jueves, 13 de octubre de 2016

EL CAMBIO CLIMÁTICO Y EL REGADÍO ESQUILMAN EL EBRO

El Ebro lleva menos agua de la que llevaba, y mucha menos –la mitad, si llega- de la que, desde hace dos décadas, le atribuyen los partidarios de los macrotrasvases al arco mediterráneo. La combinación de los efectos del cambio climático con la intensa explotación de la agricultura, principalmente, y la industria en la cuenca están esquilmando sus recursos.
La aportación al Mediterráneo se ha quedado este año hidrológico por debajo de los 8.700 hectómetros cúbicos -8.611, según los datos provisionales a 28 de septiembre facilitados por la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE)-, lo que supone menos de la mitad de los 18.216 que, según los cálculos protrasvasistas de Josep Borrell y Jaume Matas, llegaban al mar en los años 90 y posibilitaban eventuales transferencias de 1.850 y 1.080. De hecho, el año pasado, en el que la cuenca del Ebro sufrió las mayores riadas en medio siglo, se quedó en 12.000, en apenas dos tercios de esas estimaciones. 
Las tablas de aforos del Ministerio de Medio Ambiente dan fe de cómo, en un proceso largo y sostenido, los caudales que el río aporta al Mediterráneo van menguando: la media se sitúa esta década en el entorno de los 10.000, tras no haber alcanzado los 9.000 en la anterior ni en la última del año pasado. Por el contrario, en los años 70 superaba los 14.000, en los 60 se acercó a los 17.000 y en los 50 rondó los 13.000. En las dos primeras décadas de este siglo era frecuente que superara los 20.000, e incluso, como ocurrió en 1915, los 30.000
El Inventario de Recursos Hídricos del Ebro recoge cómo desde 1996 “se ha constatado una disminución de las aportaciones de los ríos, que se ha justificado por el aumento de los consumos de regadío en la cuenca”. Estos han aumentado de menos de 700.000 hectáreas a más de 900.000 en apenas quince años, lo que sitúa su demanda en 7.681 hectómetros, a la que se suman 147 para usos industriales, 385 para áreas urbanas y las 138 de los ocho trasvases.
​No obstante, los técnicos de la CHE apuntan otras razones para ese descenso de los recursos hídricos, como “ligeros descensos de la escorrentía en las cabeceras de los ríos” por el incremento de la superficie forestal en esas zonas –causado a su vez, por el declive de la agricultura de montaña- y una “apreciable disminución del carácter nivopluvial de los ríos pirenaicos”. Es decir, que nieva y llueve menos y los bosques retienen una mayor cantidad de agua.
Y las previsiones apuntan a que el segundo de esos efectos se agrave por el cambio climático. Los estudios que maneja la CHE apuntan a una reducción de los recursos hídricos de hasta el 20% a lo largo de este siglo –un 5% en la próxima década-, “siendo los efectos del cambio más acusados en las cuencas de la margen derecha del Ebro, que ya en la actualidad presentan déficit hídricos, y en los estiajes”. 
El organismo de cuenca señala tres escenarios en los que esa reducción de las precipitaciones, acompañada por una concentración temporal que dificulta su gestión, ya se está dejando notar: “El eje del Ebro, los afluentes de la margen derecha entre el Jalón y la desembocadura y el Gállego-Cinca son los sistemas más afectados por estos descensos”, señala el inventario.
Ese descenso ha hecho que las estimaciones del nuevo Plan Hidrológico reduzcan a 9.240 hectómetros cúbicos anuales la aportación media del Ebro, que en las cuatro últimas décadas registró un máximo de 18.117 en 1988 y un mínimo de 4.121 en 2002. Datos que, por otra parte, ratifican el carácter torrencial e irregular de la cuenca.
El último año hidrológico fue especialmente irregular, con un episodio de sequía en pleno invierno y una inusual escasez de precipitaciones en verano que llegó a secar los pastos en el Pirineo y que hizo que algunos ríos no alcanzaran el caudal ecológico en el mes de septiembre.
Y las previsiones meteorológicas no son mucho mejores para este otoño, que comienza con los ríos Cinca y Ésera en una situación oficial de emergencia –según los índices de sequía de la CHE-, mientras la alerta se extiende a toda la cabecera y el eje del Ebro, al Segre, al Noguera Pallaresa y a varios de los principales ríos de la margen derecha: el Iregua, el Jalón, el Jiloca, el Huerva, el Martín y el Guadalope.
Los datos facilitados por la CHE sitúan al Cinca -1.721 hectómetros cúbicos- y al Segre -1.521- como los principales afluentes del Ebro. Tras ellos se sitúa en Arga -1.318-, el mayor río sin regular de la cuenca, situación que también se da en el Ega -458- y que hace que entre ambos aportaran el 20% del caudal que circuló por el río. La contribución del resto de los grandes ríos de la cuenca fue menor: 361 el Gállego y 86,4 el Jalón, mientras el Ésera –afluente del Cinca- llevaba 535 y el Irati –tributario del Aragón-, 818.
En cuanto a los caudales medios, alcanzaron los 206 metros cúbicos por segundo en Zaragoza y los 275 en Tortosa, claramente por encima de los caudales ecológicos, que se aplicaban por vez primera este año. No obstante, una maniobra de explotación en los embalses de Mequinenza y Ribarroja hizo que el Ebro no alcanzara el mínimo ambiental durante dos jornadas a finales de agosto.
“Llega menos agua a la desembocadura porque la usamos más”, dice Francisco Pellicer, director del Centro Ambiental del Ebro, que llama la atención acerca de que los datos de las aportaciones del Ebro “no son de hidrología natural sino alterada. Prefiero hablar de cambio ambiental, que es un término que reúne los efectos del climático y del antropogénico; es decir, las modificaciones provocadas por la acción del hombre”.
Pellicer destaca entre los efectos del cambio climático, más que la reducción del volumen de precipitaciones, los cambios en su régimen. “No es el qué sino el cómo, que obliga a cambiar los sistemas de explotación para adecuarlos” a la nueva situación, señala, tras recordar cómo el grueso del agua de las crecidas del Ebro no es aprovechable. El año pasado, por ejemplo, pasaron por Tortosa 6.876 hectómetros en tres meses, de febrero a abril. “El régimen de precipitaciones impide a veces regular el agua que cae para aprovecharla”, añade.
El director del Centro Ambiental del Ebro se muestra partidario de “estudiar los usos, sobre todo los consuntivos”; es decir, los que consumen el agua. Estos provocan en ocasiones mayores volúmenes de evaporación -ocurre con el uso de sistemas de riego como la aspersión en las horas de más calor del día- y también tienen efectos ambientales, como el aumento de la vegetación de ribera al recibir más nutrientes procedentes de los retornos del regadío o la proliferación de las plantas acuáticas al circular agua más transparente como consecuencia de la depuración urbana. “Son efectos antrópicos, provocados por la acción humana”, anota. Como la presencia de metales pesados en el cauce.

Eduardo Bayona, en Público

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