Hace cinco años, la última vez que CiU se presentó a unas elecciones, ganó la contienda con 50 escaños. Y fue un mal resultado. Un lustro más tarde, las encuestas dan una quincena de diputados al PDeCAT, principal formación heredera de la federación que durante tres décadas dirigió los designios de Catalunya.
¿Qué ha pasado por el camino? Implosiones y escisiones han atomizado el espacio del centro derecha nacionalista hasta hacerlo irreconocible, en un contexto en el que procés soberanista y la crisis económica han hecho bascular la centralidad política catalana hacia la izquierda. Ni Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), fundada por Jordi Pujol en 1974, ni Unió Democràtica de Catalunya (UDC), creada en 1931 por Manuel Carrasco i Formiguera –demócrata cristiano fusilado por el franquismo– existen ya, pero son la raíz de un amplio árbol genealógico que va bastante más allá del partido del actual president, Carles Puigdemont.
En su huida de los casos de corrupción, el antiguo partido de Pujol, reconvertido ahora en Partit Demòcrata Europeu de Catalunya, ha ido perdiendo compañeros de viaje. Es el caso de Germà Gordó, miembro de la última hornada de dirigentes del partido, que impulsa desde hace meses un partido de nombre inequívoco: Nova Convergència. Exconsejero de Justicia con Artur Mas e imputado por el TSJC en el caso del 3%, Gordó quedó apartado del grupo parlamentario de Junts pel Sí hace algunos meses, pero ideológicamente apenas presenta matices respecto a las líneas generales del PDeCAT. El 27 de octubre votó a favor de la Declaración de la independencia y no está previsto que presente candidatura propia el 21D.
Sí hay más discrepancias, sin embargo, con el partido Lliures, impulsado por antiguos dirigentes de CDC como el exconseller Antoni Fernández Teixidó. La escisión «liberal» agrupa a militantes molestos tanto con la vía soberanista como con los pactos con ERC en materia económica, que han revertido algunas medidas neoliberales impulsadas por el primer gobierno de Mas (2010-2012). La convocatoria del 21D impuesta por Madrid les ha pillado a contrapié, y todavía están intentando lograr recursos y cuadros humanos para presentarse, por lo que su presencia en las elecciones es una incógnita. En tal caso, Roger Montañola, exdiputado promesa de Unió, podría ser el candidato.
Las cosas están más claras en el espacio de la antigua UDC, después de que ayer la ejecutiva del PSC aprobase la alianza con Units per Avançar, el partido sucesor de Unió. Su líder, Ramón Espadaler, ocupará el tercer puesto en la lista de Miquel Iceta. Un canto al camaleonismo político por parte de ambos.
Tras romper con CDC y sufrir la escisión de la mitad de su militancia –que fundó Demòcrates y ahora se presentará junto a ERC–, en pocos meses Unió se quedó sin representación en Barcelona y Madrid, y con una deuda de 22,5 millones de euros. Sus responsables decidieron disolver 85 años de partido y fundar Units per Avançar. Por el camino dejó la política Josep Antoni Duran i Lleida, que el jueves bendijo el pacto Espadaler-Iceta y que la semana pasada estrenó retiro dorado en la patronal española, CEOE. Por los servicios prestados.
Claro que Unió siempre fue vista en Catalunya más como una agencia de colocación que como un partido político con espectativas de futuro. Otro ejemplo, ya para acabar, es el del actual delegado del Gobierno español –o virrey– en Catalunya, Enric Millo, antiguo militante de Unió y nueva muestra de travestismo político no apto para estómagos débiles. Abandonó el partido despechado porque no le dieron asiento en el Parlament, por lo que se ofreció a ERC a cambio de un escaño –así lo reveló el entonces líder republicano Joan Puigcercós–. Tras su negativa, acabó recalando en el PP. Hasta hoy.
Beñat Zaldua, en GARA
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