El catalán y el aragonés sobreviven en Aragón a la era de la globalización y la multiculturalidad, aunque el uso de la primera comienza a tender a la baja en los sectores más jóvenes de la población mientras la ruptura de la herencia pone en peligro la permanencia de la segunda, según revela el primer estudio sobre el grado de transmisión de estas lenguas, elaborado por el Seminario Aragonés de Sociolingüística y que será presentado este lunes en la Universidad de Zaragoza.
El análisis, que se basa en los microdatos del Censo de Viviendas del Instituto Nacional de Estadística (INE) y el Insituto Aragonés de Estadística (Iaest), cifra en 8.425 los residentes en Huesca y el Pirineo que saben hablar el aragonés –el 5,3% de la población- y en 25.663 –el 53,6%- los catalanoparlantes de las comarcas orientales de las tres provincias de la comunidad. Ambos porcentajes crecen, hasta el 9,4% y el 64,6%, respectivamente, si se tiene en cuenta a quienes entienden esas lenguas habladas y/o escritas en sus zonas de uso predominante.
En ambos casos, la utilización como vehículo comunicativo habitual es ligeramente mayor entre los hombres que entre las mujeres –la emigración femenina a la ciudad siempre fue más intensa que la masculina en el Pirineo-, mientras que los mayores porcentajes se dan en las franjas de edad que superan los 25 años. Más de la mitad de los catalanoparlantes y los hablantes de aragonés tienen estudios secundarios, y superan el 10% entre quienes han terminado los universitarios.
Esa extensión del uso en sus zonas tradicionales, sin embargo, no garantiza la continuidad de la lengua en el caso del aragonés, cuyo futuro consideran “incierto” los autores del estudio: en el 56% de las familias se mantiene la transmisión de la lengua de padres a hijos, mientras que ésta se pierde en casi un tercio -31%- de las unidades y, al mismo tiempo, otro 13% de hablantes se incorpora por otras vías, como el aprendizaje académico o a través del cónyuge. Las pérdidas superan al reemplazo.
La situación es mejor en el catalán. El grado de transmisión paterno-filial alcanza el 79% en las comarcas de la Franja oriental de la comunidad, donde la ruptura se queda en el 9% y se ve superada por la incorporación desde otras vías, que llega al 12%. “Se supera un umbral razonable para que haya dinámicas lingüísticas entre gente de diferentes localidades y comarcas”, señalan.
“No hay pérdidas importantes entre los hablantes de catalán, aunque la situación de la lengua es más de mantenimiento que de vitalidad”, explica Natxo Sorolla, profesor de Sociología en la universidad Rovira i Virgili de Tarragona y coordinador del estudio, que destaca que, aunque en toda la Franja se mantiene la transmisión, se registran “pérdidas importantes” en comarcas del norte como La Llitera, La Ribagorçaa y en el suroeste, en El Mesquí.
En esas zonas se dan dos fenómenos como la reducción del uso de la lengua materna entre los más jóvenes –apenas el 25% de las interacciones entre catalanoparlantes adolescentes y jóvenes se producen en ese idioma en el Baix Cinca y La Litera- y el aumento de las relaciones personales –comerciales y administrativas también- con habitantes de áreas en las que apenas se utiliza, como ocurre con Graus en el caso de La Ribagorça y con Alcanyís en el caso del Mesquí.
“La transmisión familiar es el punto de inflexión de una lengua, y cuando éste cae es cuando la Unesco la señala como amenazada”, anota Sorolla, que estima en un 20% la pérdida de hablantes de aragonés que se da en cada generación. No obstante, sigue teniendo vitalidad en valles pirenaicos como los de Benasque, Echo y Ansó, además de en buena parte de La Ribagorza, la comarca trilingüe.
Los microdatos del censo también han permitido detectar la presencia real de ambas lenguas fuera de sus territorios históricos. En algunos casos, con resultados sorprendentes más allá de la fuerte presencia de colectivos de hablantes tanto de catalán como de aragonés en Zaragoza –supera en número a algunas zonas de origen, aunque con una obvia baja densidad-, principalmente causada por los movimientos migratorios hacia la capital.
Así, los catalanoparlantes suponen el 7,5% de la población en ciudades como la turolense Alcañiz, y alcanzan el 7,1% y el 4,7%, respectivamente, en las oscenses de Monzón y Barbastro, en las que los porcentajes de hablantes de aragonés son del 3,7% y el 3,8%. Es también reseñable la presencia de estos últimos en Ejea (Zaragoza).
Eduardo Bayona, en Público
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