Otra vez. Arrasadora como en el 35, como en el 43, como en el 78. En los intermedios, riadas menores. No solo se llevan los ultramarinos de los comercios, (antes de América, ahora de China), los talleres artesanos, los coches, los puentes, las paredes, los invernaderos, las tierras de pantraer, las huertas mimadas durante generaciones. Las riadas se llevan también buena parte de la ilusión de la gente: comercios que no volverán a abrir;hortelanos que dejarán de plantar;jubilados forzados.
En montañas de barro, expuestos de manera impúdica, vimos carretadas de recuerdos familiares, juguetes de la infancia, álbumes de fotos, colecciones inimaginables, baúles llenos de antiguas ilusiones. “¡Tiradlo todo!” gritaba una afectada, con timbre jotero. Alguien le convenció de guardar al menos un paquete con pinta de tarta de chocolate, de cartas de su novio, porque el papel bien encuadernado nunca se moja ni se quema del todo. Entre paladas y baldeadas, me prometió que en las próximas fiestas, devuelto el ánimo, ella cantaría en la ronda jotera: “La riada se llevó / todo lo que yo tenía / salvé las cartas de amor / que era lo que más quería”. Porque tras una riada todo es selección: no se guarda lo que más vale, sino lo que más se estima.
Hay otros recuerdos que el río no puede llevarse, y que salen a la luz cuando bajan las aguas. La gente mayor no olvida que todas esas urbanizaciones nuevas, levantadas con mucha fiebre especulativa y poco sentido común, siempre fueron huertas de aluvión, esto es, propiedad del río, que las señoreaba y abandonaba a su placer desde que tenemos memoria escrita. Por algo en Olite y Tafalla llaman “Venecia” a esos barrios inundables. Si de algo debe servir la aguada del 2019 es para que los nuevos Ayuntamientos suspendan en esas zonas los planes urbanísticos todavía en curso y se dediquen, por ejemplo, a rehabilitar el Casco Histórico, lleno de solares vacíos a los que nunca llegó el Zidakos. Y lo más importante de todo, y que me perdonen los afectados: si algo se ha llevado esta riada ha sido la desesperanza. Este es un pueblo vivo. Cuando el Ayuntamiento de Tafalla encabezó su primer bando con la palabra auzolan, tocó una fibra atávica que vibró hasta en los más jóvenes, muchos de los cuales ya había olvidado su significado. “Si el río es grande, el pueblo lo es más”, resumía el escueto comunicado. Y fue de ver a toda la juventud abandonar sus garitos, suspender los sanfermines, conciertos y jumelajes, regresar de vacaciones y entrar en el barro hasta las cejas, sin preguntar de quién era la propiedad, la huerta o la pared destruida.
Muchos dudamos qué fue más sobrecogedor, si el espectáculo dantesco de una ciudad patas arriba o aquellos enjambres de jóvenes haciendo cadenas, manejando palas o trajinando escombro. Muetas y muetes, mozos y mozas, confundidos en una misma greda ilusionada, colocados en primera línea cuando muchos los creían dormidos. Ahora mismo me cuesta escribirlo sin emocionarme. Me estaré haciendo viejo.
Costará años y esfuerzo recomponer lo destruido. Muchos daños, comenzando por Zeru, son irreparables. Pero pasarán varias generaciones y los más viejos recordarán aquellos días del barro, cuando ellos, o sus padres, eran jóvenes y gracias a una riada descubrieron el profundo significado de la palabra auzolan.
Jose Mari Esparza Zabalegi, en Diario de Noticias
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