El fenómeno que está ocurriendo en torno a la inmigración hacia Estados Unidos nos debe poner a la reflexión, aunque sea porque, de manera nítida, Donald Trump y algunos millones de personas que le jalean están acusando a miles de inmigrantes, poblaciones enteras, de ser una horda invasora de maleantes que busca aprovecharse del sistema migratorio estadounidense. No importa su manera pacífica de moverse, ni su pobreza de pueblos esquilmados y maltratados desde todos los ángulos posibles. Son culpables porque molestan, los pobres molestan cuando se acercan para buscar una oportunidad para dejar de serlo.
Trump les trata como culpables y lo cierto es que el Congreso controlado por los republicanos ha realizado algunos recortes significativos en la ayuda externa a Guatemala, El Salvador y Honduras y todo hace pensar que en 2019 los ampliará para cerrar cualquier marcha parecida.
La actitud de Trump ha traspasado una línea roja muy significativa: en su discurso, hasta ahora ponía en la diana a los extranjeros que entraban a Estados Unidos de forma irregular. Durante la campaña apoyaba la inmigración legal, parapetado en el mensaje de “América primero”. Ahora ha elevado el tono de su xenofobia al presentar una propuesta legislativa que podría reducir la inmigración legal hasta un 50% al primar las competencias profesionales y el conocimiento del inglés frente al parentesco como criterio de acogida al inmigrante. Y esta línea roja la traspasa sin rubor a pesar de incurrir en una de sus más graves contradicciones, ya que el mismo Trump presidente sigue siendo el empresario que emplea a un gran número de inmigrantes de baja cualificación.
Muchos de los migrantes que han llegado a la frontera norte de México en las últimas semanas habían partido de su país de origen en una gran caravana han sido reprimidos por la guardia fronteriza de Estados Unidos con gases lacrimógenos; otros, arrestados por las autoridades mexicanas. Cada vez más frustradas y desesperadas, familias enteras comienzan a aceptar ser repatriadas voluntariamente a sus países de origen o aceptar la oferta del gobierno mexicano de darles permisos de un año que les permitirán quedarse y trabajar en México.
No obstante, hay quienes mantienen que su mejor opción es intentar cruzar la frontera de manera ilegal. No pocos están a la deriva en la zona, sin decidirse por una decisión, una vez que han vivido en sus propias carnes la piedra que tiene la administración Trump por corazón.
Mientras tanto, la ONU convoca a todos los países para lograr un Pacto Mundial que promueva una migración “segura, ordenada y regular”. Por su parte, el Papa Francisco ha enviado un mensaje muy claro de que no nos podemos limitar a denunciar las injusticias y sus responsables sin promover medidas que las vayan contrarrestando y superando: todos somos algo cómplices, directa o indirectamente, de estas migraciones que hoy se vuelven inmensas caravanas de decenas de miles de gentes, cada vez en más lugares del Planeta: “Migrantes, refugiados y desplazados son ignorados, explotados, violados y abusados en el silencio culpable de muchos… La cultura del descarte se ha vuelto una enfermedad pandémica del mundo contemporáneo”.
Los muros de Trump no son peores que los de Ceuta y Melilla ni de los setenta que están cerrando espacios en el mundo, sin contar con ese otro gran muro natural, que es el mar Mediterráneo, en cuyas aguas pierden la vida miles de personas a las que ni siquiera se permite ya ayudar a los inmigrantes.
¿Son culpables?, ¿de qué? El motivo que lleva a Trump a sellar su frontera con México no es proteger a los suyos de potenciales maleantes o terroristas sino la negativa a repartir el país más rico del mundo con los pobres. Pero ahí está. Y el triunfo del bloque neoliberal en Andalucía corrobora la tendencia demoscópica de que la popularidad de Trump en España es similar a la que tiene en Estados Unidos.
Recapacitemos sobre nuestras complacencias más íntimas. Seamos críticos y humildes ante un problema complejo y vital en cuanto las soluciones pero que deja en evidencia que los presuntos culpables lo sean mientras que las medidas de Trump contra la inmigración no son tan mal vistas entre nosotros. Al menos, repensemos la Carta de Naciones Unidas y los derechos fundamentales a la luz del colonialismo moderno y de la tragedia de millones de personas que en el mundo pasan ¡años! vagando al límite de la subsistencia y de la vida misma. Sería positivo que revisemos los conceptos de culpa y responsabilidad, ahora que casi es Navidad.
Gabriel Otalora
No hay comentarios:
Publicar un comentario