Hoy a las 20 horas se presenta en la Casa del Libro de Gijón el ensayo de Pablo Batalla Cueto (Gijón, 1987), La virtud en la montaña. Vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista (Ediciones Trea). Una obra en la que se busca recobrar la idea de la montaña como un medio para el autoconocimiento y la reflexión, alejado de la competición y la mercantilización a las que nos ha acostumbrado la sociedad moderna.
-¿Cómo surge la idea de escribir «La virtud en la montaña»?
La semilla fue una constatación que yo fui adquiriendo en vista de lo que estaba sucediendo en mi entorno, que era que los clubes de montaña estaban decayendo completamente, con cada vez menos integrantes, miembros más mayores, más dificultades para garantizar el relevo generacional y, sin embargo, al mismo tiempo había un mundo de carreras de montaña, ultramaratones, trails que estaban en un auge tremendo, doblando inscripciones cada año, dejando gente fuera, teniendo que organizar sorteos para organizar plazas entre un número gigantesco de personas que querían participar… yo veía eso como un cambio de paradigma, no solo del montañismo, sino también relacionado con uno más general, social. -
¿Qué tipo de cambio es ese?
La crisis de lo colectivo, de cualquier idea de colectividad, fraternidad y su sustitución por formas de subjetivarse y comportarse que tienen que ver con el capitalismo neoliberal y este individualismo competitivo que nos hacen practicar en todos los órdenes de la vida.
-¿Se está convirtiendo el montañismo en un negocio y una competición, perdiendo su esencia de disfrute y observación?
En gran parte sí. El capitalismo coloniza todos los órdenes de la vida y la sociedad. También lo está haciendo, para convertirlo en un negocio, con el montañismo. Las carreras de montaña las utilizan desde las compañías hidroeléctricas hasta los fabricantes de material de montaña para publicitarse. Pero más que en un negocio, que también, el capitalismo está convirtiendo el montañismo, a través de estas maneras de practicarlo en una correa de transmisión de sus valores, tales como el individualismo, la competición y el consumo.
-¿A qué se refieren esos términos «lento», «ilustrado» y «anticapitalista» asociados a la montaña que se plantean en la obra?
-Lo de lento viene de que una de las características de estos tiempos que corren es una aceleración brutal de todo. Se quiere que seamos cada vez más apresurados, veloces y eficientes en todo lo que hacemos, algo que se traslada también al montañismo. Subir y bajar una montaña en el menor tiempo posible. Frente a eso yo reivindico un montañismo que tiene detrás una tradición larguísima de dos siglos y medio y que buscaba justamente lo contrario, frente a la vorágine de la vida cotidiana buscar en el montañismo un espacio para sentirte relajado, caminar tranquilamente, reflexionar, gozar de las posibilidades estéticas que el montañismo ofrece, de la comida...
-¿De la comida?
-Si. Hay todo un mundo de comida rápida que se traslada también al montañismo. Geles, pastillas, gominolas ultraproteicas que te dan un aporte inmediato de nutrientes, pero que no disfrutas, como antes sí hacías cuando estabas en una cumbre y comías tranquilamente tu tortilla o los filetes que hubieras llevado.-
¿Y cómo se conceptualiza ese montañismo «ilustrado» y «anticapitalista»?
-Ilustrado porque yo reivindico ese montañismo que conozca la tradición de dos siglos y medio de personas que buscaron en el monte un lugar para el aprendizaje, la reflexión e incluso la adquisición de una conciencia política. Pongo como ejemplo a John Ruskin, el gran crítico de arte de la era Victoriana, que era un hombre con una cultura amplísima. Le gustaban mucho los Alpes y allí le llamó la atención, como consignó en sus escritos, la miseria de los campesinos suizos, mal alimentados y afectados de bocio. Él era un humanista, socialista y cristiano que plasmó esa situación en sus escritos. Cuando uno camina tranquilamente y atento a todo lo que hay en la montaña no pierde de vista nada de lo que hay en ella. Cuando uno va corriendo solamente se fija en la letanía del objetivo, de la meta y no repara en nada más. Lo de anticapitalista es por lo que mencionábamos anteriormente, porque los valores del capitalismo son perversos, están acabando con el mundo y también con el montañismo. Yo reivindico que luchen contra estos valores en lugar de asimilarlos. -
¿Qué encontrará en el libro el lector?
