Como habíamos visto en reportajes anteriores, el cultivo de la caña azucarera fue introducido en la península ibérica en el siglo X por los árabes. Para ellos, sin embargo, el principal producto edulcorante era, y continúa siéndolo, la miel por lo que la producción de azúcar de caña solo se extendió en las tierras progresivamente dominadas por el cristianismo. Ya durante los siglos XVI y XVII en la costa levantina, se llegó a producir el azúcar suficiente para la península y para exportar a gran parte de Europa. La planta de caña fue llevada por los españoles a Cuba en donde se adaptó fácilmente y la producción de azúcar cubano llegó a cubrir, en la primera mitad del siglo XIX, una cuarta parte del consumo del mundo occidental. En Europa, Alemania y Polonia, eran entonces, países pioneros en el cultivo de la remolacha azucarera y en la producción de azúcar a partir de la misma así como la fabricación de maquinaria específica para ello. Tras la independencia de Cuba, y con el asesoramiento técnico de esos países, la producción de azúcar a partir de esa leguminosa llegó a la península. En 1882 se construyó en Granada la primera fábrica de azúcar de remolacha, el llamado “Ingenio de San Juan” y en tan solo una década, ya existían en el estado trece fábricas, diez de ellas en la Vega de Granada. En los años siguientes la producción de remolacha fue extendiéndose y se hizo especialmente intensa en las fértiles riberas de la cuenca media del Ebro en donde la planta se cultivaba con facilidad. En este contexto, el siglo XX trajo dicha industria a Navarra con la fundación en 1900 de la azucarera “La Concepción” en Marcilla y casi simultáneamente, la de Tudela. Con la construcción, años después, de las fábricas la Regional y la Raperie en Cortes en 1917 y la de Carlos Eugui en Pamplona en 1927, Navarra llegó a ser, tras Granada y Zaragoza, la tercera región productora de azúcar del estado. Ninguna de ellas sobrevivió a los años setenta y el cultivo de remolacha y la producción de azúcar desaparecieron por completo de esta comunidad.
En Septiembre de 1899 un grupo de promotores, entre los que se encontraban los señores Elorz, Galbete, Sagüés, Agudo, Lewin y Huici constituían en Pamplona la sociedad La Azucarera Navarra con objeto de construir una planta para la producción de azúcar de remolacha. En el primer consejo de administración se nombró gerente de la empresa a Domingo Agudo Setuain e inmediatamente, en octubre de ese año, se iniciaron las obras de la fábrica en las cercanías de Marcilla. Para ello se eligieron unos terrenos de una extensión de 30 hectáreas cercanos a la estación del ferrocarril, para así favorecer el transporte de la materia prima y después del producto final. El terreno era propiedad de uno de los promotores, el rico hacendado y abogado falcesino Jesús Elorz Elorz en cuya vivienda Villa Lidia se había gestado la sociedad. Unos años después, en 1904 cuando la Azucarera se integró en la Sociedad General Azucarera de España (SGAE) se le puso el nombre de “La Concepción” en honor de una de las hijas del Señor Elorz. La construcción de la fábrica, dirigida por los ingenieros Múgica y Huici, corrió a cargo del contratista Luis Bobio de Azagra y en ella se ocuparon unos 600 obreros. La chimenea fue obra del experto Ciriaco Galdeano, oriundo de Azkona Deierri aunque instalado en Bilbao, que también realizó años después la del aserradero-destilería de Ekai. Toda la maquinaría fue traída de Alemania, de la casa Maschinenbau de Braunschweig cuyo representante en la península era Leopoldo Lewin Ausar. Lewin, cónsul alemán y residente en Donostia, fue el máximo impulsor del cultivo de la remolacha y de la industria azucarera en toda la ribera del Ebro. Miembro fundador de la sociedad Azucarera Navarra, se le podría considerar como el máximo responsable del montaje de la fábrica de Marcilla. El gran edificio central alojaba la maquinaria necesaria para la extracción del jugo de la remolacha, purificación, cocción y cristalización del azúcar y las dos grandes calderas de vapor capaces de generar la energía necesaria para todo el proceso. En una nave anexa, dos hornos calcinaban piedra caliza para obtener la cal utilizada en el proceso de purificación del extracto. Completaban el complejo, edificios para el almacenaje, envasado, depósito de semillas, oficinas y laboratorio, que, lógicamente, a lo largo de sus muchos años de historia, fueron modificándose según las necesidades del momento.
