«¡Hoy a las 12 les ayudaremos a cruzar a México!», dice un joven, en el centro de la plaza de Tecún Umán, en Guatemala. La masa ruge. Más de 4.000 migrantes concentrados en el último municipio centroamericano antes de cruzar el río Suchiate, que separa México de Guatemala. Son las 7.00 y la plaza está a reventar. Llevan cinco días caminando o subiendo, en su mayoría son hondureños y están a punto de afrontar una jornada clave. Hoy tratarán de cruzar una frontera que marca un antes y un después. Lo que comenzó como una caravana de 160 personas que salió de San Pedro Sula se planta en las puertas de México convertido en un éxodo. Están cansados, doloridos, tienen hambre. La gran incógnita: qué hará la policía migratoria, todavía bajo control del presidente saliente, Enrique Peña Nieto.
«Estamos cerca del sueño. En nuestro país no tenemos ningún futuro». Joel Antonio Matías tiene 35 años, es originario de Copán, uno de los departamentos fronterizos con Guatemala, y nunca había viajado tan lejos en su vida. Albañil de profesión, tercero de diez hermanos, este hondureño delgado y de manos grandes acaba de llegar a la casa del Migrante de Tecún Umán. Son las 20.00 y está exhausto. Ha sido toda una jornada de caminar y pedir jalón (hacer autoestop) bajo la lluvia. Llegados a este punto, nadie se plantea dar marcha atrás. La migración centroamericana hacia Estados Unidos es uno de los grandes éxodos modernos. Pero aquí hay una diferencia. Lo hacen sin coyote, sin pagar a mafias, sin esconderse. En grupo, caminando o haciendo autoestop, convencidos de que si el drama humanitario crece, alguien tomará cartas en el asunto.
Desde hace cinco días, la imagen de los caminantes se ha convertido en parte del paisaje en Guatemala.
«Decidí salir el lunes, y nos pusimos en ruta el siguiente día. No hay empleo en nuestro país, está dura la vida allá, decidimos ver si podemos acompañar a los hermanos», explica Matías. Lleva la ropa completamente empapada. Por lo menos, ha logrado un espacio cerrado en el que cobijarse. Cada callejuela de Tecún Umán es un refugio improvisado para todos aquellos que llegaron tarde y no lograron un hueco en iglesias o cobertizos.
«Mi profesión es la albañilería, construir casas. Pero cobraba 200 lempiras el jornal, de 7 de la mañana a 5 de la tarde. Y no todos los días chambea (trabaja) uno, pero sí tiene que comer, o ayudar a la familia»; dice el hondureño. «En nuestro país no tenemos ningún futuro», concluye.
Hambre y violencia
Si uno pregunta por qué toda esta masa heterogénea de jóvenes, mujeres embarazadas, niños que no levantan un palmo del suelo o adolescentes se puso en marcha, encuentra siempre dos respuestas: hambre y violencia. Son las dos caras de Centroamérica. A esto se le suma la corrupción. En Honduras gobierna Juan Orlando Hernández, que reeditó su mandato tras las elecciones de 2017, unos comicios plagados de denuncias de fraude y violentas protestas. Solo el aval de Estados Unidos, que manda mucho, muchísimo, en la región, permitió al oficialismo mantener el poder, casi diez años después de que Mel Zelaya fuese depuesto tras un golpe de Estado promovido por Washington.
Miguel Ángel Hernández tiene 52 años, aparenta muchos más, y ejemplifica de qué hablamos cuando nos referimos a la pobreza y la violencia. Vivía en el departamento de Santa Bárbara con su esposa y sus dos hijos. Trabajaba como repartidor de verduras, a bordo de un picop. Hace un mes, sufrió un asalto, el último, que casi le cuesta la vida.
El relato, que se hace bajo la lluvia, mientras avanza en la parte trasera de una camioneta, es casi de película. «Los montamos, ya para salir. Ahí abrió la guitarra, sacó el AK y se lo puso en la cabeza. Llevó el carro para adelante, ahí nos dejó, amarrados, nos quitó el dinero y el carro lo dejó botado en el cerro. Nos quitaron todo. Nos golpearon. Y dije, hasta aquí, ya no vuelvo a trabajar en eso. Porque uno está con miedo ¿sabe? Intenté trabajar al campo, pero 120 lempiras (algo más de 4 euros) de 6 de la mañana a 7 de la noche no alcanza tampoco. Eso es lo que le hace a uno correr para acá», explica.
Así son muchas de las historias que se escuchan en el trayecto de los migrantes. Un hombre que se queja de que tuvo que sacar a sus hijos de la escuela porque no disponía de las 50 lempiras (unos dos euros) semanales que tenía que abonar. Un joven, casi niño, que afirma haber estado enrolado en una pandilla, la Mara Salvatrucha (MS-13), arrepentirse y sentir que no tiene futuro porque ninguna escuela le aceptaba. Una mujer que carga con tres hijos que su padre no reconoció y que cree que solo en Estados Unidos puede encontrar un futuro mejor.
Amenazas de Trump
Ahí está la clave. Estados Unidos. Donald Trump ocupó la Casa Blanca con un discurso abiertamente antimigrantes. No es que su antecesor, Barack Obama, no deportase. Es que el republicano lo ha convertido en su bandera. Y lleva toda la semana lanzando amenazas contra los presidente de Guatemala, Honduras y El Salvador, advirtiéndoles de que, si la caravana continúa, cortará las ayudas financieras.
Washington provee anualmente a los países del Triángulo Norte con cientos de miles de millones de dólares, en cooperación al desarrollo y apoyo militar para combatir el narcotráfico, mientras mira hacia otro lado en las corruptelas de mandatarios como Hernández o Jimmy Morales.
Si piensa Trump que las amenazas pueden hacer desistir a este éxodo de hambrientos debería ver el rostro de Martín Sánchez, de 37 años, mientras habla con su esposa por teléfono desde la Casa del Migrante de Ciudad de Guatemala. «Le voy a entrar con todo», le dice, emocionado, desde un móvil que ha pedido prestado.
Darse la vuelta no es una opción. Aunque es probable que, si México abre las puertas, muchos opten por pedir asilo y evitar el peligroso cruce al vecino del norte. La idea es que todo el grupo avance junto, ya que en esta marcha muchos no tienen siquiera para pagar a un coyote, que ha sido el método tradicional para cruzar a Estados Unidos.
A primera hora de la tarde, con un calor asfixiante y una tensión en aumento, miembros de la caravana aprovechan la apertura de un portón para avanzar y superar el cordón policial. Llegan a pisar territorio mexicano pero agentes antidisturbios les hacen retroceder empleando gases lacrimógenos, tras lo que el grueso de la caravana se agrupa en el puente que une Tecún Umán con Ciudad Hidalgo.
Algo cambia en Centroamérica tras esta larga marcha. Aunque todavía no sabemos qué es exactamente. Como dice el sacerdote Mauro Verzeletti, que lleva dos décadas apoyando a los migrantes, «después de los Acuerdos de Paz es la primera vez en la que estamos asistiendo a una huida masiva de personas de la región centroamericana. Están dando una demostración de que realmente, de ahora en adelante, la migración no va a ser más gota a gota. Va a ser masiva. Así se está obviando el pago a los coyotes, al narcotráfico, al crimen organizado»
Alberto Pradilla, para GARA
No hay comentarios:
Publicar un comentario