Decían de Rajoy, pero el dominio de la elipsis demostrado este martes por Pedro Sánchez para evitar hablar de las mangancias atribuidas al anterior jefe del Estado han sido de académico de la Lengua, nivel Pérez Reverte o superior. El presidente ha articulado varias frases sin sujeto para contestar a las demandas de algunos grupos parlamentarios de crear una comisión de investigación sobre los negocios de nuestro cazador de elefantes favorito, y ni siquiera le ha hecho falta referirse a ese rey emérito del que estamos hablando, ni a la tentación rubia que vivía arriba y abajo suyo en aquellas noches locas en Suiza ni a la monarquía como institución para irse a toda pastilla por los cerros de Úbeda, provincia de Jaén.
Ya hubiera sido complicado no citar el nombre de pila de Campechano I y mucho más no mencionar el escándalo de las cintas grabadas a la bella Corinna sobre su ardoroso caballero renqueante. Evitar de una tacada cualquier referencia al caso y a la pareja y resolver la cuestión con un ya hablaremos del particular cuando comparezca el director del CNI ha sido un glorioso ejercicio de castellano al alcance de pocos elegidos. Si se ha encargado a la RAE una versión de la Constitución con lenguaje inclusivo es porque el nuevo inquilino de la Moncloa es modesto y no quiere alardear de su manejo de las omisiones, del asíndeton y hasta de la epanadiplosis, que eso sí que es para nota.
A nadie se le escapan las razones de la prudencia presidencial ante esta pústula sobrevenida que, sin comerlo ni beberlo, amenaza con derramar toneladas de pus sobre toda la acción del Ejecutivo. ¿Está el Gobierno en disposición de aceptar una investigación parlamentaria cuya primera medida sería llamar a declarar a su emérita enormidad para preguntarle si de aquellos polvos suyos vienen estos lodos? ¿Impulsará Hacienda una investigación tributaria al patriarca de los Borbones para comprobar si son ciertos sus testaferros, sus cuentas en Suiza y sus supuestas comisiones de golfo apandador? ¿Habrá algún juez o fiscal con el valor necesario para actuar de oficio ante unas revelaciones, que más allá del pretendido chantaje del tal Villarejo, harían tambalear el modelo de Estado y a la coronada cabeza que lo representa?
Del no rotundo a estas preguntas cabe presumir que todo, si es que interesa que haya algo, se deslizará hacia la extorsión aparentemente perpetrada por el comisario en jefe de las cloacas, ya que indagar sobre la verdad conlleva asumir el mayor de los peligros, que es encontrarla. Y eso no puede consentirse porque desenmascararía al impune y a toda una corte de encubridores –presidentes, ministros, altos funcionarios, espías- que llevan décadas estando en el secreto y sirviendo de cooperadores necesarios a esta cleptomanía de manual. Tendría su aquel que ahora que estamos a punto de exhumar a Franco diéramos la extremaunción a toda una dinastía.
A cambio de no desestabilizar al régimen, Sánchez pasa a formar parte de la legión de alcahuetes con rango de general y tendrá que aceptar de buen grado comerse buena parte del marrón como parte de su dieta. Compartiendo mesa y digestión estarán los líderes de esos partidos que se llaman de Estado y que, en realidad, son de cortijo, y creen que corriendo las cortinas y tapando las rapacerías hacen un servicio a una sociedad harta de que la ley sea igual para todos menos para los de siempre.
De hecho, fue inevitable ligar este presentido gatuperio con el anuncio de que el Gobierno no publicará el nombre de los beneficiarios de la amnistía fiscal de Montoro con la excusa de la irretroactividad de las leyes y la seguridad jurídica, principios que, al parecer, Sánchez desconocía cuando estaba en la oposición y prometía una vez a la semana dar a conocer la lista en cuanto el taxi le dejara en la Moncloa. Que se haya especulado con la posibilidad de que el patrón del Bribón figure en la misma a través de sus interpuestos es simplemente una maldita casualidad. “No voy a prevaricar, señorías”, advirtió el presidente. Si no fuera para llorar daría hasta risa.
Juan Carlos Escudier, en Público
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