Durante la ejecución de las obras iniciales, ya se fueron adelantando los contratos con los agricultores para que comenzaran a cultivar la remolacha y así poder hacer la primera campaña en el otoño-invierno de 1900. En esta primera campaña, bajo la administración de Miguel Rodríguez, se molturaron 20.000 toneladas de remolacha y la importante producción de azúcar produjo los primeros beneficios a la sociedad que se plasmaron en el reparto un dividendo de 12 pesetas por cada acción en julio de 1901. Durante los primeros años, además, la melaza residual se utilizaba para la producción de alcohol, actividad que cesó en 1906 por problemas derivados de los impuestos del alcohol industrial, tras la integración de la azucarera en el trust SGAE. El otro gran subproducto extraído del proceso de molturación, el desecho o pulpa de remolacha, una vez desecado se vendía como pienso para el ganado. La capacidad de molturación fue aumentando y la empresa tuvo unos años brillantes en la década de los años veinte con un máximo de 70.000 toneladas molidas en la campaña de 1930 y producciones de azúcar cercanas a las 10.000 toneladas anuales. A partir de ahí su capacidad de producción iba a ir en declive durante toda su historia hasta el momento del cierre definitivo en 1979.
Teniendo presente que la factoría estaba a algo más de dos kilómetros de distancia del centro urbano de Marcilla, en sus alrededores se fue creando todo un barrio de viviendas, para el director, administrador y para los trabajadores, que contaba con economato, fonda, cantina, escuela, iglesia y cuartelillo. El poblado se dotó de alcantarillado y agua caliente en las viviendas, con un molino de viento para la producción de parte de la energía necesaria, todo ello muy novedoso e inusual para la época. En el año 1912, y en colaboración con la dirección de la empresa, el barrio hizo sus propias fiestas patronales en honor de Nª Sra. de la Concepción. Por la noche en la pequeña plaza del pueblo se exhibieron preciosas cintas cinematográficas merced a la galantería del jefe de cultivos D. Pedro López que cedió el aparato… se quemaron dos bonitas ruedas de fuego y multitud de cohetes… la banda peraltesa tocaba entretanto bonitas piezas que hacían las delicias de la gente joven… contaba el cronista en la prensa. En los años 20 se le añadiría muy cerca una fábrica de harinas, la Harinera San José, que aún contribuyó más al crecimiento de todo un complejo fabril, a constituir un poblado industrial con vida propia. Durante los cuatro meses de la campaña de producción se empleaba a unos 300 operarios, sin contar el personal de oficinas, carga y descarga de carros y vagones o básculas. Unos 70 operarios quedaban fijos todo el año, en labores de mantenimiento de instalaciones, distribución de productos etc.
En aquellos años, sin embargo, la conflictividad del sector azucarero fue importante. A la sempiterna lucha entre patrones y obreros iniciada a finales del siglo XIX se unía un tercer protagonista, el cultivador de remolacha, la materia prima. Inicialmente, el enfrentamiento era continuo entre los remolacheros y las empresas azucareras, incluyendo a sus trabajadores, con continuas discusiones sobre las condiciones y precio de la remolacha producida. En concreto ya en 1910 se intentó por parte de la SGAE rebajar el precio de la remolacha en bruto de 40 a 33 pesetas lo que llevó a la protesta generalizada de los cultivadores de los pueblos de las riberas del Aragón y Arga que suministraban a la factoría marcillesa. Estos se quejaban además, de que las básculas de la fábrica pesaban de menos, hasta un 10%, en relación a las suyas particulares. Una gran reunión de remolacheros en junio de 1910 celebrada en el ayuntamiento de Marcilla fue el germen de un futuro sindicato que años más tarde se plasmaría en la Unión Nacional de Remolacheros y Cañeros. Sin embargo, a partir de 1917 y tras el triunfo de la revolución rusa se fueron generalizando las reivindicaciones laborales de los trabajadores asalariados de todo el mundo y como no, los de nuestras fábricas azucareras. Ahora los intereses de los cultivadores, perjudicados por cierres y huelgas, coincidían con los de los empresarios en contra del obrero. La lucha entre la burguesía empresarial y productora, y el proletariado, llevó a las casi generalizadas huelgas de 1920 y en concreto a la importante huelga del sector azucarero en toda la cuenca del Ebro. Los trabajadores de la azucarera de Marcilla tuvieron un importante protagonismo en ella y en las reivindicaciones obreras de los siguientes años. Un buen número de obreros sindicalistas marcilleses y de los pueblos limítrofes serían asesinados tras el golpe militar de 1936.
