Este año han terminado la vendimia un poco antes de lo habitual. Todos los vinos están ya fermentados y los nuevos, ya elaborados. María Abete, dueña junto con su hermana Yoanna y el marido de esta, Juanma, atiende a GARA cuando más trabajo tienen en bodega. Preparan para embotellar esos vinos que venden el mismo año en que se elaboran, Guerinda La Blanca (blanco) y Guerinda Casalasierra (rosado). En el caso de los tintos, debe pasar un año para que alguno de ellos esté ya en el mercado. Todos los vinos llevan la marca Guerinda.
Después de la fermentación alcohólica, los tintos hacen ahora una segunda fermentación, la maloláctica (transformación del ácido málico en ácido láctico por medio de bacterias que de forma natural se encuentran en la propia uva). «Dejamos que la fermentación transcurra de una manera espontánea. Sí que intentamos crear condiciones apropiadas en la bodega, dando un poquito de calor».
Acompañan la cata de análisis en laboratorio y, cuando terminen la maloláctica, los vinos tintos ya habrán acabado la transformación. Entonces harán la previsión, sacarán los vinos de añadas anteriores de barrica y empezarán a meter en barrica o donde vayan a hacer crianza los vinos nuevos.
Todo es de viñedo propio, la mayor parte (el 65-70% del total) de uva Garnacha. Trabajan con un poco de Tempranillo y Graciano, que son también variedades autóctonas y, de manera más simbólica, Merlot, Cabernet Sauvignon y Chardonnay. «La Garnacha es la que define nuestros vinos y la que mejor se adapta a nuestros suelos y a nuestro clima». Tienen Denominación de Origen Navarra.
Pequeñas parcelas
Cultivan 25 hectáreas, divididas en más de 20 parcelas. «La tipología de cultivo de viñedo que ha habido antiguamente aquí, en la Baja Montaña, es de pequeñas parcelas, aunque desde los años 90 se está tendiendo a parcelas un poco mayores en zonas más cómodas. Nuestra apuesta es mantener los cultivos en las zonas más históricas que son las de más altitud como la sierra de Guerinda. Mantenemos esas parcelas pequeñitas con sus diferentes tipologías». El pueblo de San Martín de Unx está a 650 metros de altitud. Todas las viñas de Máximo Abete están aquí.
Comercializan el vino de distintas maneras: mediante la venta directa, en la tienda que tienen en el pueblo o en la propia bodega. También a través de distribuidores, para Euskal Herria y para el Estado. Además, exportan a todo el mundo, principalmente a Europa, EEUU y México. «Hace cuatro años no exportábamos nada y ahora donde más estamos creciendo es ahí».
María Abete nos cuenta que San Martín de Unx es un pueblo pequeñito de 400 habitantes donde todas las familias tienen viñas y se han dedicado a su cultivo. «En nuestra familia, por parte de mi madre, mi abuelo Anselmo tenía sus viñas, estaba asociado a la cooperativa y siempre llevaba la uva allí. Mi padre y mi madre, en los años 80, pusieron una tienda de vinos en la bajera de nuestra casa y empezaron a vender el vino de la cooperativa. Fue cuando les entró el gusanillo de realizar todo el proceso, desde el campo hasta la venta, algo pequeño, con cariño y dándole valor».
Al principio, la bodega se ubicaba en la casa de la familia del padre de María, Máximo. «Fuimos poco a poco: al comienzo teníamos dos barricas, luego otras dos, después empezamos a embotellar algo allí… Empezó mi padre y se le unió mi hermana mayor, Yoanna. Más tarde también su marido, Juanma. Hacia 2006 me sumé yo. Hicimos una bodega nueva, que es donde estamos hoy en día. Mi hermana y yo dimos ahí el paso de continuar con este proyecto de nuestra familia».
La transformación
«Siempre hemos trabajado con mi padre, de él hemos aprendido casi todo lo que hacemos. En 2011 falleció. A nivel personal fue muy duro y en la bodega nos tuvimos que resituar, porque era su proyecto. Mi hermana y yo hemos continuado y, poco a poco, ha llegado el momento en que tenemos nuestros proyectos, nuestra manera de entender el vino. La bodega se está transformando y ahora es mucho más lo que somos mi hermana y yo, como al principio era lo que era mi padre y cómo entendía él el vino y su manera de hacerlo».
