viernes, 19 de julio de 2019

MARIANO FERRER, PERIODISMO DEL QUE TANTO FALTA

Mariano Ferrer (Donostia 1940-2019) nos deja un boquete en el alma colectiva. El impacto de su fallecimiento ha trascendido mucho más allá de los círculos que lo trataron porque su rol de comunicador durante más de 40 años alcanzó un espectro amplio, más allá de Gipuzkoa.

La cultura cívica vasquista y de izquierda de tres generaciones no se entiende sin el magisterio periodístico y compromiso sin concesiones de Mariano en el tardofranquismo, en la democracia de perfil bajo y con violencias y en el tiempo post ETA. Fue un referente en los tres momentos.

Para la sociedad guipuzcoana en el tardofranquismo fue importante puesto que de 1971 a 1977 fue subdirector de Radio Popular de San Sebastián (Herri Irratia) cargo que ostentó a pesar de secularizarse y abandonar la Compañía de Jesús. Fueron un fenómeno social los amaneceres de información en “Radio Reloj” comentando titulares de prensa franquista e internacional hablando -arriesgadamente- al corazón de la gente a base de entrelíneas y sobreentendidos con el metalenguaje del sugerir sin decir (para no ser denunciado) desvelando las contradicciones entre la dura realidad sin libertad y la comunicación controlada por el Régimen. Igualmente con el mítico “Kiosko de la Rosi” años después.

Con la incipiente y endeble democracia fue director del primer EGIN (1977) durante un plazo corto, dado el cruce de tensiones entre las distintas corrientes abertzales lo que le dejó algunas cicatrices en el intento de que fuera un proyecto más colectivo, cicatrices que también le dejaría años después, por desencuentros internos, su valiente implicación como portavoz en el sumario 18/98 (2003-2007).

En los 90, se embarcó en el primer “El Mundo del País Vasco” llegando este medio a pronunciarse por la autodeterminación de los pueblos y el diálogo con ETA para la paz, en sintonía con Elkarri. Nada casual. Coordinaba y alimentaba el Consejo Editorial en el que nos encontramos escribiendo editoriales los abajo firmantes, Iñaki Lasagabaster, Idoia Estornés, German Yanke… con el aval en Madrid del añorado Javier Ortiz. Se llegaron a vender 28.000 ejemplares en Euskal Herria. Fueron tiempos breves pero luminosos para ese diario, antes de que pedrojota lo vendiera al aznarismo y nos marcháramos en tropel por la (esperada) traición a un discurso y a unos compromisos con el país.

Ha sido un periodista de una gran calidad humana, primera cualidad que Riszard Kapuscinski requería para el buen periodista. Si Manu Leguineche fue el Kapuscinski del periodismo vasco en conflictos internacionales, Mariano lo fue del conflicto vasco. Fue también profesor de periodistas y comunicadores en la Universidad de Deusto (Donostia). Era apreciado por tirios y troyanos porque presentaba los distintos ángulos de la noticia para que los oyentes o lectores tuvieran herramientas para pensar por su cuenta, pero siempre resaltaba de forma nada equidistante el lado de los derechos humanos, de los derechos sociales o de los derechos políticos como claves de bóveda para cualquier discurso.

Mariano nunca simplificaba un hecho o una noticia, la enriquecía con el matiz o el prisma que otros ni intuían. Se negaba a analizar y valorar ceñido a los acontecimientos y sus simples justificaciones y rechazos. Apostaba por lo complejo frente a lo simple, y cuando parecía para algunos que no se mojaba, se sumergía en nutritivas profundidades. Hacía emerger la complejidad señalando estructuras, procesos, culturas dominantes y estrategias de los distintos actores políticos y sociales en juego. Y con sus análisis ordenaba las causas profundas y papeles de los actores que marcaban los acontecimientos y su correspondiente retórica. Sus criterios eran claros a la hora de valorar esos procesos causales, sus protagonistas y sus consecuencias. Tenía unas cuantas ideas claras, y otras tantas con interrogantes para seguir dando vueltas sin empeñarse en tener razón porque las miraba desde ángulos diversos, sin la seguridad del convencido o del militante pero con el abanico de recursos de quien, de todas formas, está dispuesto a dejarse convencer.

El mal era lo que impedía el ejercicio de las libertades -colectivas e individuales- o la extensión de la igualdad. Eso le llevaba a negarse a aplaudir acciones de grupos políticos y sociales (con los que podía coincidir en aspectos relevantes de sus objetivos) que argumentaran que una determinada acción podía ser buena para los intereses estratégicos del grupo, al margen del daño causado a los demás en libertades e igualdades. Mariano en las últimas décadas fue una de las mentes más lúcidas, justas y universales de este país.

Sabía improvisar con estilo desde un fondo de armario potente como pocos, y aunque en ocasiones podía resultar digresivo, siempre se reconducía hacia lo sustancial. Esto lo aprendió del reto de tener que marcar pautas diarias tras recoger los diarios en el “Kiosko de la Rosi” a las 6 de la mañana para comentar la información acto seguido ante una audiencia expectante en una Gipuzkoa convulsa.

En los últimos 15 años seguía la información, como diría Gramsci, con el pesimismo de la inteligencia que ve los cambios demasiado lentos y limitados –se quejaba con frecuencia por ello- pero con el optimismo de la voluntad de seguir empujando en la buena dirección. Él creía que sus aportes eran granitos de arena cuando la verdad es que legitimaba con su sola presencia y por su compromiso ético charlas, iluminaba los debates radiotelevisivos de los que era pieza asidua de calidad, se arriesgaba con el programa educativo Herenegun! sobre la memoria reciente de Euskadi o cualificaba foros como Demokrazia bai.

La solidaridad no era para Mariano solo una actividad frecuente. Era una opción constitutiva de su personalidad. Estar y seguir en el mundo con un compromiso solidario con el Otro, con todos los otros de muy diferentes sectores que pretendieran un mundo más justo y más libre. No sabía negarse a los marrones que le caían para intervenir o moderar en actos de muy diverso tipo como referente social que era en medios sociales muy distintos. Muchos bebieron de su magisterio, al menos en parte, en momentos difíciles por su claridad y saber decir muy suavemente cosas duras o contundentes. Valiente sin parecerlo desde su modestia y timidez, reflexivo, culto, melómano, euskalzale, políglota, de una humanidad tranquila e incondicional para hacer favores manejaba el discurso oral y escrito con elegancia y fluidez. La misma enorme fluidez que, tras su jubilación y la dedicación de varias horas diarias a un euskera que llegó a dominar en lectura y escritura, le dificultaba la expresión oral en público en euskera.

Agur eta ohore, lagunmina maitatua, Mariano.

Pedro Ibarra y Ramon Zallo, amigos y compañeros de fatigas

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