Uno de cada cuatro escoceses que apoyaron la independencia en el referéndum de 2014 votó después, en las últimas elecciones generales de junio, a Jeremy Corbyn, el líder laborista más de izquierdas de la historia.
Esta circunstancia no deja de llamar la atención porque Corbyn no respaldó nunca la independencia escocesa, aunque tampoco se ha mostrado visceralmente en contra, ni ha esgrimido esos argumentos simplistas contra el nacionalismo tan comunes en el discurso de socialistas más cuadriculados. Corbyn procede de una corriente de la izquierda británica que ha sido solidaria con el republicanismo irlandés, y que se identificaba con los argumentos de marxistas como Tom Nairn en su imprescindible libro The break up of Britain. Pero el líder laborista no es independentista escocés y, por eso, resulta fascinante que el 25% del voto del sí a la independencia escocesa decidiera apoyar al corbynismo en junio.
Ese 25% explica el hecho de que, mientras el voto a los independentistas del Partido Nacionalista Escocés (SNP) caía en las elecciones de junio, el porcentaje de escoceses que apoyan la independencia se mantiene más o menos igual que en el año del referéndum, en torno al 45%. Muchos escoceses apoyan la independencia como un objetivo estratégico a medio plazo, pero no quieren una repetición del referéndum de forma inmediata –la economía escocesa no está preparada– y votaron sabiamente contra los nacionalistas de Nicola Sturgeon porque, tras el voto del Brexit, la ministra principal de Escocia había anunciado su intención de convocar otra consulta.
El apoyo a la independencia de Escocia –al igual que la defensa del Brexit– parece reforzarse cuanto más amenaza el establishment londinense con provocar una huida de las inversiones. Ni en Escocia, ni en Catalunya, ni en el Reino Unido (en las semanas previas al referéndum del Brexit) funcionó el chantaje de los poderes bancarios y empresariales advirtiendo de que una opción democrática más provocaría el caos económico. En tiempos de rebelión como éstos, sembrar el miedo al cambio no da buenos resultados en las urnas, tal y como traté de explicar aquí.
Pero eso no significa que los independentistas escoceses no sean conscientes de que lograr la salida del Reino Unido sea una meta estratégica que tardará tiempo en alcanzarse. Estuve en Escocia poco después de las elecciones de junio y mi amigo Scott Hames, historiador de cultura de la Universidad de Stirling, me explicó cómo él y otros independentistas de la izquierda escocesa habían decidido que lo más urgente en el Reino Unido era intentar derrocar al gobierno conservador que está causando estragos en la sociedad escocesa (en la inglesa, galesa y norirlandesa, también).
La alternativa socialista de transformación social, planificación económica y combate fiscal a la desigualdad (tanto en el área de clase social como territorial), personificada por Corbyn, convenció a muchos independentistas escoceses de que hay una alternativa atractiva para iniciar la restauración de la democracia real en Escocia. Uno de los caldos de cultivo del separatismo escocés es el hecho de que Escocia haya sido gobernada por los conservadores en Westminster durante la mayor parte de las tres últimas décadas, pese a que, desde los tiempos de Margaret Thatcher, los tories han sido un partido odiado por la gran mayoría de los escoceses. Los laboristas escoceses habían sido castigados en Escocia en años anteriores por su apoyo a la unión y a Westminster.
Pero Corbyn logró cambiar la percepción de uno de cada cuatro independentistas respecto a la posibilidad de que Westminster sea un vehículo de cambio constitucional, y quizas un medio para facilitar, si los escoceses así lo desean, el desmantelamiento del Reino Unido en su configuración actual, y su sustitución por algo mejor preparado para la transformación social que Corbyn y el nuevo partido laborista (con 700.000 afiliados, el más grande de Europa) pretende poner en marcha.
Es más, esos independentistas escoceses corbynistas tal vez dedujeron que la clase de socialismo descentralizado y comunitario que Corbyn abandera podría ser el inicio de un reconfiguración del poder territorial contra el hipercentralismo del estado británico y el poder absoluto de la megalópolis del mercado global en Londres, que permitiría que los escoceses lograsen a medio plazo una mayor soberanía. En algún momento seguramente habrá otro referéndum y los escoceses volverán a ejercer su derecho a decidir. Pero muchos independentistas en Escocia decidieron que es urgente y necesario un gobierno laborista en Londres. Aunque el SNP de Sturgeon es un partido claramente de izquierdas y muy próximo a Corbyn en muchas áreas, hay que obtener el poder en Londres para empezar el cambio en Escocia.
Según Scott Hames, “lo que pasó en Escocia en las elecciones fue que muchos ex votantes de los nacionalistas, que son de izquierdas, se dejaron seducir por la campaña de Corbyn, entre ellos muchos jóvenes”. “Hay un voto estable proindependencia, pero ese voto se aleja de los partidos que son abiertamente independentistas”, añade. “Yo voté a Corbyn cuando antes había votado al SNP (y mi mujer no me lo perdona)”, bromea Hames.
Lo cierto es que, después del sorprendente éxito de Corbyn, que ya lidera los sondeos británicos, se palpaba un optimismo en la izquierda del movimiento independentista escocés. “Yo me siento mucho más contento ahora que cuando Nicola Sturgeon vendía la idea de que Escocia sería el buen europeo en Bruselas”, dijo Robin Mcalpine, de Commonweal, uno de los grupos independentistas que defiende una república escocesa de izquierdas. “Mucha gente sigue convencida por la campaña en favor de la independencia y aún defienden una Escocia independiente pero no quieren un referéndum ahora mismo; y si Corbyn pudiera elaborar alguna visión federalista para la unión podría recuperar más votos que los laboristas perdieron en la década de Blair”, explica Hames.
Todo esto puede ser relevante para las próximas elecciones generales en España –quizás no tan lejos del desastre para el gobierno español tras la victoria del independentismo en las elecciones catalanas y el auge del rival del PP, Ciudadanos, que puede preguntarse si conviene seguir apoyando a un partido de Gobierno en Madrid que no tiene ni grupo parlamentario en Catalunya. Podemos, el único partido español que defiende el derecho a decidir, será mucho más fuerte en Catalunya en las elecciones españolas de lo que puede parecer a partir de los resultados del 21D. Para muchos votantes catalanes, el próximo paso debe ser lograr un gobierno en Madrid que defienda la convocatoria de un referéndum. (El unilateralismo ha funcionado como una táctica para forzar al Gobierno en Madrid a dialogar pero el objetivo debería volver a ser un referéndum, siguiendo el ejemplo escocés). Ahora el reto será crear una coalición en el resto de España en favor de una solución democrática a la crisis catalana, un proyecto valiente y responsable de Podemos, tal y como intenté explicar a lectores en Estados Unidos en este articulo de The Nation.
En el Reino Unido, pocos entienden la negativa de Madrid a conceder el derecho democrático a votar el futuro de la relación entre España y Catalunya de la misma manera que se hizo en Escocia, con el apoyo de la mayoría de los británicos ingleses. “Yo tengo un hermano que vive en Cambrils y está un poco preocupado por lo que pasaría si Catalunya saliera de la UE, igual que le preocupó un poco lo del Brexit; pero todos tienen derecho a votar sobre lo que quieren ser”, me dijo Barry, un taxista de Liverpool. Y añadió: “Yo decidí apoyar el Brexit cuando los bancos anunciaron que se marcharían en caso de salir”.
Andy Robinson, en ctxt.es
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