lunes, 21 de mayo de 2018

AHÓRRENOS TIEMPO, SEÑORÍA

Primero fue la justicia alemana la que dijo que de rebelión ni hablamos y lo de malversación se lo van a tener que explicar más despacio a ver si lo entiende. Fue ridiculizada en España adjudicándole el sujeto de un “tribunal regional”, como si en las regiones no supieran tanto de derecho ni fueran igual de listos que en la gran capital. Ahora ha sido la justicia belga la que, a pesar de los esfuerzos de la fiscalía belga por enseñar al que no sabe, ha dicho que no porque la euroorden hay que saber pedirla y porque los delitos que invoca el juez Pablo Llarena no encajan ni a martillazos. La siguiente será la justicia escocesa y ya podremos cantar bingo para el ridículo monumental protagonizado por el juez Llarena y sus corporativistas colegas del Tribunal Supremo.
En lugar de reaccionar preguntándose si va a ser que está equivocado, como hace la gente sensata cuando tantos le dicen que no tiene razón, la respuesta del Tribunal Supremo ha sido cabrearse, que resulta una cosa muy madura y muy de elevada jurisprudencia, como corresponde a tan alta magistratura. Los alemanes no tienen ni idea de derecho internacional y a los belgas siempre les ha faltado compromiso con la justicia. Por suerte, la reacción de los tribunales alemanes y belgas ante tanta prepotencia seguramente no pasará de pensar que el TS español tiene dos problemas: acabar de cabrearse y luego apaciguarse.
Como ya avisamos aquí, la causa contra Puigdemont y su gobierno se desmorona de manera inexorable. Los esfuerzos del juez Llarena para mantenerla viva resultan cada vez más peligrosamente antijurídicos y radicalmente patéticos. Bélgica no rechaza la petición solo por un defecto de forma. La niega porque los delitos no encajan ni se sostienen. Igual que Alemania no duda de la veracidad del relato del juez, al contrario, lo asume como fiable y le dice que ni así cabe un delito de rebelión. Ni hay una conspiración mundial contra la intachable e hidalga justicia española, ni los europeos viven instalados en una visión franquista de España. Está pasando lo que suele acontecer en las democracias cuando el derecho y la justicia no te asisten: que pierdes.
En su penúltimo intento por mantener en pie como sea la causa, Llarena ha jugado la carta de pasar de rebelión a sedición, a ver si cuela. Pero seguirá faltando el alzamiento público y tumultuario para no acatar las órdenes de una autoridad, igual que faltaba la violencia para imputar rebelión. De haber algún tipo penal será desobediencia y no implica ni cárcel, ni inhabilitación, hasta que medie una sentencia firme. La malversación tampoco se sostiene porque ni la ha habido, ni puede considerarse corrupción.
Desobediencia es lo único que cabe y lo único que cabrá, señoría, lo sabe usted y lo saben sus compañeros de Sala, que mantienen a Oriol Junqueras y a los demás imputados en prisión por un vergonzoso sentido de lealtad corporativista. Compórtese como un juez del Supremo y póngase a la altura. Siga instruyendo la causa por desobediencia, libere a unos presos que nunca debieron entrar en prisión y permita que las cosas vuelvan a una mínima normalidad. O mejor aún, apártese de una causa que ya no está capacitado para instruir, le falta competencia y le sobra parcialidad. Ahórrenos tiempo a todos, señoría.

Antón Losada, en eldiario.es

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