La célebre recriminación de Eugeni D´Ors al joven que había derramado una botella de champán al intentar una nueva forma de descorche, resulta aplicable a este tema. El cambio de gobierno en Navarra nos ha puesto ante la oportunidad histórica de repensar el papel de las lenguas en el sistema educativo. La valiente apuesta por una moratoria para evaluar el PAI y para establecer un sistema de Tratamiento Integrado de las Lenguas va en esta línea. La utilización política de este tema que ha hecho la oposición, movilizando todos los tentáculos de su viejo régimen que aún controla, ni siquiera le ha dado los réditos electorales que esperaba. Y es que el debate se va abriendo camino poco a poco, y comienza a aflorar la actitud de quienes nunca hemos querido que nuestros hijos ni nuestros alumnos dominen desde la infancia un idioma extranjero como el inglés. Y no lo hemos querido porque el coste nos iba a resultar inadmisible, forzando precozmente algo que se puede lograr sin problemas en la adolescencia, donde se sientan las bases para que cada uno consiga si quiere ese dominio en la juventud.
Así se hace en toda Europa, y por eso resulta tan chocante lo que ocurre en nuestro país de un tiempo a esta parte, a pesar de las sensatas críticas de significados intelectuales, escritores o lingüistas. Si en Francia se estudia en francés, y en Italia en italiano, cuesta entender por qué aquí se ha extendido la práctica de estudiar en un idioma extranjero. Como profesor y como padre siempre me he opuesto, desde que estos programas se comenzaron a generalizar allá por el año 2008, cuando incluso se planteó convertirlos en modelos I y J, emulando a los ya contrastados modelos A, B, D y G que tienen su legitimación en la Ley Foral del Vascuence aprobada en la etapa socialista.
A muchos padres y madres a los que puedan chocar las afirmaciones que hago, les diré que hablo por experiencia, pues mis dos hijos no han pasado por el PAI ni han ido nunca al extranjero ni a academias, y sin embargo aprobaron a los 16 años el nivel B1 de inglés en la Escuela Oficial de Idiomas (EOI), y a los 19 el B2, además del EGA. Bien es cierto que al ser bilingües euskara-castellano por haber estudiado en el modelo D, les ha sido más fácil adquirir el tercer y el cuarto idioma, en las horas semanales dedicadas a esa asignatura, con profesorado cualificado y el adecuado enfoque comunicativo.
A esas mismas familias les diré también que desconfíen de quienes han promovido los sucesivos programas British-TIL-PAI desde el Gobierno, cegados por un autoodio contra lo vasco, y han sido capaces de poner en peligro la capacitación de toda una generación de niños y niñas utilizando aviesa y hábilmente el río revuelto de un sistema educativo tan poco europeo y tan descohesionado como el nuestro: con centros, redes y modelos en encarnizada competición por el alumnado, muchas veces obligado a participar en dicho programa. También los docentes lo están siendo, forzando la máquina hasta el límite, para terminar impartiendo un currículo lingüístico carente de contenidos centrales, y sufriendo al ver que se rompe la equidad por el sobresfuerzo al que se somete a gran parte del alumnado.
Los de mi generación estudiábamos francés a partir de los 12 años, con un profesorado con frecuencia mal preparado y un enfoque gramaticalista que nos dificultaba comunicarnos. No recuerdo haber sentido esa necesidad hasta que en mi adolescencia nos visitaron familiares emigrados a Canadá, que se entendían con mi madre en su euskera nativo, pero cuyos hijos sólo eran capaces de expresarse en la lengua de Shakespeare. Mi interés por comunicarme con ellos me llevó a apuntarme con 17 años a inglés en la EOI, y así podíamos cartearnos en aquella época sin internet. Mis años en dicha escuela hasta cursar el grado elemental me han permitido defenderme siempre que he entablado conversación con anglófonos aquí o fuera, y en mis clases suelo proyectar las películas en su VO inglesa subtitulada.
El movimiento de recuperación del euskera que floreció tras la muerte del dictador, despertó también en mí el interés por aprender una lengua cuyo desconocimiento me había hecho sentirme extranjero en mi propio pueblo en mis estancias veraniegas en Urdax. Justo el año que se aprobó la LFV acabé la carrera de Historia y me dediqué de lleno a aprender euskera hasta aprobar 5º de la EOI. Fue una decisión acertada, pues además de abrírseme todo un mundo y de recuperar el eslabón de continuidad de esa lengua en mi familia, nunca antes roto desde la prehistoria, esto ayudó a que encontrara trabajo como docente, vocación que siempre había tenido. Desde entonces he trabajado en el modelo A y soy un defensor acérrimo del mismo, pues permite a quien lo elige tomar contacto con la otra lengua de Navarra, e indirectamente con la cultura vasca, además de lograr el nivel B1 a los 16 y el B2 a los 18 años. Esto, claro está, siempre que sea en un centro con continuidad en dicho modelo, con profesorado estable, coordinado y con los objetivos claros, pues el régimen ya se ha ocupado de ir minándolo para que cada vez lo abandonen más alumnos, cambiando los reglamentos para que eso sea posible ya en cualquier momento de la escolaridad.
Si en Finlandia cada uno estudia en su lengua materna, sea finés o sueco (5 %), y todos estudian la otra lengua oficial y las extranjeras, aquí también podemos lograrlo, sólo hace falta poner cada cosa en su sitio, aunque cueste, y este Gobierno ha recibido el apoyo de la mayoría absoluta del Parlamento para realizarlo. Tenemos una LFV que el cuatripartito no va a cambiar en esta legislatura, y que permite que los progenitores elijan la lengua oficial en la que sus hijos cursen los estudios, incluso ahora en la Ribera. Sólo hace falta que además de a quien tanto ruido ha hecho, se escuche también al profesorado, se tenga confianza en él, así como en los expertos en didáctica de las lenguas, y se llegue a un consenso de toda la comunidad educativa que se pueda plasmar en una ley que sea fruto de un pacto duradero.
Juan Pedro Urabayen, profesor de Secundaria (en Diario de Noticias)
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