A sus 80 años, Felisa González ha venido a Sevilla desde San José de la Rinconada, a unos 25 kilómetros, para visitar a su padre en el Cementerio de San Fernando. Cae a plomo un sol que parece de junio. El problema de Felisa es que no sabe dónde poner flores, ni hacia dónde dirigir sus lamentos. Su padre, el socialista de Carmona Felipe González de los Santos, asesinado en 1940, podría encontrarse prácticamente en cualquiera de las ocho fosas comunes del camposanto. En las mismas se acumulan los restos de hasta 4.500 represaliados, según el historiador José Díaz Arriaza, autor de la mayor investigación sobre las fosas de Sevilla. "No tengo mucha esperanza de que aparezca, la verdad", reconoce Felisa con un punto de desconsuelo, lanzando un suspiro. Le gustaría al menos –dice– saber en qué fosa está, aun asumiendo que luego sería muy difícil de encontrar e identificar.
Los ánimos no están altos en el acto convocado por asociaciones de memoria histórica en el cementerio con motivo del Día de Todos los Santos. Y eso que, sobre el papel, es un día especial. El plan para localizar, señalizar, excavar y –si hay restos– exhumar los cuerpos en las ocho fosas acaba de arrancar. El Ayuntamiento de Sevilla ha empezado los trabajos de localización del primero de los ocho enterramientos, el emblemático Pico Reja, donde se cree que hay más de 1.100 víctimas, entre ellas Blas Infante, considerado "Padre de la Patria Andaluza", asesinado en agosto de 1936 y cuya familia ejerce todavía como referente del andalucismo histórico. También se cree que allí están los restos de los miembros de la corporación municipal sevillana asesinados tras el golpe y de numerosos integrantes de la columna minera de Huelva. 81 años después del inicio de la Guerra Civil, al fin los trabajos han comenzado en la capital andaluza. Pero, para los movimientos memorialistas, es tarde.
Además no hay ninguna garantía de que los trabajos obtengan los resultados esperados, tal es el infierno arqueológico que se avecina y la escasez de documentación acreditativa del destino de las víctimas. De ahí el escepticismo de Felisa. Las trabas burocráticas y las vacilaciones políticas acumuladas durante los últimos años han alimentado un sentimiento de indignación. Hace ya más de dos años desde que el pleno del Ayuntamiento de Sevilla aprobó una moción que instaba al Gobierno local a abrir las fosas. Raúl Sánchez, miembro de la asociación de memoria histórica de San Juan de Aznalfarache, da un paso al frente y protesta por las demoras. "Aquí no hubo una guerra. Fue un genocidio sistemático. Al ritmo que vamos, nos invadirán de nuevo los romanos y los 4.500 represaliados seguirán ahí", dice. Y luego pone el dedo en la llaga. "Queipo de Llano sigue enterrado en la Basílica de la Macarena", recuerda. Es un hecho lacerante para quienes reivindican la memoria antifranquista, un borrón que eclipsa los avances en reconocimiento y reparación de las víctimas conquistados en los últimos años en Andalucía. Y tanto la Junta de Andalucía como el Ayuntamiento de Sevilla se muestran, declaraciones públicas aparte, totalmente incapaces de sacar a Queipo de la basílica.
La permanencia de Queipo en la Macarena ejerce como recordatorio de la conflictiva relación con la memoria de la ciudad de Sevilla, donde la popular hermandad de Santa Genoveva lleva ese nombre por Genoveva Martí, esposa de Queipo. A nadie parece escandalizarle. Hasta hace apenas cinco años la Macarena procesionaba durante la Semana Santa con el fajín militar de Queipo de Llano, que sólo perdió el título de hijo adoptivo de Sevilla en 2008. Sí, es cierto que la Junta ha abierto unas cien fosas en Andalucía –de unas 600 en total– y continúa con planes de excavación. Es verdad que el Parlamento ha aprobado una ley que desborda en ambición y alcance a la impulsada por José Luis Rodríguez Zapatero en su primera legislatura... Pero también es innegable que Gonzalo Queipo de Llano, el general traidor a la República que en sus arengas incitaba a matar rojos y violar a sus mujeres, el responsable de la represión del sur que tan minuciosamente ha investigado el historiador Francisco Espinosa, continúa enterrado con honores en uno de los enclaves más significativos de la Sevilla popular. La aprobación de la ley no ha servido para mover a Queipo. En cambio, Blas Infante, el notario idealista de Casares, el padre del andalucismo, se encuentra quién sabe dónde más de 80 años después de su asesinato. Podría ser en Pico Reja.
