Pedro Arriola se ha hecho millonario asesorando al Partido Popular. Primero con Aznar, luego con Rajoy, siempre ha mantenido un estatus que él mismo se encarga de recordar todos los días: trabaja directamente para el presidente del partido. Así se puede permitir algo inverosímil en un sociólogo: jamás ha mostrado un informe firmado, ni una encuesta detallada. En las pocas ocasiones en que ha descendido a reunirse con alguien distinto al jefe, todo lo que le avala es una mugrosa carpeta azul de gomas en la que se agolpan papeles arrugados. Pero su aura erudita, la autoridad que le confiere tener línea directa con el que manda y un modo enigmático de contar las cosas han hecho de él el personaje más determinante en la estrategia política del PP de las dos últimas décadas. Capaz de orientar el rumbo tanto como de justificar sus numerosos fallos de pronóstico, Arriola es quien verdaderamente manda en un PP asolado por la ausencia de coraje político y determinación ideológica. A él se deben decisiones relevantes de gobierno por encima de ministros -por ejemplo, no tocar la ley del aborto- y decisiones tácticas de campaña por encima del partido. Algunos periodistas recuerdan que cuando Aznar perdió in extremis las elecciones de 1993, el propio Arriola les intentaba convencer de que era lo mejor que podía haber pasado. Un pícaro de fortuna, un personaje que sólo en el proscenio político de la inanidad podía haber encontrado tan principal papel protagonista.
El mensaje único del PP en esta campaña es presentarse como la alternativa a Podemos. En la contienda electoral ganas la batalla si consigues que el oponente entre en tu espacio argumental y tú rehuyes el suyo. Quien establece la temática es quien lleva la ventaja. Y cuanto más simplón sea el argumento, mejor se deglute. Rajoy lleva días repitiendo como un loro que su partido es la garantía frente a los populismos y las incertidumbres. Apunta de nuevo a los de Iglesias, como ya hizo en la campaña del 20-D, pero ahora resuena más nítido su mensaje después de unos meses de franca ingobernabilidad. Es el escenario deseado por los seguidores de Arriola, la única manera de vender un producto político deteriorado por la corrupción barcenoide, la inutilidad cospedalosa y, sobre todo, la abulia rajoyense. El PP se dio cuenta hace un par de años de que la crisis económica y la consiguiente crisis política eran capaces de llevarse por medio varios gobiernos seguidos, como ha ocurrido en algunos países europeos. Cayó Zapatero y ganó Rajoy, pero nada garantizaba que no se gestara una nueva alternancia constatando que el país seguía sin disponer de un proyecto colectivo ilusionante más allá de los pintorescos ministros que llegaron con el nuevo presidente. Y en estas apareció Podemos. Lo que comenzó siendo un proyecto que apenas hubiera podido deambular por las catacumbas de la mediocre universidad española, alcanzó todo el relieve que le prestaron las estructuras mediáticas que la Vicepresidenta pastorea con mucha eficacia. Así es como conocimos no sólo a Iglesias, sino a su bien adiestrada gama de portavoces, los que decían representar a la gente frente a la casta. En un juego de intereses recíprocos, crecía Podemos y el PP se presentaba como la alternativa a los recelos que al mismo tiempo comenzaban a suscitar. Por la mañana, focos en el plató para Iglesias, y por la tarde filtración del vídeo que grabó el CNI con sus huestes subiendo a un avión rumbo a Venezuela. Es el negocio de quien inocula el antígeno para mostrar a continuación la jeringuilla con el anticuerpo, a la venta por el precio de un voto.
Hay un vídeo en la red en el que sale un perro llamado Benito que se tumba patas arriba cuando su dueña le dice “¡que viene el Coletas!”. No creo que lo haya puesto en circulación Arriola, pero es la perfecta plasmación gráfica de la tesitura en la que quieren poner a los españoles. La mayor corrupción que anida en la política es el tacticismo, la renuncia a la defensa comprometida de unos principios y valores con los que transformar la sociedad, que dejan paso a este tipo de juegos de rasputines. El tablero político que tanto ha deseado el PP ya lo tiene a su merced. Incapaces de conseguir un voto ilusionado, al menos pugnan por el voto asustado, gregario o resignado. El del perro Benito y el lince Arriola.
Santiago Cervera, en Diario de Noticias
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