. Vivían allí desde hace unos 20 años. No había problemas de integración y eran trabajadores. Pronto sale el nombre del menor fallecido, Cristian, de 17 años. «Hace poco fueron las fiestas y con esa edad suelen hacerse notar. La gente se metía con él y le decía pijo, porque se arreglaba mucho. Llevaba el pelo muy cortito, como con cresta».
Este es su relato de lo que ocurrió. Amparo volvió unos días a vivir con su padre a Lizarraldea. Ella llevaba residiendo con su pareja en Kaseda desde hace unos cinco años. Ahora tiene 20 años y una niña de dos. El martes, regresó en un taxi a Kaseda. Poco tiempo después llegó su padre, Juan Carlos, y dos hermanos suyos más. Querían llevársela otra vez. Ella se negó.

Los sucesos del martes
Julio, su padre (Fermín), Cristian y un tercer hermano (José Antonio) les hicieron frente. Pero el padre de Amparo y sus hermanos estaban muy airados. «¡Que sepas que si te quedas con él, para mí es muerto!», le gritó Juan Carlos a su hija. A Julio le insultó diciéndole: «No eres hombre». Llegaron a las manos los unos contra los otros.
En ese momento uno de ellos cogió la escopeta y disparó. Las repetidoras de caza permiten disparar tres cartuchos. La testigo sostiene que por eso Julio vive. Luego salieron en el seat Toledo marcha atrás, pues sucedió en una calles de arriba.
En Kaseda viven también dos hermanos de Fermín y sus respectivas familias. Cuando se acercaron al lugar estaban enormemente alterados. Se escucharon amenazas de muerte contra Amparo. Le decían que la iban a matar en pago por aquello. Al final, los forales se la llevaron para protegerla. Los detenidos pasarán mañana ante el juez.
La vecina, conforme termina el café de Tere, confiesa que no ha dormido apenas nada. Toda la noche se ha estado preguntando y solo ha descansado en duermevela. «No tiene sentido. ¿Si ella no quería volver con su padre, qué tiene el padre que meterse en su vida? ¿Por qué todo esto?». Y la respuesta a eso pasa por un machismo bruto y bestia, que entiende a la mujer como una mera propiedad del varón sea pareja o padre. Ahí está el detonante de la tragedia.

Aritz Intxusta, en GARA

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