Lorca y Blas Infante
¿Encontrar a Blas Infante? La pregunta sobre la posibilidad de encontrar los restos del principal símbolo del andalucismo hace enarcar la ceja y dibujar una sonrisa nerviosa al historiador Díaz Arriaza. En teoría, está allí. Pero Díaz Arriaza advierte de que no será fácil. No promete nada. Los arqueólogos dirán, explica. Los mensajes desde la Junta de Andalucía y desde el Ayuntamiento de Sevilla también son de cautela. Los responsables políticos saben lo que puede ocurrir si se pone el foco en una figura histórica relevante. Son ya tres las búsquedas fallidas de Federico García Lorca. Tres fracasos. Si la excavación de Pico Reja se entiende como un intento de encontrar a Blas Infante (1885-1936), las posibilidades de fiasco se multiplican. Y no sería el primero. A pesar de las reivindicaciones de la familia, la sentencia de muerte de Infante sigue vigente, pese a ser un ejemplo extremo de crueldad y falta de garantías: fue dictada en 1940, cuatro años después de la muerte, y supuso una multa de 2.000 pesetas para su viuda.
El proceso de localización y excavación de enterramientos es técnicamente difícil. Los estudios apuntan a la existencia de ocho fosas, que han ido siendo bautizadas informalmente. Entre ellas están Pico Reja y la del Monumento, que podrían sumar los restos de más de 3.000 víctimas. Hay nombres elocuentes, como la Rotonda de los Fusilados, o Disidentes y Judíos. Otras son ampliaciones. Hay fusilados allí mismo, en tapias cercanas, y muertos en cárceles y campos de concentración o en enfrentamientos con las tropas sublevadas. Hasta hoy llegan las dudas de quién está o no está. Uno de los problemas es que sólo hay certidumbre de unos 700 nombres de víctimas inscritas en el registro municipal. Todos están mezclados: fusilados, muertos de hambre, pobres a los que se enterraba gratuitamente... A eso se suman las dificutades técnicas que implica el tiempo transcurrido, que ha supuesto diversas modificaciones del terreno. Por eso los trabajos de localización recién comenzados no despiertan demasiadas expectativas.
La marcha en memoria de los represaliados avanzaba este miércoles a media mañana por una de los amplias calles ajardinadas del cementerio, encabezada por una pancarta que no dejaba lugar a dudas: "Más de 4.500 personas asesinadas por el franquismo en las fosas comunes del cementerio de Sevilla". Ondeaban banderas republicanas y comunistas. Una señora que caminaba en sentido contrario repitió varias veces un comentario despectivo al ver tanta bandera. En el centro de la marcha un señor comentó: "Yo soy un tío tranquilo, pero que no me toquen mucho los...". Felisa, ajena al roce, caminaba entre las aproximadamente 200 personas que participaron en el homenaje. Nacida en el 37, su padre fue asesinado cuando ella tenía tres años. Felisa tenía dos hermanos mayores, de 8 y 13 años. Su madre, Manuela Ramos, los sacó adelante a los tres. No lo tuvieron fácil. "A mi madre le ofrecieron una paga, pero tenía que firmar en el Ayuntamiento que mi padre murió de muerte natural y no quiso. Se quedó sin nada", cuenta Felisa. Para ella Blas Infante es uno más entre 4.500. Ni al mártir del andalucismo, ni a su padre, será sencillo encontrarlos y poder darles digna sepultura. Más fácil lo tuvieron las familias de los vencedores de la guerra. Como Queipo, el general de la Macarena.
Ángel Munárriz, en infolibre.es
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