Comienzo de curso político, y es curso electoral. La estabilidad también tiene que ver con el hecho de que haya un calendario que se ha respetado, y así en Navarra llegarán los comicios forales en el tiempo establecido. La pasada legislatura, con tres prórrogas presupuestarias y el propio Parlamento pidiendo en varias ocasiones su disolución, deambuló por un alambre. Si no terminó abruptamente fue porque quien debía haber adelantado elecciones -mínima decencia democrática- tenía la certeza de que el futuro nunca sería como fue el pasado. Pues hete aquí que los que se señalaron como los enemigos del proyecto institucional de Navarra han sido capaces de vislumbrar puerto sin mayores sobresaltos y en el plazo legalmente prescrito. Los meses que quedan hasta el último domingo de mayo serán, como siempre han sido, esencialmente distintos de los precedentes. Al Parlamento le quedan una quincena de semanas de actividad -es disuelto a principios de marzo-, los partidos intentarán caracterizar sus perfiles, y en general el debate político se hará más oportunista. El ciudadano lo sabe y espera paciente el día en el que blandir papeleta.
En busca de ese perfil aparecieron el viernes Esparza y Barkos. El de UPN se aupó como candidato hace ya meses, y se nota bastante que se le eligió por aburrimiento. Cansina es la reiteración de que ellos son los únicos que pueden poner a Navarra en el nivel de las mejores regiones europeas, cuando precisamente abandonaron el poder dejando un severo marasmo político y económico impresentable en cualquier latitud. Se hace incomprensible que tres años en la oposición no hayan servido siquiera para alumbrar una idea nueva, y las fuentes doctrinales del aprisco sanzista sigan siendo el único abrevadero de los regionalistas. El problema añadido para los de Esparza es que en esta ocasión nadie en una siniestra redacción les va a ayudar a eliminar competidores, sean Ciudadanos o el PPN. Esa parte del electorado que siempre prefirió el original a la copia tal vez esté percibiendo que lo genuino ya no está representado en las siglas tradicionales, sino justamente en sus alternativas.
En los predios de Barkos, dos victorias. La primera, haber demostrado que puede haber un cambio disruptivo de gobierno -ni UPN ni PSN metiendo cuchara- y Navarra sigue en su sitio, sin que se haya destruído su esencia institucional ni se hayan usurpado decisiones al soberano. El mérito añadido consiste en haberlo hecho así tras requerir el concurso de cuatro formaciones políticas diferentes, y acabar legislatura sin sobresaltos. Hasta se ha circunscrito dentro en lo anecdótico el espectáculo de Podemos, en permanente demostración de que son poco más que un grupo de niñatos (ellos dirían niñatos y niñatas) entretenidos en sus propios egos y que, en cambio, no han aprovechado su peso político para promover ni una sola medida de gobierno. La segunda victoria del gobierno del cambio ha sido una bastante solvente política económica. Ni uno solo de los indicadores básicos ha empeorado, en contraste con aquel panel de luces rojas que sus antecesores legaron. Los números, indiscutibles, hay que entenderlos en el contexto de aquel mantra regionalista según el cual “poner en riesgo la viabilidad económica de Navarra es también poner en riesgo su viabilidad política”. Amén.
Aparte de lo que depare la elaboración de las listas electorales y los más o menos acertados recursos escénicos con los que nos agasajen las distintas organizaciones, seguramente gran parte del pescado electoral ya está vendido a estas alturas. Nueve meses, el tiempo de un embarazo, que serán bastante tópicos. El PSN será preguntado por sus preferencias para el día después de los comicios y la respuesta seguirá siendo elusiva;la palabra más emitida desde Príncipe de Viana será “cua-tri-par-ti-to”;Geroa Bai mantendrá el guión de la transversalidad;otros se significarán en conceptos polivalentes ya bastante manidos. Pero sobre todo, el problema que aqueja a Navarra desde hace tiempo seguirá presente y silente: nadie parece capaz de avanzar una idea nueva sobre cómo crear un futuro alternativo al convencional. Esa foralidad del siglo XXI que no acaba de llegar, aún indefinida para agentes políticos y sociales, que no cristaliza en una forma más ambiciosa de abordar retos distintos que surgen cada día.
Santiago Cervera, en Diario de Noticias
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