A principios de la década de los setenta, la gran mayoría de los europeos pensaban que el renacimiento de las organizaciones fascistas se articularía en torno a los restos de las dictaduras mediterráneas (Portugal, Grecia y España). El tiempo ha demostrado lo contrario, salvo el caso particular de Grecia, tanto en Portugal como en España, las opciones partidarias vinculadas al espectro de la ultraderecha han cosechado tradicionalmente los peores resultados electorales del continente. Al menos hasta las elecciones andaluzas de este pasado domingo donde la ultraderecha representada por VOX alcanzó un sorprendente 10% de los votos y 12 diputados. Todo un terremoto electoral no sólo por la irrupción de la extrema derecha en el parlamento andaluz, sino también porque la izquierda perdió la mayoría parlamentaria. Una situación que abre la puerta a que por primera vez en democracia gobierne la derecha en Andalucía. Gobierno que no será posible sin el apoyo de VOX.
Pero no nos engañemos, el fracaso electoral de la ultraderecha española hasta ahora no significaba, ni mucho menos, que los valores propios de la extrema derecha no se encontraran en nuestro arco institucional. Más bien, esta especie de “presencia ausente” de la extrema derecha española ha enmascarado la permanencia de un franquismo sociológico neoconservador y xenófobo. Sin embargo, carecía de una expresión política y se encontrada diluida hasta ahora en el interior de un Partido Popular “acogedor”. Ahora, por primera vez parece haber encontrado una expresión política propia en VOX.
La experiencia frustrada de la extrema derecha en la transición
En el ocaso de la dictadura, se conformó un sector de ultraderecha que actuó como lobby político, designado popularmente como el Bunker, que sería el germen de la gran mayoría de los partidos de la extrema derecha durante la transición. Los dos grupos hegemónicos de este sector fueron: Fuerza Nueva y la Confederación Nacional de Ex Combatientes.
La ultra-católica Fuerza Nueva, liderada por Blas Piñar, fundada en 1967, aglutinó a gran parte de los elementos más nostálgicos del franquismo y a un sector juvenil muy activo, gozando de gran capacidad de movilización, uno de los rasgos genéticos de la ultraderecha. “Su objetivo prioritario era convertirse en el eje de un movimiento aglutinante de todos aquellos franquistas nostálgicos del espíritu de la Cruzada y partidarios de que el régimen pusiera en práctica una represión más enérgica frente a la oposición y hacer posible la continuidad del sistema” 1/.
De hecho, Fuerza Nueva, constituido en partido político a partir de 1976, ha sido hasta el momento el único partido de extrema derecha que ha conseguido representación parlamentaria en el congreso de los diputados (1979; 379.463 votos). En 1979 alcanzó su cenit organizativo con una afiliación que oscilaba entre los cuarenta mil y los sesenta mil afiliados, fundó un sindicato propio (Fuerza Nacional del Trabajo), El Alcázar, revista convertida en semanario, mantuvo una tirada de 45.000 ejemplares vendidos por número y 13.000 suscriptores.
El fracaso del golpe de estado del 23-F y los escasos resultados electorales de 1982 cerraron las puertas de la transición política para la ultraderecha, que se vio incapaz de encontrar ninguna salida al proceso de reforma política emprendida en el tardo franquismo. Esta situación generó un sentimiento de desánimo y desorientación en los principales núcleos militantes de la extrema derecha, acrecentándose con el anuncio de disolución de Fuerza Nueva en el 20-N 2/ de 1982, motivada por los malos resultados electorales cosechados en las elecciones generales de ese mismo año.
La mayoría de los militantes y cuadros políticos de Fuerza Nueva se sintieron abandonados y traicionados por la organización en que habían militado, engrosando las filas de otros pequeños partidos de la ultra derecha española y/o mayoritariamente encontrando refugio en Alianza Popular. Esta experiencia política tuvo una importante repercusión en la extrema derecha española, hasta tal punto que marcaría la historia y las relaciones futuras entre los diferentes sectores de la ultra derecha española desde su fundación casi hasta nuestros días.
Con la disolución de Fuerza Nueva se daba por concluida la experiencia de la principal organización política del llamado búnker franquista. Fuerza Nueva, había sido el partido de extrema derecha que más apoyo electoral ha cosechado hasta la época en el Estado español. Unos años más tarde, en 1988 se cerraba El Alcázar. De esta forma se cerraba definitivamente el último residuo del llamado búnker franquista, inaugurándose una larga travesía por el desierto que continua todavía en nuestros días.