Tras alguna mala campaña, 1923-24, por la aparición de la plaga de gardama en la remolacha, en 1933 se convocó la Conferencia del Azúcar por todas las empresas del sector ante una evidente sobreproducción de azúcar, agravada con una disminución de su consumo. La necesidad de una reestructuración del sector llevó, ese año, a la orden de cierre de la factoría de Marcilla, lo que supuso el paro para todos sus trabajadores y un gran problema para los cultivadores de remolacha. Tras permanecer cerrada durante 3 años se volvió a la actividad en los difíciles años de la guerra y de la postguerra. Con un nuevo pico máximo de producción en 1952, la misma fue siempre disminuyendo en los siguientes años, aunque con algunos altibajos. Las mejoras con la electrificación de la factoría en 1955 (hasta entonces se utilizaban máquinas de vapor) se contraponían a las dificultades por las plagas, especialmente la cercospera y la crisis general del sector azucarero. La caída en la producción tocó fondo en 1974 y la Sociedad General Azucarera decidió el cierre de la factoría; el resto de las azucareras navarras ya lo habían hecho. La Diputación, a través de importantes ayudas financieras a los cultivadores, consiguió que la factoría reanudara sus labores en 1978, pero la campaña volvió a resultar deficitaria y desde Madrid se autorizó a la SGAE para el cierre definitivo, que se produjo el 1 de Julio de 1979. Algunos de sus trabajadores fueron prejubilados o indemnizados, otros reubicados en otras fábricas de la sociedad, lejos de sus lugares de residencia. Durante cuatro años más continuó como estación receptora de la remolacha cultivada en el entorno, que terminaba enviándose en camiones o en ferrocarril a la todavía activa Azucarera de Gasteiz.
Había sido una de las más importantes empresas en el primer desarrollo industrial de Navarra. Además de ser emblemática por ese motivo, sus instalaciones estaban catalogadas como ejemplo destacado de la arquitectura industrial de la época. El rojo ladrillo enmarcando vanos y ventanas contrastando con el lucido de sus muros, cornisas de estilo neomudéjar, tragaluces semicirculares, un gran reloj de sol presidiendo su fachada sur, la hermosa chimenea de ladrillo y sus negras calles pavimentadas de ofitas dotaban al conjunto de una gran belleza constructiva.
Ya en 1982 el ayuntamiento de Marcilla inició las gestiones para la compra de los terrenos con vistas a construir en ellos un gran polígono industrial. Finalmente el arreglo consistió en la creación en 1999 de una nueva sociedad mixta entre el propio ayuntamiento y la propietaria Azucarera Ebro Agrícola. El primero de los pasos a dar era el derribo de todas las instalaciones excepto la chimenea, aduciendo “más que motivos económicos, el temor a tenerlas abandonadas, con el riesgo que supone”. De las viviendas del barrio, algunas fueron vendidas a antiguos empleados, otras a personas ajenas a la fábrica. Las protestas fueron muchas, incluyendo las de algunos profesores de Historia Económica de la UPNA y miembros del Consejo Navarro de Cultura, que hicieron un alegato público en defensa de lo que consideraban patrimonio histórico y de desarrollo económico, última muestra de una actividad, la azucarera, que marcó la vida económica y social de la comarca. Es quizás el comienzo en nuestra comunidad de un tímido movimiento social por la valoración y defensa del patrimonio industrial, movimiento para entonces ya muy consolidado en muchos lugares de Europa, incluyendo algunos cercanos.
En marzo de 2002, con el beneplácito y consentimiento de los entonces responsables del Gobierno de Navarra, las excavadoras destruyeron todas las naves borrando del paisaje la azucarera. La vivienda del director se restauró y convirtió en un pequeño establecimiento hostelero, aunque duró muy poco tiempo activo. El proyectado polígono industrial, por razones no demasiado claras, no llegó a realizarse. Como en otras tantas ocasiones solo la chimenea se salvó. Allí quedó triste y aislada en un paisaje yermo, entre escombros y matojos, en lo que se hace llamar un “no lugar”, testigo mudo no solo de un valioso episodio de nuestra historia, también de su convulso final, envuelto en las sombras de la corrupción y la especulación urbanística.
Victor Manuel Egia Astibia, Sociedad de Estudios Iturralde Elkartea (en Nabarralde)
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