El viejo Canciller alemán Otto von Bismarck dijo una vez –o eso le atribuye la leyenda—: “Si el mundo tiene que perecer algún día, a mí que me pillen en Mecklenburgo, que allí todo tarda cincuenta años en llegar”. Las campanas de alarma tocan ahora a rebato anunciando que esta región otrora feudal y superlativamente atrasada de Alemania, situada entre Berlín y el Mar Báltico, podría ahora, al contrario, ir por delante.
Las elecciones del pasado domingo (4 de septiembre) fueron un desastre sin paliativos. La Alternativa por Alemania (AfD, por sus siglas en alemán), que concurría por primera vez, logró un asombroso 21,9% del sufragio, situándose en segundo lugar tras los socialdemócratas y batiendo a Angela Merkel en su propio estado federado. A pesar de sus intentos por ganar respetabilidad, la AfD es de muy extrema derecha. No sólo se opone al matrimonio del mismo sexo, al aborto y a los laboriosamente conseguidos derechos de las mujeres (aun siendo mujeres sus líderes más prominentes), sino que exige un cruel endurecimiento de las leyes penales, también para los niños, y propone regresar al servicio militar obligatorio.
El Partido Demócrata Cristiano de Angela Merkel está muy a favor de robustecer las fuerzas armadas alemanas (Bundeswehr); Ursula Leyen, su ambiciosa Ministra de Defensa, exige más armamento con tecnología todavía más avanzada, y es cada vez más beligerante de palabra y de obra. La siguen de cerca algunos socialdemócratas, como el Ministro de Exteriores Frank-Walter Steinmeier, quien a veces suena hasta sensiblemente pacífico, pero indudablemente está mucho más preocupado por las pérdidas de voto que auguran las encuestas a su partido. Pero la AfD, hasta ahora condenada al ostracismo por el resto de partidos y sin esperanzas de poder entrar en una coalición en parte alguna, clama a voz en grito lo que otros apenas susurran: exige que “la Bundeswehr tenga entrenamiento orientado a la guerra y al despliegue exterior… siempre que los intereses de la seguridad de Alemania estén en juego”. También exige mayor financiación para la industria armamentista alemana. La única diferencia relevante con la política de expansión del actual gobierno es que la AfD habla con más beligerancia y, recordando el nacionalismo de los viejos tiempos, desea aflojar los estrechos lazos militares con los EEUU. Alemania debe volver a situarse en cabeza, económica y militarmente, al menos de este lado del Atlántico
Esos temas son importantes a escala nacional de cara a las elecciones de 2017, con una Merkel ya debilitada por los constantes ataques recibidos de antiguos aliados. Los principales, a cuenta de un asunto que ella misma destacó con fuerza hace ahora un año y que las gentes de Mecklenburgo Occidental/Pomerania (“Meck-Pom”) encuentran también importante. El punto capital del discurso de la AfD es su oposición a la llegada de refugiados procedentes de las zonas en guerra o de África. Aunque se han ido refinando a la hora de elegir las palabras y ya no piden tirotear a los inmigrantes que tratan de cruzar la frontera ilegalmente –mujeres y niños incluidos—, su principal atractivo sigue siendo el odio a todos los refugiados, especialmente a los musulmanes. En realidad, el estado federado de “Meck-Pom”, lo mismo que otras zonas rebosantes de odio en Sajonia, tiene una de las cifras de inmigrantes más bajas y apenas experimenta dificultades. Pero los agitadores de la AfD, asistidos en eso por los medios de comunicación, han logrado despertar los miedos habituales al “Otro”. Esa evolución resulta especialmente peligrosa, porque todos los grandes partidos, salvo Die Linke (La Izquierda) se han retirado de uno u otro modo del dramático llamamiento de Merkel: “¡Podemos lidiar con esto!”. Algunos todavía admiran sus palabras, pero el grueso, no; por vez primera, su popularidad se ha desplomado por debajo del 50%. Ella y su partido se han visto profundamente afectados por la amarga derrota en Meck-Pom, reducidos a un 19% del sufragio frente al 22% de la AfD. ¡Se trata de su propio distrito electoral y de su estado federado natal!
¿Seguirá la AfD su aparentemente imparable ascenso? En las próximas elecciones a celebrar en Berlín en dos semanas disfrutará de una nueva oportunidad, y aunque no podrá llegar a los resultados obtenidos en Mecklenburgo, casi con certeza conseguirá demasiados escaños en la Legislatura berlinesa y en los doce Concejos de distrito, lo que le reportará muchas cabezas de playa para su futura expansión.
Un aspecto de este temible avance me preocupa y me entristece especialmente. Muchos de los votantes de la AfD, en lo que se antoja un enorme giro, eran gentes que no votaron en las últimas elecciones. Están menos interesados en un programa de la AfD acicalado para ellos con nuevos y atractivos aromas que en dejar constancia de su indignación con los viejos partidos, incapaces como parecen de hacer nada para superar el prolongado estancamiento, la falta de puestos de trabajo decentes y permanentes y asegurarles el futuro, a ellos y a sus descendientes. Aquí es donde La Izquierda debería haber ofrecido respuestas, respuestas combativas acompañadas de acciones y sentadas en las calles y movimientos de base popular en favor de mejoras factibles enmarcadas en una perspectiva convincente de una sociedad mejor. Es ese tipo de métodos, creo yo, el que ha reportado enormes ganancias y ha situado cerca del éxito a la notable campaña de Bernie Sanders en los EEUU y el que ha despertado también el entusiasmo por Jeremy Corbyn en el Reino Unido. Ambos llamaron, apelando a la emoción no menos que a los hechos, a la lucha contra ese Uno por Ciento en la cúspide que se hace obscenamente rico al tiempo que envenena al mundo con dudosos bienes farmacéuticos cargados con sobreprecios, herbicidas, falsos trucos de emisiones y, sobre todo, con armamento para más y más guerras y más y más refugiados, armamento del que ellos son los principales beneficiarios.
La Izquierda, hasta donde yo sé, ha trabajado a favor de mejoras locales allí donde ha obtenido escaños en un concejo local o estatal, pero se ha abstenido de hacer llamamientos a la acción por una sociedad futura mejor. Tendría que haber desafiado aquí a los demás grandes partidos, precisamente porque todos ellos han traicionado a sus electores y a sus propias promesas. El abismo que han dejado abierto, y que debería haber cubierto La Izquierda, ha sido, en cambio, llenado por la vocinglera y agresiva AdF, mientras La Izquierda buscaba más bien entrar en más gobiernos de coalición y –propósito principal— obtener cargos de gobierno a escala federal a través de una coalición con los socialdemócratas y Los Verdes. Hay que decir que, en el estado federado de Berlín, luego de las elecciones a celebrar el próximo 18 de septiembre, una combinación así parece bastante factible. Pero aspirar a ese tipo de objetivos significa no herir los sentimientos de los potenciales aliados, frenar la militancia, ofrecer compromisos y, por esta vía, privar de razones reales para votarte a los ciudadanos indignados. Porque esos ciudadanos te verán diluirte en una versión ligeramente más a la izquierda, sí, pero mucho más débil que la socialdemocracia. ¿Por qué votarte? Y dejando de lado Turingia, en donde las reglas pueden ser distintas, cada vez que La Izquierda ha entrado en un gobierno de coalición en un estado federado, lo que ha hecho es perder muchos votos y terminar más débil que antes. ¿Cometerá el mismo error después de las elecciones de Berlín? ¿Buscará la misma solución a escala federal? Si así es, ¿qué pasará luego entonces?
Victor Grossman, en Berlin Bulletin (traducido por Sin Permiso)
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