Alianza Popular: Una derecha acogedora
La Transición incorporó no pocos elementos de la dictadura al sistema democrático, en un proceso sin solución de continuidad en lo que se refiere a una parte muy importante de la estructura del régimen franquista, que nunca fue depurado. Diversos autores señalan esta impunidad como una razón sustancial a la hora de explicar la incapacidad de articular un movimiento de extrema derecha verdaderamente fuerte en España. De hecho, en diferentes estudios comparados sobre el resurgimiento de la extrema derecha en el ámbito europeo se reconoce que la especificidad española está relacionada, entre otros motivos, con el tipo de partido mayoritario de derechas que se conformó en nuestro país.
En este sentido, no podemos olvidar que los orígenes del propio Partido Popular se encuentran en la Alianza Popular promovida por Manuel Fraga en septiembre de 1976. Se trataba de una formación surgida de un grupo de notables del franquismo y caracterizada no sólo por la aplastante presencia de cargos públicos de la dictadura, sino sobre todo por tratar de dar base social y electoral a un movimiento de resistencia a la ruptura institucional con el régimen franquista. Pese a sus limitados resultados electorales en las dos primeras elecciones generales, esa táctica resistencialista posibilitó que, en los comicios de 1982, Alianza Popular obtuviera votos procedentes tanto del partido de Suárez, Centro Democrático y Social (CDS), como de Fuerza Nueva (alrededor de dos tercios de los votos obtenidos por FN en las elecciones de 1979) y provocó una crisis en esta última formación que, como vimos antes, la llevaría a su autodisolución.
Ya hemos señalado cómo muchos militantes y cuadros políticos de Fuerza Nueva engrosaron las filas de Alianza Popular, de manera que primero Alianza Popular y luego el Partido Popular se configuraron como las únicas expresiones electorales del franquismo sociológico. En este sentido, Aquilino Duque señala que “no diré yo que todos los votantes del PP sean franquistas, pero sí que todos o casi todos los franquistas de España votan al PP, entre otras cosas porque no les queda —nos queda— otro remedio, es decir, porque, aunque sea de modo vergonzante y como pidiendo excusas, el PP hace como que defiende aquellos valores que eran la razón de ser del franquismo, a saber: la patria, la religión y la familia” 3/.
La persistencia de un arraigado franquismo sociológico cuarenta años después del final de la dictadura, demuestra los límites de la democracia de baja intensidad del régimen del 78, que todavía ni siquiera ha podido juzgar los crímenes del franquismo, lo cual denota que la impunidad es un elemento indispensable de la marca España. Esto explica, a su vez, muchos de los problemas que se han puesto sobre la mesa con la denominada crisis catalana o el intento de exhumar al dictador Franco del memorial del Valle de Cuelgamuros 4/.
El Aznarismo
La transformación de Alianza Popular en Partido Popular fue considerada por algunos analistas políticos como un giro hacia el centro, pero realmente sería más adecuado definirla a partir de la voluntad de construir un partido catch-all o atrapalotodo, que abarcara desde la ultraderecha hasta el llamado centro político. En esta nueva oferta, neoliberalismo y neoconservadurismo (a la americana) ha convivido con un nacionalismo español que no puede ocultar su continuidad con el franquista y que tampoco le permite apostar por un laicismo que rompa sus lazos con el catolicismo predominante en un amplio sector de su electorado. Así mismo, la adhesión al discurso neocon del denominado choque de civilizaciones facilitó la introducción progresiva de un discurso xenófobo. Mediante la explotación del malestar de capas populares autóctonas ante las consecuencias de la crisis sistémica que se proyectó frente a la población trabajadora inmigrante de religión musulmana en nombre de la defensa de los supuestos valores occidentales.
Teniendo en cuenta esa combinación de mensajes y propuestas, tan inadecuado sería considerar al PP un partido de derechas clásico —similar a la CDU de Merkel— como asimilarlo al ascenso de la extrema derecha o de la derecha neofascista europea. Con los primeros tiene una diferencia de raíz histórica en cuanto que no ha renegado de sus antecedentes franquistas y, además, ha mostrado su predisposición a recurrir a formas de movilización extraparlamentaria ajenas a las de esos partidos, salvo en situaciones extremas (como ocurrió, por ejemplo, en Francia en mayo de 1968). Por su parte, de los segundos se distingue porque, pese a recoger parte de sus mensajes y formas de protesta, ni lo hace con la beligerancia ideológica propia de esos grupos ni los sitúa en el primer plano de su agenda política.