-Fundamentalmente el ir por la montaña y por la vida en general con los ojos abiertos y sin prisa. Yo también hablo de como el mundo contemporáneo nos está haciendo perder la atención, el cuidado y el hacer las cosas con cariño y paciencia. El mensaje es luchar por un montañismo distinto, pero también por una forma de vivir distinta en nuestra sociedad, que recupere la fraternidad, el cuidado, el valor de las humanidades, del aprendizaje, que lea, que busque y mire. Una vida sin prisas, para uno mismo y para los demás. -
¿Cómo se inició en este mundo?
-Me inició mi padre, que era muy aficionado. Ahora va menos de monte, pero siempre le gustó llevarme desde que yo tenía cinco años a las excursiones que él hacía. Además, después fui a un colegio público en el que tuve uno de esos profesores que ya no existen, porque ya nadie quiere adquirir ese compromiso y responsabilidad. Ese maestro nos llevaba muchísimo de monte, de acampada, nos ponía a escalar… además organizaba las excursiones de manera muy amena, ya que él hacía el recorrido que iba a desarrollar con nosotros una semana antes e iba dejando mensajes en botecitos de carrete fotográfico, y cuando nosotros veíamos una señal, una cruz, sabíamos que teníamos que ponernos a buscar. Cuando encontrábamos ese carrete era una alegría inmensa, porque además el mensaje que contenía siempre era algo interesante, un acertijo o una información útil sobre lo que estábamos viendo. Ese es el montañismo de pararse, ver y reflexionar que yo reivindico.
-¿Qué recomienda a alguien que quiera iniciarse en el mundo de la montaña?
-Recomiendo mucho esos clubes de montaña que están en crisis, pero que todavía existen. Para mí es la forma ideal de acercarse a la montaña, por las excursiones que te permiten hacer a sitios que tu no conocerías si no fuera por ellos, además de por la oportunidad de aprendizaje colectivo que te proporciona. Yo los grupos a los que pertenecí me permitían caminar y relacionarme con gente con la que no lo harías de otro modo. Hace veinte años yo estaba por el camino hablando con una persona de 70 que te iba contando sobre las plantas y las flores que te encontrabas en la ruta.
-¿Se ha perdido el respeto al monte?
Sí, sin duda. Convertimos la naturaleza en un telón de fondo para nuestros desafíos personales y apoteosis ególatras y eso pasa por perderle es respeto que se le tuvo siempre y convertirla en un instrumento a nuestro servicio que desechamos en cuanto dejamos de necesitarlo.-
¿Qué lección vital le ha enseñado la montaña?
-Una cosa que me gusta, sobre todo de excursiones con cierta dificultad, es como te obliga a superar obstáculos. Generalmente, en casi todo lo que hacemos cuando encontramos una barrera paramos o damos la vuelta. En la montaña tienes que seguir y superarlo. También me ha enseñado a conocer Asturias, mi tierra. La gente viaja a lugares alejados e interesantísimos, lo cual está muy bien, pero se pierde tesoros y maravillas que tenemos a dos horas o menos de casa. También el monte ha reforzado los vínculos de afecto y amistad que tengo con los amigos con los que voy, porque allí hay que ayudarse unos a otros, vencer obstáculos, compartir la comida, hablar de lo que ves… El monte es un nodo en el que confluyen un montón de posibilidades de aprendizaje y enriquecimiento personal.
Marcos Gutiérrez, en La Voz de Asturias (17-12-2019)
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