El castillo de Atxorrotx, en Eskoriatza, valle de Lenitz, recupera su relato. Su leyenda. Su naturaleza de lugar de memoria. Nabarralde ha editado un documental histórico que narra las circunstancias de esta antigua fortificación vascona, erigida en un lugar estratégico. En efecto, construido en una peña, junto al puerto de Arlaban que comunica la Llanada Alavesa con la costa y los valles gipuzkoanos, este castillo roquero, auténtico nido de águilas, vigilaba el antiguo camino medieval, controlaba la comarca y ejercía de punto neurálgico en la organización territorial del reino navarro.
Una de las facultades de la memoria histórica es que nos permite echar una mirada a los orígenes de la realidad actual, por detrás de la fachada con que la conocemos hoy, y entender cómo se ha gestado. Ello nos da una perspectiva que, de otro modo, cuando el poder intenta enmascarar los procesos de dominación y sometimiento, pasa desapercibida.
Atxorrotx fue importante en nuestro pasado por varias razones. De entrada, porque controlaba la ruta que atravesaba los montes, de la meseta peninsular hacia el mar y hacia Europa. Fue el camino principal durante milenios, y por este motivo se convirtió en el paso de las Termópilas de la montaña vasca. Distintas batallas lo atestiguan; la emboscada del guerrillero ‘Dos Pelos’ al ejército francés, con las fuerzas del ‘corso terrestre’, de Espoz y Mina, durante la francesada; el intento de los generales liberales Córdoba y Espartero de derrotar a los carlistas de Egia, durante las Carlistadas; la cercana batalla de Albertia, entre el Eusko Gudarostea y las fuerzas de Mola, en el 36. Si conociéramos nuestra historia, como los griegos la suya, Atxorrotx tendría su epopeya.
Pero el castillo de Atxorrotx es importante como lugar de memoria por razones de mayor transcendencia. Gipuzkoa no existía antes de la conquista del año 1200. Castilla atacó a Navarra y le arrebató su territorio occidental: la parte marítima y la Llanada. Esta ocupación es el origen de la fractura básica entre la tierra vasca (en lo sucesivo ya no navarra) y la navarra (tal como hoy se entiende; aunque siguiera siendo vasca). Lo que hoy, en versión navarrera, se describe como distinción entre vascos y navarros.
En esa invasión Atxorrotx fue uno de los objetivos militares, y han aparecido suficientes vestigios arqueológicos que lo corroboran (una capa de carbones del incendio; se han recogido en la excavación más de trescientas puntas de flecha y ballesta…). Pero el castillo era más que un simple enclave del sistema defensivo. También era el núcleo de la tenencia administrativa. En la política de acoso a Navarra, Castilla reorganizó el país y reunió tres de estas tenencias, Ipuzkoa, San Sebastián de Hernani y esta de Aizorrotz, para construir una cabeza de puente desde la que atacar el territorio independiente. Así se formó Gipuzkoa, como estrategia contra Navarra. Este escenario es uno de los lugares que nos sirve de recuerdo, de memoria, sobre cómo se ha perpetrado nuestra historia.
Como explica el documental, “La historia se aleja, queda atrás. Pero 800 años después el camino hacia la costa, hoy autopista, recorre la misma geografía”. Alrededor, las poblaciones que surgieron bajo la sombra de Atxorrotx acogen una actividad diaria, una sociedad viva, forjada en el trabajo y la cultura vasca. La energía de sus gentes ha levantado industrias, cooperativas. En la universidad la juventud bulle, se prepara. La lengua vasca, como decía Campión, es una reliquia venerable del pasado, pero también un instrumento de futuro. La memoria crea sociedad, dicen los expertos. La presencia de Atxorrotx, que recuerda de dónde venimos, también nos lo asegura.
Ángel Rekalde, en Nabarralde
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