Pero podemos decir, que la crisis del PP se ha convertido en una crisis de la derecha española que ha abierto la ventana de oportunidad a que por primera vez en décadas pueda haber un espacio electoral propio para la ultraderecha española. Una crisis de la derecha española que tiene su elemento más paradigmático en la inédita competencia electoral en ese espectro político, hegemonizado en solitario hasta ahora por el PP.
VOX, una escisión exitosa del PP
A pesar de su repentino éxito electoral y mediático, no se puede obviar que VOX no es un partido nuevo: cuenta con cinco años de existencia y un historial de fracasos electorales hasta su irrupción en el parlamento andaluz. VOX se funda en diciembre del 2013 como una escisión del PP que acusa a Mariano Rajoy de alejarse de los principios más conservadores del partido (es justamente en estos tiempos cuando Aznar y la propia Esperanza Aguirre empiezan a manifestar públicamente sus discrepancias con la dirección Popular). VOX fue liderada inicialmente por los dos cargos públicos más conocidos del PP involucrados en la ruptura, Aleix Vidal-Quadras, eurodiputado y expresidente del PP Catalán, y Santiago Abascal, exdiputado del PP del País Vasco y expresidente de la Fundación para la Defensa de la Nación Española [DENAES].
Si bien podemos afirmar que VOX es la declinación española de un fenómeno reaccionario y autoritario que se ha asentado globalmente, al mismo tiempo, no es menos cierto que VOX tiene características peculiares que dependen de la historia y el contexto político español. A diferencia de la mayoría de sus homólogos europeos, VOX es una escisión de la derecha española y no un fenómeno nuevo que nace a sus márgenes como es el Frente Nacional o la Liga Norte. Quizás la primera escisión por la derecha del PP que ha tenido éxito, a diferencia de otras como el PADE creado en 1997 y que apenas consiguió un puñado de concejales en Madrid.
En cierta medida, VOX representa tanto ese franquismo sociológico que durante tantos años ha convivido en el seno del PP y que no tenía expresión política propia desde la disolución de Fuerza Nueva, como a los sectores más neoconservadores agrupados hasta ahora en una especie de Teaparty a la española, que ha pasado de hacer lobby al PP a encontrar un espacio político propio con VOX. Entre ellos encontraríamos el universo mediático y de agitación articulado en torno al Grupo Intereconomía y a Libertad Digital, el think-tank neocon Grupo de Estudios Estratégicos (Gees); y webs y/o plataformas de agitación como Hazte Oír.
Las reminiscencias históricas de la ultraderecha española ligan a VOX con un confesionalismo que se acerca más a la extrema derecha del Este de Europa, como los polacos de Ley y Justicia, que al Frente Nacional de Le Pen. La cuestión de la unidad nacional y la lucha contra el separatismo, con Cataluña como tema central, recuerda muy bien al falangismo joseantoniano. Como eje central tenía la “unidad de destino en lo universal”, que más tarde quedó sentenciado en los Principios del Movimiento Nacional 5/ como: "La unidad de la Patria es uno de los pilares de la nueva España, para lo cual el ejército la garantizará frente a cualquier agresión externa o interna". De ahí parte el tema clave de la recentralización (fin de las autonomías, cierre del Senado, etc.), con la idea de España como un Estado uninacional y la negación de cualquier nacionalismo que no sea el español. Una idea fuerza que se entrelaza en su discurso con la lucha contra la corrupción, el clientelismo y el despilfarro que supone el Estado de las autonomías. Desde el punto de vista social, el discurso de VOX es claramente neoliberal, desmarcándose al menos en parte de otras ultraderechas que añaden, aunque sea sobre todo retórica, un discurso proteccionista (Trump) o estatista (Salvini) e incluso de cierto “chovinismo del Estado de bienestar” (Le Pen). De esta forma, podemos decir que Abascal es mucho más Bolsonaro que Le Pen.
En los últimos tiempos, VOX está demostrado ser un alumno aventajado del neoconservadurismo norteamericano que en su momento abanderaron en España tanto Aznar como Aguirre, no teniendo miedo a cargar contra los sentidos comunes conquistados por las fuerzas progresistas. Un buen ejemplo de ello es su cruzada contra el movimiento feminista en temas como el aborto, cuestionando la violencia machista y sobre todo contra lo que catalogan bajo el concepto de ideología de género. Esto es un claro guiño a los sectores más ultras, de la jerarquía católica, HazteOír y/o el Foro Español de la Familia entre otros, popularizando un concepto -el de ideología de género- que en otros países, fundamentalmente Polonia, está sirviendo como activador y aglutinador político de la ultraderecha.