Ha cambiado el estilo de los vinos. Se adapta mucho más a los gustos de las hermanas y su manera de hacerlos y entenderlos. «También hemos intentado redirigirnos y recordar que somos una bodega pequeñita, familiar. Hubo unos años, sobre todo cuando hicimos la bodega nueva, en los cuales aparte de nuestro viñedo teníamos arrendadas algunas fincas, comprábamos uva y elaborábamos más vino de lo que hacemos hoy. A ese respecto pensamos que lo sentíamos así y que queríamos llegar a elaborar solamente lo que sea de nuestro viñedo, porque podemos controlar el campo y trabajar la viticultura nosotras directamente, e intentar darle otros valores. En cuanto a la variedad, decidimos enfocarnos mucho más a la Garnacha».
Trabajan, además, en un proceso de transformación de su viñedo a un cultivo totalmente ecológico. «Vamos a hacer menos, pero vamos a intentar hacerlo mejor. La mayoría de las prácticas que hacemos son de cultivo ecológico, pero no teníamos nada certificado y hemos empezado a certificar ahora con el objetivo de extenderlo a todas nuestras viñas».
No lo han entendido como una necesidad («se vende más el vino ecológico y voy a tirar desde ahí»), sino como un aprendizaje que va surgiendo y que al final ha salido de una manera espontánea. «Ojalá que de aquí a pocos años todo el mundo vaya en esa dirección. Las agricultoras que vivimos del campo tenemos que ser las primeras en respetarlo y cuidarlo».
Desde la óptica de las mujeres
Estos días han grabado un video con Mugarik Gabe que transmite varios mensajes. «Se trata de analizar el modelo de agricultura y ver cómo podemos mejorarlo desde la perspectiva local asociada al consumo local y al desarrollo rural real frente al abandono de la cantidad de pueblos que nos encontramos deshabitados. También desde la óptica de mujeres».
María y Yoanna Abete suelen comentar que es típico que alguien entre en la bodega diciendo: «Hola, buenas, quería hablar con tu jefe». En el campo, con gente de su alrededor, les ocurre con su cuñado, a quien casi por sistema se dirigen antes que a ella. «Al final tienes la sensación de que siempre tienes que justificarte o hacerte valer. Es muy invisible, porque nadie me está haciendo nada, pero es una sensación que yo siento. ¿Hasta que yo no pego dos gritos nadie me va a hacer caso? Esto a lo que estamos acostumbrados, hay que cambiarlo y mirarlo desde otras perspectivas».
Reivindica que en Nafarroa hay muchísimas mujeres que trabajan en bodegas, enólogas, propietarias, técnicas… Pero no se visibiliza, acaban destacando más los hombres. «Hace años, cuando Pilar García Granero era presidenta del Consejo Regulador, siempre solía decir que el vino de Navarra está hecho por mujeres. Muchas veces se nos asocia con el trabajo de administración o ventas, y se entiende que los puestos técnicos o de responsabilidad son de los hombres».
Recientemente, en una feria en Suiza, terminaron preguntándole si sabía podar. «Tengo que estar dando explicaciones de lo que hago o sé. Son micromachismos que yo siento. Cuando estoy trabajando en el campo, viene alguien y me dice: ‘¿Estás aquí sola?’. En cambio, a mi cuñado nadie le dice nada».
La más joven de las hermanas se dedica a la dirección técnica, la elaboración de los vinos y la exportación, entre otras muchas cosas. «Aunque no soy enóloga de titulación, trabajo como enóloga. Yoanna se dedica más a la parte comercial y administrativa, y mi cuñado está entre la bodega y el campo. Dos personas más trabajan en el campo, que es lo que más requiere, y otra en la tienda».
Las historias
En palabras de María Abete, cuando bebes un vino, si te gusta te sabe rico pero si conoces de dónde viene lo disfrutas mucho más. Con esa idea, a algunos vinos les han dado el nombre de una parcela porque es un sitio especial, como Casalasierra, Navasentero o La Cruzica. Muchos otros –El Máximo, El Anselmo o La Blanca– son nombres ligados a la familia.
«El Máximo es un homenaje a nuestro padre. Seguimos haciendo el mismo vino que empezó a elaborar en los años 90. En la etiqueta lleva la imagen de un bigote porque mi padre llevaba un bigote ‘supertocho’ y todo el mundo le conocía por eso. El Máximo es un crianza y El Anselmo, que es el nombre de mi abuelo, es el mismo vino, pero algunos años hacemos reserva. La Blanca es un homenaje a nuestra madre: el vino es de uva blanca y nuestra madre se llama también Blanca».
Una cosa que notan es que los nuevos bebedores de Guerinda son más jóvenes. «Tengo 36 años y lo que transmito es diferente de alguien que tenga 60. Hay gente a la que le gusta beber siempre lo mismo. En cambio, los nuevos consumidores están mucho más abiertos a probar cosas nuevas y diferentes, otros estilos de vino», cuenta Abete sonriente e ilusionada.
Maider Iantzi, en GARA
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