Tras el golpe de Estado de 1936 y desatada la guerra civil, las familias navarras fueron coaccionadas con violencia para que no transmitiesen el euskera a sus descendientes, lo que a este antiquísimo idioma le supuso un gran retroceso artificial e impuesto. Esta situación de opresión para el idioma vernáculo navarro se prolongó sin solución de continuidad hasta la llegada del Gobierno de Uxue Barkos, con la salvedad de la Ley del Vascuence de 1986, un mínimo democrático, insuficiente para gran parte de la ciudadanía en tanto que se sometía a la Comunidad Foral a una zonificación que numerosos colectivos euskaltzales ni la comparten, ni la comprenden. José Luis Mendoza ha procurado como consejero de Educación que el euskera recupere ese terreno perdido durante el franquismo y los gobiernos de UPN, es decir, una profundización en los derechos lingüísticos. Aunque pudo parecer que su marcha significaba una rectificación de la política lingüística gubernamental, María Solana continúa en lo fundamental sus líneas maestras, en cuanto a propiciar una normalización del euskera en Navarra. Lamentablemente, muchos ciudadanos, sobre todo de la Zona Media y la Ribera, a pesar de que ese habría sido su deseo, nunca lo utilizarán de forma experta porque, aun nacidos ya en democracia, ni siquiera pudieron estudiarlo como asignatura en la escuela pública, algo que habría favorecido unos estudios especializados posteriores. Esa frustración cultural y vital causó actitudes y comportamientos muy radicales en las últimas décadas del siglo XX entre quienes se sentían también vascos, sentimiento perenne en Navarra, pero no habían gozado de la posibilidad de formarse en euskera, ni de aprehender tan siquiera nociones básicas o elementales de este bello idioma preindoeuropeo, un tesoro cultural de innegable e inapreciable valor lingüístico y antropológico.
El déficit estructural padecido por el euskera en Navarra contiene un marcado carácter ideológico: el acusado antivasquismo que caracteriza a UPN, el partido que ha gobernado la Comunidad Foral durante más años, con el apoyo y la aquiescencia del PSOE, cuyas posiciones han variado hasta convertirse en irreconocibles. El PSN, en la transición del franquismo al Régimen del 78, fue un partido vasquista, los Gobiernos Urralburu no mostraron especial hostilidad hacia el euskera, pero en la actualidad, por más que entiendan muchos de sus dirigentes que el vasquismo forma parte esencial de la idiosincrasia navarra, su crítica a la política lingüística del Gobierno foral coincide totalmente con la de UPN y PPN. Al parecer, la actual dirección socialista ha asumido que solo les votarán los progresistas y centristas que se posicionan en contra de cualquier tipo de promoción de la cultura vasconavarra, incurriendo en el craso error e injusticia manifiesta de circunscribir y limitar lo eusquérico a las fronteras exclusivas de la CAV.
El exconsejero Mendoza ha hecho su trabajo, una labor ardua, y las críticas han ido más allá de lo razonable; pero lo realizado desde su consejería no debe ser desechado. No existe imposición alguna cuando un sector muy significativo de la sociedad, que sobrepasa el espectro nacionalista, demanda medidas favorables para la lingua navarrorum. No seamos hipócritas: el castellano seguirá ocupando un lugar más que preeminente en Navarra, y no se dejará de impartir en ningún caso el inglés en las aulas. La discriminación positiva hacia el euskera sigue siendo necesaria en orden a reparar el genocidio idiomático perpetrado durante la Guerra Civil y el franquismo. Tal vez el consenso no sea posible todavía, porque UPN no asimila de forma adecuada su salida del poder, mas se deberá convenir en que el euskera es una lengua propia de Navarra y en que se ha pretendido su desaparición durante demasiado tiempo.
Alberto Ibarrola Oyón, en Diario de Noticias
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