En ese mirar hacia las experiencias del otro lado del atlántico, también ha adoptado elementos o eslóganes del trumpismo, como la consigna “Hacer España grande otra vez”. Así como en la lógica de buscar un leitmotiv político en la construcción de un muro fronterizo a Ceuta y Melilla, que intenta problematizar con las políticas migratorias del gobierno y el aumento de las llegadas de migrantes en los últimos años. Prácticamente la totalidad de las organizaciones del heterogéneo ambiente político de la ultraderecha apuntan a las y los inmigrantes, preferentemente pobres y no occidentales, como chivo expiatorio de una supuesta degradación socioeconómica y cultural. Pero los muros de hoy ya no cumplen tanto una función de control fronterizo, sino que se han convertido, sobre todo, en un elemento fundamental de propaganda política. Levantar un muro o una valla es una medida rápida y de impacto sobre la opinión pública que configura una especie de populismo de las vallas. ¿Qué mejor manera de visualizar la seguridad ante las invasiones de migrantes que con una valla fronteriza?
De esta forma, la migración se aborda desde la perspectiva de la inseguridad ciudadana. Esto constituye uno de los elementos más comunes de estigmatización de la población migrante, de la pobreza y de las personas pobres en general, a través de una asimilación machacona entre delincuencia, inseguridad e inmigración. Se conecta con el imaginario que construyen las políticas de austeridad que, más allá de los recortes y privatizaciones que conllevan, son la "imposición para un 80% de la población europea de un férreo imaginario de la escasez”. Un no hay suficiente para todos generalizado que fomenta mecanismos de exclusión, que Habermas definía como característicos de un “chovinismo del bienestar” y que concentran la tensión latente entre el estatuto de ciudadanía y la identidad nacional. De esta forma, se consigue que el malestar social y la polarización política provocadas por las políticas de escasez se canalicen a través de su eslabón más débil: el migrante, el extranjero o simplemente el otro. De este modo se exime así a las élites políticas y económicas, responsables reales del expolio. Porque si no hay para todos, entonces sobra gente, es decir no cabemos todos. Y así, se difumina la delgada línea que conecta el imaginario de la austeridad con el de la exclusión, sobre el que se construye la potencialidad de la consigna primero los españoles.
Todas estas características, nos llevan a decir que VOX se ubica a caballo entre el pasado y el presente, con posicionamientos que le homologan a la nueva extrema derecha europea mientras que preserva rasgos propios que lo vincularían con una cierta reactualización de la ultraderecha hispana del tardofranquismo y la transición. Quizás sea la consigna de la reconquista de España la que sintetiza mejor esa idea de pasado y presente. Por un lado, conecta con los movimientos de la ultraderecha actual, con la lógica de choque de civilizaciones y el peligro de la migración. Y por otro lado, con la idea nostálgica de la cruzada para recuperar España de manos de los rojos mediante el levantamiento militar del dieciocho de julio de 1936.
¿Por qué ahora la irrupción de VOX?
1) La crisis de un PP, acorralado por la corrupción, como el único partido de la derecha española ha propiciado una inusual competencia electoral que ha favorecido la dispersión del voto entre varias opciones diluyendo la idea fuerza del voto útil. Idea que hasta el momento había servido de cortafuegos para la emergencia de otras opciones conservadoras.
2) Una competencia entre las derechas que ha propiciado una radicalización de las propuestas del PP y Ciudadanos en temas tan importantes como la migración o la cuestión del conflicto político catalán, que ha contribuido a la normalización de VOX. Ambos partidos se han negado a catalogar a VOX como un partido de ultraderecha a lo largo de la campaña andaluza y con el que actualmente se plantean pactar para formar gobierno, ante el asombro de sus familias políticas europeas. El PSOE, por su parte, ha recurrido a VOX para deslegitimar a sus rivales, PP y C’s. De este modo, la formación ultraderechista ha cobrado una inesperada centralidad durante la campaña electoral.
3) La propia ola mundial de ascenso de los nuevos populismos xenófobos y punitivos ha otorgado más audiencia e interés mediático a temas nuevos en la agenda del debate político español, como la denuncia de las supuestas amenazas del islam en España. VOX, en su acto en Vistalegre, incluso reivindicó la España de Lepanto, ya que salvó “a la civilización occidental frente a la barbarie”.
4) El marco atrapalotodo del conflicto territorial catalán. El hecho de ejercer la acusación popular del proceso secesionista en el Tribunal Supremo les ha otorgado una importante visibilidad, erigiéndose en una alternativa antiseparatista dura. Se trata de una carrera donde los conjuntos de las opciones de la derecha compiten por convertirse en el auténtico y genuino defensor de la unidad de España.
