Aquel gran maestro de la verdad fascista, un cierto Goebbels, el que supo llevar a la práctica con tanto éxito lo de la mentira mil veces repetida que se transforma en verdad, está teniendo hoy día una caterva de discípulos de primera clase. Eso sí, dicen ser de la verdad democrática. Hablo, claro es, de los grandes medios de manipulación, de esos que se presentan como el cuarto poder, dueños y señores de la verdad a la manera goebbelsiana, sobre todo en algunos países como el que nos toca soportar. Tan creídos de su propia mentira, tan crecidos en el mercado de la sinrazón, que hasta convencidos están de que la misma máxima para fabricar verdades es válida para los argumentos: un argumento mil veces repetido se convierte en lógica aplastante. Pues no: puede que una mentira mil veces repetida se imponga como verdad, pero un argumento mil veces repetido se convierte en manido. Aburre. Y, cuanto más repetido, más veces deja al descubierto su debilidad lógica.
Y es que para desmontar una mentira hay que conocer la realidad falsificada, cosa que no está siempre a nuestro alcance, nuestras verdades sobre lo que desconocemos se construyen en base a la información que recibimos y en la que en un alto porcentaje tenemos que creer con buena fe. El mecanismo tiene sus límites, felizmente, pero funciona. Donde no funciona igual es en el campo de los argumentos: ahí sí podemos tener más capacidad crítica, no tenemos por qué conocer de primera mano una realidad para descubrir la sinrazón de una argumentación, es cuestión de lógica más que de información.
El caso catalán es paradigmático en esto de los argumentos manidos con menos lógica que harina de trigo tiene un talo de maíz. Uno de los problemas de los nacionalistas españoles es que no tienen ni idea de su nacionalismo. Los nacionalistas somos otros. Argumentos como “¿A dónde quieren ir con su pequeño país?”, secuela quizás inconsciente del gran mantra tan caro al franquismo de: “Una, Grande y (para desternillarse ya de risa) Libre”. Argumentos como el de que no existe la independencia, en un ejercicio de autobombo por haber descubierto el Mediterráneo: pues claro que no existe la independencia sino niveles de dependencia, y la cuestión está en qué nivel de dependencia se empeñan en mantener a Cataluña, de mayor dependencia que su España. Argumentos como el del imperio de la ley constitucional española, especialmente blindada para que ninguna minoría pueda intentar cambiarla, para que sólo la puedan cambiar, respecto al tema de Cataluña, quienes no aceptan la voluntad mayoritaria catalana mientras no coincida con la suya. Argumentos ya de grueso calibre, como las amenazas penales, represivas y hasta militares si los catalanes se atreven a decidir que quieren estar en Europa con el mismo nivel de dependencia que la gran España: de tan grueso calibre que es la lógica quien tiene que retirarse a sus cuarteles por siempre jamás.
Argumentos, estos y otros, que, cuanto más repetidos, más patentizan su endeblez.
Bixente Serrano Izko, en Diario de Noticias
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