5) La controversia generada por la exhumación del cadáver de Franco del valle de Cuelgamuros ha generado una importante removilización de sectores franquistas que todavía perduran en España. Ello ha puesto en primer plano a la ley de la memoria histórica, ante la que VOX ha levantado claramente la bandera de oposición.
6) Las políticas austeritarias en el marco de una crisis sistémica que vivimos desde hace más de una década han generado una quiebra de la cohesión social, que se traduce en desempleo, inseguridad económica y descontento. Una situación especialmente grave en Andalucía, la comunidad con mayor población de España, que ha sufrido más que el resto la crisis: renta per cápita aún menor, más parados, mayor riesgo de exclusión, más pobreza energética y mayor desigualdad. Esta polarización de rentas que ha vaciado los bolsillos de las clases populares y medias, produce a su vez polarización política, un fenómeno que impacta directamente sobre la estabilidad del sistema de partidos.
¿Quién vota a VOX?
Los estudios postelectorales en Andalucía, demuestran que el voto de VOX procede mayoritariamente de las filas populares y, en menor medida, de Ciudadanos. Más de la mitad de los votantes del partido ultraderechista apoyó al PP en 2015 (54,4%); y otro 23,9% se había decantado por las siglas que encabeza Albert Rivera. Las fugas por la izquierda han sido, en cambio, insignificantes. De hecho, los datos demuestran que VOX ha entrado con fuerza en aquellos lugares donde el PP se impuso en 2016 en las últimas elecciones generales. Donde los populares consiguieron más del 50% de votos, el partido a su derecha ha rondado un 20%.
A partir de los mapas y los datos electorales, se observa que VOX tiene más fuerza en el ámbito urbano que en las zonas rurales y del interior. Así mismo, los gráficos señalan una tendencia a que, en municipios con una renta media más alta, el voto a VOX es mayor que en los municipios con rentas más bajas.
Todos estos datos supondrían que el fenómeno VOX no tiene paralelismos por el momento, al menos en la procedencia del voto, con lo que ocurre con otras fuerzas de extrema derecha en Europa, donde sí hay una transferencia del electorado entre bloques y fundamentalmente desde la abstención.
¿Y ahora qué hacemos?
Existe la tentación de intentar frenar el avance del neofascismo cerrando filas acríticamente con los partidos del extremo centro (PSOE, Cs y PP), lo que puede contribuir a dos procesos muy peligrosos. Primero, a seguir alimentando las supuestas bondades democráticas y progresistas de quienes han puesto todo de su parte para que hoy estemos así, reforzando de ese modo la trampa binaria que nos obliga a elegir entre populismo xenófobo o un neoliberalismo que se presenta como progresista en el reflejo del espejo de la bestia autoritaria. En segundo lugar, abrazarse al extremo centro sin contrapesos le deja en bandeja a VOX el monopolio del voto protesta anti-establishment y la etiqueta tan útil de outsider de un sistema que genera malestares crecientes.
¿Puede cierta orfandad por la izquierda traducirse en un desplazamiento de votantes a la extrema derecha?
No de forma matemática; más bien se puede traducir en lo que ya ocurrió ese domingo y que se está destacando poco: en un aumento creciente de la abstención de izquierdas. Analicemos por qué VOX (o Cs) ilusionan a parte del electorado conservador (el que ya votaba a otros partidos de derechas y el que se abstenía), en qué medida recogen sus aspiraciones y miedos, y hasta qué punto son percibidos como herramientas de protesta electoral desde la derecha. Y hagamos lo mismo para intentar entender por qué ocurre lo contrario hoy con las nuevas formaciones de izquierdas, tan en las antípodas de lo que ocurría hace solo un par de años. O, para ser más justos, qué hemos hecho para dejar ser esa herramienta de federación del descontento y de la impugnación, de la protesta contra el establishment, de la ilusión de las y los de abajo, y cómo podemos volver a serlo.
Más allá de las causas múltiples y de las consecuencias y lecciones variadas, en la foto electoral que nos arroja el 2D, Andalucía, y con ella de España, se parecen hoy un poco más a Europa: bipartidismo quebrado, extremo centro neoliberal en recomposición, su pata social-liberal hundiéndose, extrema derecha en ascenso, una izquierda impotente y parlamentos resultantes fragmentados. La tendencia viene de lejos en el tiempo y en el espacio. Hoy en España estamos un poco más cerca de ella, el reto es como revertir esta ola reaccionaria global y volver a decantar la iniciativa política hacia los intereses del campo popular.
Miguel Urban, en Viento Sur
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